Hoy es 11 de octubre
La primera revista especializada en la que escribí de música fue Rock Espezial, pero la publicación en la que fui curtiéndome como crítico musical, mes a mes, durante algo más de 10 años, fue Ruta 66. Debuté con su número cero, aparecido en octubre de 1985, firmando un extenso artículo sobre Jim Foetus Thirlwell, artista entonces revolucionario –ahora también– y cuyos postulados serían muy bien aprovechados por Trent Reznor y algún otro icono del rock industrial y atormentado de los noventa. Pero incluso antes de que naciera ya estaba unido a Ruta 66, puesto que la pusieron en marcha Ignacio Julià y Jaime Gonzalo, dos críticos musicales importantísimos para mí, a quienes descubrí en 1978, leyendo Star, Vibraciones y Sal Común.
La conexión con Ignacio fue instantánea; era fan de Lou Reed y lo proclamaba a los cuatro vientos en cada uno de los textos que escribía sobre él. Bendito sea Ignacio que me libró de tener que seguir leyendo los galimatías sobre Reed, Nico y John Cale que se escribían en la por otra parte entrañable Popular 1. Y bendito sea también porque respondió a una carta que le hice llegar a la redacción de Sal Común, diciéndole cuánto me gustaban sus artículos e interrogándole sobre cosas que yo pensaba que alguien que viviese en un lugar tan cosmopolita como Barcelona tenía que saber acerca de Reed y el intrigante universo de la Factory. Nació así una relación epistolar que no tardó en pasar a ser telefónica. Horas de conversaciones en las que yo me aislaba en el dormitorio de mis padres, intercambiando con él información sobre Lou Reed y sobre otros ídolos compartidos como Patti Smith y Jonathan Richman. Jaime Gonzalo escribía a menudo sobre Iggy Pop, que en aquel momento era otro de mis grandes intereses. También era todo un especialista en bandas del underground neoyorquino, escena que a mí me enloquecía. Jaime había estado en las oficinas de Ze Records y conocía a los grupos más raros y más chic de la Gran Manzana. Era el tipo que había escrito una crónica salvaje acerca de un viaje acompañando a Iggy por la península ibérica. Le pedí a Ignacio su dirección; poco después, las conversaciones telefónicas al volver del colegio se repartían entre ambos. Cómo no me iban a catear todas las asignaturas habidas y por haber si en lugar de estudiar el logaritmo neperiano de las narices hablaba con Ignacio sobre discos piratas de Lou Reed; y con Jaime del New York Rocker, que para mí es la mejor revista musical de la historia. Él me gestionó, a través de una librería de Barcelona, la suscripción al mensual. Ese fue el regalo que le pedí a mis padres por mi decimoséptimo aniversario.
Mi querido Dani Grau siempre me dice que hay cosas muy chulas firmadas por mí en aquellos viejos números del ruta, lo cual le agradezco siempre porque cualquier cosa que haya escrito hace más de unos meses suele producirme un pudor tremendo. Supongo que lo sobrevive es aquel entusiasmo porque las páginas de la revista me sirvieron para practicar la escritura con libertad, para ser gamberro y vehemente, para desarrollar una personalidad en lo musical y también para ampliarla. La línea editorial abogaba por una música genuina, y eso hacía que no siempre resultara fácil convencer a la dirección de que nombres como Pixies o The Jesus & Mary Chain eran mucho más que el capricho de la prensa musical inglesa. A mediados de los ochenta la información era tremendamente precaria comparada con la avalancha continua que es hoy en día. Con los años me he encontrado con gente que me ha dicho que gracias a algún artículo mío en el ruta descubrió a tal o cual grupo, o que mis palabras le contagiaron un interés por determinado artista. Benditos sean también esos lectores si esto fue así porque son estas cosas las que le dan sentido a un trabajo que siempre ha sido –ahora también, a pesar de las redes sociales- solitario y un poco onanista. Y también sirve para reafirmar que uno realmente estuvo ahí en el momento adecuado, algo que parece más bien un espejismo cuando lee un libro como Pequeño circo el recuento oral de todo aquello que antaño fue indie en la bendita España.
