GRUPO PLAZA

VALÈNCIA A TOTA VIROLLA

Rara avis en l’horta: cuando la creación se cultiva cerca del campo

De Alboraia a Godella pasando por Carpesa. Las puntuales apariciones donde l’horta es el entorno elegido más allá de lo agrícola

25/01/2020 - 

VALÈNCIA. A continuación no se va a hablar de l’horta desde su actividad productiva fundamental (sacar rendimiento a los campos, variable sin la cual el entorno propio pierde el sentido). Tampoco de la riqueza natural ni de su efecto paisaje, un bálsamo capaz de epatar a propios pero sobre todo a extraños. Sí, en cambio, del efecto reverso. De cómo el área de influencia de l’horta es un distrito para poder desarrollar trabajos que van más allá de los propios sectores agrícolas.

Cuando la creación estalla cerca de los campos y se cultiva sin perderlos de vista. Una rebeldía ante el pequeño hábito de dar la espalda al bancal. Si una ciudad habitualmente se acaba dispersando en sus márgenes, ocurre en València la excepcionalidad -rebanada concienzudamente hasta limitar su expresión- de que cuando la ciudad se interrumpe, comienza un entramado no menos complejo.

De Alboraia a Godella pasando por Carpesa. El Molí Lab, una suerte de factoría de conocimiento para la creación de soluciones ambientales, lleva la fotografía que le rodea tan interiorizada que su seno es una alquería (viva) que además cobija oficinas. Una habitación de aperos y un cobijo de nitratos. No como un atrezzo dado al postureo, más bien la mixticidad entre dos usos. 

Es uno de los casos más interesantes a la hora de abordar la utilización de casas de campo que, en lugar de reemplazar su finalidad, pueda convivir hasta retroalimentarla. 

En los lindes entre capa y capa, el Molí dels Canyars -el antiguo molino sobre la acequia de Tormos- ejerce de visagra entre dos tipos de ciudades que en lugar de confrontarse han decidido convivir. En una visita reciente, su responsable, Mónica Muñoz, explicaba cómo, ante disyuntivas o tentaciones más sencillas, decidieron imbricar maneras de estar: “Decidimos convertir la alquería en un espacio de trabajo compartido porque el entorno es una maravilla, en plena huerta pero cerca de la ciudad, y no existía nada parecido en la zona. Se ha conservado la estructura original de la casa”. Las salas de reuniones llevas el nombre de Rascanya y Tormos. Aunque la sala de reuniones más efectiva es el patio que mira directamente al campo: “queríamos volver cerca de nuestro origen”.

Un sendero más allá, en los designios de Alboraia en los que el cine Lumière impone su luz, los creadores de Zeta -una marca de cerveza que editorializa de forma tan nítida que podría hacer cualquier otra cosa- decidieron sembrar su futuro no previsto. “Vendemos cerveza de proximidad con lo

que necesitábamos un espacio industrial y lo más vecino a la ciudad. Y de esa ecuación resultó Alboraya. Este entorno ha hecho posible que podamos venir en bici a trabajar, algunas veces hasta con los perros. Salgo a menudo a hacerle fotos a la cerveza por los campos. No nos pelamos un almuerzo. En Alboraya nos adoran, tanto el poble como la administración. Estamos a 5 minutos de la playa y a 10 del centro de València… Tenemos mucha suerte”, refrenda Guillermo Lagardera.

Comenta también el impacto que provoca entre los pocos habituados descubrir los pagos donde la cerveza toma vida. “Cuando tenemos alguna visita de alcurnia en la fábrica solemos terminar comiendo en la playa o per l’horta. Abandonas la civilización. Te desentiendes de golpe de una zona urbana y pasas a un escenario de campos de alcachofas y alquerías. A los extranjeros, sobre todo, el guantazo cultural les fascina”.

Y, quizá lo más relevante, teniendo en cuenta la oportunidad de que el producto se desarrolle en simbiosis con los elementos agrícolas que le rodean, el contexto de Zeta ha acabado desembocando en mezcolanzas poderosas: “Hemos hecho cervezas con horchata. El año pasado lanzamos SUC, una cerveza con el zumo de 700kg de las naranjas que se quedaron en el campo, sin recoger. En los próximos meses va a ver la luz el primer producto nacido de un proyecto mágico junto a la Universidad Politécnica: una cerveza fermentada con una levadura salvaje, vernácula de los campos de Alboraya, identificada y aislada de entre las partidas de huerta vecinas”.

Pepe Gimeno. Foto: ESTRELLA JOVER.

En Godella, conjugando igualmente espacio industrial y agrícola, el estudio de Pepe Gimeno, Gimeno Gràfic, no ha desenvuelto todavía un diseño recordando a alguna de las hortalizas limítrofes. Aunque los autores del logo de la palmera turística de la Generalitat o el logo de la EMT, si encontraron entre el verde, ajenos a la agitación, cierto remanso para diseñar los entornos idóneos donde canalizar sus pensamientos. Su huerta, hecha jardín, es el particular esparcimiento donde -cuenta Gimeno- hacer “pequeñas pausas que nos ayudan a volver al trabajo con una visión más fresca y renovada de lo que estábamos haciendo”. 

Cuenta el diseñador valenciano las frecuentes visitas que reciben como causa de su ubicación: “A menudo nos visitan vecinos con muchas patas. Por aquí han pasado conejos, erizos, ratones, nos han invadido cientos, miles de orugas, y se han colado en el taller murciélagos, golondrinas y pajarandros varios. Pero la visita más especial, la que siempre recordamos fue cuando emergió, a modo de periscopio de submarino, una serpiente en lo alto del seto del jardín. Convirtió un tranquilo almuerzo en un divertido pero peligroso safari. A veces un subidón de adrenalina también puede ser inspirador”.

Conservemos la esperanza de que, trabajando cerca de l’horta, sabremos reconocer la oportunidad que supone, quitándonos el miedo al contagio o, peor todavía, a una absurda sensación de incomunicación. 

next

Conecta con nosotros

Valencia Plaza, desde cualquier medio

Suscríbete al boletín VP

Todos los días a primera hora en tu email


Quiero suscribirme

Acceso accionistas

 


Accionistas