Con mi nombre o con seudónimos diversos (Amparo Pérez, Pere Sandoval, Manolo Torres –este, compartido con más colaboradores, era como el Alan Smithee de la revista-, Rafi Scobeedoo) escribí, entre otros muchos nombres, sobre The Chills, Camper Van Beethoven, Primal Scream, Spacemen 3, Sex Pistols, Surfin’ Bichos, The Cramps, Nico, Julian Cope, Ramones, Corcobado, Pixies, Hüsker Dü, Pylon, Sonic Youth, The Fall, Los Planetas, Galaxie 500, Marc Almond, The Breeders, Television Personalities, Minutemen, Jello Biafra, Blondie, The Jesus & Mary Chain, Swans, Richard Hell, Nick Cave, Pavement, y Lydia Lunch, a la cual entrevisté recientemente para el especial 30 aniversario que acaba de publicarse. Muchas de mis primeras entrevistas con personajes admirados las hice para el ruta. Alan Vega antes y después de su actuación en Valencia en 1986 presentando un desafortunado disco con el que intentó entrar en el gran mercado. La visita de Matt Johnson, alias The The, acompañado de su mánager Stevo cuando vinieron a presentar el videoálbum Infecteden una proyección en el Arena Auditorium, lo cual ocurrió mientras ambos, a cada cual de los dos más borde, visionaban un partido de fútbol sin hacer el más mínimo caso a ninguno de los presentes. Una entrevista con Alan McGee en el Hotel Oltra, a principios de 1988 cuando se hizo una presentación oficial del sello Creation en España. Y el encuentro con Robert Quine, uno de mis guitarristas favoritos, de los mejores y más desconocidos de la historia, cuando vino acompañando a Lloyd Cole, y proponerle una entrevista. Todo eso y algunos encuentros inolvidables más fueron para 'Ruta 66'.
Recuerdo como las tensiones con la revista Rockdelux aumentaron hasta convertirse en una guerra no declarada (otro detalle que nadie parece recordar en el libro 'Pequeño circo') entre ambas publicaciones, hoy finalmente conciliadas. Y también recuerdo escribir sobre grupos entonces emergentes en Valencia –Vamps, Amor Sucio, Cómplices, Carmina Burana- y el caché que proporcionaba a los debutantes una mención en 'Ruta 66'. Durante sus primeros años, la revista incluía una pequeña galería de imágenes en sus páginas centrales. Viendo que Jaime e Ignacio habían aparecido en ella fotografiados con sus hijos, les envié una instantánea mía poseído por el espíritu de Foetus y acompañado por Begoña Kanekalón, de Bongos Atómicos. Se publicó acompañada de una cita de Lydia Lunch en el sexto número del ruta. Muchos años después, en el foro de una web, leí un comentario de un chico que decía haberse masturbado en más de una ocasión mirando aquella imagen.
Por todo lo que ya he explicado, el periodo que va desde el despegue de la revista hasta mi traslado por motivos profesionales a Madrid en octubre de 1993 estuvo estrechamente ligado a las páginas del ruta; formar parte de su plantilla de colaboradores me proporcionó un perfil profesional, y que al marcharme a Madrid, descubrí que tenía mucho más eco del que podía imaginar desde Valencia. En 1996, saturado de trabajo y consciente de que quizá mi papel en la revista perdía sentido, dejé de colaborar en ella. Casi tres lustros más tarde, cuando la dirección y el rumbo de la publicación habían cambiado, Ignacio me sugirió que contactara con Jorge Ortega, cabeza visible de la revista junto con Alfred Crespo. En cierto modo, fue como volver a una casa en la que viviste tiempo atrás, y con el regreso gané a un par de estupendos amigos como lo son Jorge y Elena Pedrola.
De las tres décadas de vida de Ruta 66, la primera fue vital para mí; en la segunda estuve ausente y la tercera me ofrece la oportunidad de abordar temas muy queridos para mí sin preocuparme por el número de palabras a escribir (algo que, dicho sea de paso, también hago actualmente en Cuadernos Efe Eme). Como mi visión del rock & roll no es nada purista y también me gustan mucho cosas que están en las antípodas de su concepto, ignoro si, tal como reza el lema de la revista, corren tiempos de rock & roll o no. Lo que sí sé es que repasando artículos que tanto apuro me producen ahora, 20, 25, 30 años después de haberlos escrito, una parte de mí pervive impresa en esas viejas páginas en blanco y negro, tan irreverentes y tan libres, tan ofuscadas como sus entonces responsables, y tan ofuscadas como yo cuando era joven.
El formato se repitió con diferentes versiones en todo el mundo. En Inglaterra, Alfred Hitchcock presentaba el programa que llevaba su nombre, siempre con humor, para desdramatizar las historias de terror, igual que hicieron en Estados Unidos Rod Serling o Boris Karloff. En España fue Chicho Ibáñez Serrador con Historias para no dormir, un programa que fue tan exitoso que llegó a tener una revista con relatos del género y hasta poesías
A principios de los 80, la ultraderecha contaba con diversos medios en España. Su viaje a la irrelevancia tras el golpe de estado del 23F y los problemas económicos acabaron con ellos, pero tuvieron aspiraciones de influir mediáticamente. A sus intentos de establecer diarios, se sumó el de una revista satírica, calcada a El Papus o El Jueves, pero de un humor de extrema derecha de gracia muy relativa: Goma-4