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MEMORIAS DE ANTICUARIO

Reflexionemos sobre dos siglos de expolio del patrimonio artístico español

31/12/2017 - 

VALÈNCIA. Debió ser en la visita que hizo a València el día 25 de noviembre de 1802, regresando de Barcelona de la boda del Príncipe de Asturias, cuando el rey Carlos IV quedó seducido por el retablo obra de Juan de Juanes sobre la vida del protomártir San Esteban que presidía la iglesia del mismo nombre. Así, decidió adquirirlo y llevárselo a la corte, a Madrid. Hoy las magníficas tablas ocupan buena parte de una de las salas del Museo del Prado dedicadas a la pintura española del siglo XVI. Igual hizo el monarca con otras obras que vio por la ciudad, así que su paso por València, como me confirmaba el historiador Joan Gavara, fue “toda una desgracia”. ¿Expolio “legal” podríamos llamarlo, o una simple transacción económica?.

En una estantería mi casa luce la enormemente pesada Summa Artis, esa enciclopedia que todo amante del arte en su día ansiábamos poseer. Aunque de aspiración recopilatoria universal, muchos de sus tomos están dedicados al arte español desde la prehistoria al siglo XX. Lo que no sabía hasta hace unos años es que su promotor, Josep Pijoan fundador del Instituto de Estudios Catalanes, fue estrecho colaborador del millonario Archer Huntington, fundador de la Hispanic Society al que ayudó en la adquisición enfervorizada de patrimonio español por parte de este último para llevárselo consigo al otro lado del atlántico. Como también lo fueron los insignes pintores del momento Raimundo y Ricardo de Madrazo que, entre otras cosas, ofrecieron a Huntington dibujos de Goya o manuscritos de Lope de Vega, siempre fuera del mercado “oficial”. Un expolio voluntario vendido sin luz ni taquígrafos, propio de unos lamentables tiempos, para estos menesteres, dominados por una mentalidad de este país muy diferente a la proteccionista visión actual. Ignorancia y pobreza. Da verdadera pena ver esas grabaciones de principios del siglo XX en las que aparecen lugareños contratados “por cuatro perras gordas”, desmantelando piedra a piedra la iglesia, claustro incluido, de su propio pueblo. Como dice Inmaculada Socías, profesora de Historia del Arte de la Universidad de Barcelona, que ha coordinado y escrito este triste relato a través de interesantes publicaciones, el expolio fue “consentido, cuando no animado, por destacados historiadores y responsables políticos españoles”. Es paradigmático que Arthur Byne, quien fuera quizás el mayor “saqueador” que vio nuestro país, fue, sin embargo, condecorado por su labor como hispanista. 

 Una de las tablas del retablo de la iglesia de San Esteban, hoy en el Museo del Prado, obra de Juan de Juanes

La protección del patrimonio se limitaba a poco más que los hits “irrenunciables” (los leones de la Alhambra por poner un ejemplo exagerado) porque sino ¿cómo se entiende la venta literalmente “a peso” de la extraordinaria reja del coro de la catedral de Valladolid por el propio obispado?. Entones ¿Fueron los  “Huntington” de entonces unos “expoliadores legales” o el salvadores y recuperadores de parte de un patrimonio español poco apreciado, en peligro de ruina, cuando no de saqueo en la Guerra Civil que estaba a poco de llegar?. Aun cuando Huntington  escribe a su madre “…estoy en contra de importunar a dichas aves del paraíso posadas en sus alcándaras”, refiriéndose a no compraba obras de arte en suelo español, las investigaciones han destapado que esto no era así puesto que se sirvió de una ingente cantidad de hombres de paja que lo hicieron en su nombre. Incluso el priopio Huntington se vio envuelto en adquisiciones del todo turbias como aquel Greco cuya transacción se llevó en clave secreta: “Hold Rye Express for July” significaba en el código telegráfico que acordaron el marchante Francis Lathrop y el millonario “comprar el Greco de los Borbón por 35.000 dólares”.

El Título XVI del Código Penal contempla lo relacionado con el expolio, o la incautación del patrimonio histórico, arqueológico y artístico sin el permiso de las autoridades. Se trata del expolio más evidente, y que provoca que en España exista un gran patrimonio que literalmente no sabemos de su existencia, del que nunca hemos tenido noticia puesto que ha quedado vedado al estudio de los historiadores. Un patrimonio que nos ayudaría a saber más de nuestra historia y que ha pasado de los yacimientos a manos privadas sin que sea estudiado nunca. Otra acepción de naturaleza coloquial la empleamos cuando hablamos de la extracción de bienes patrimoniales del lugar de origen o de aquel para los que fueron concebidos y creados, por mucho que ello esté envuelto en una suerte de legalidad. En este último caso se podría hablar, aunque los dos casos son muy diferentes, del expolio que supusieron en el siglo XIX las sucesivas desamortizaciones o décadas atrás el primer gran expolio que se llevó a cabo en España, protagonizado por el ejército francés napoleónico. 

Sala de la Hispanic Society en Nueva York

Una cosa es cierta: devolver el patrimonio deslocalizado a su lugar de origen significaría una empresa de costes inasumibles económicamente por buena parte de los propietarios originales que deberían implementar medidas de conservación y seguridad que exceden sus posibilidades. Además, en unos casos los edificios que acogieron las obras (iglesias, conventos, palacios…) ya no existen, y en otros, los ayuntamientos de las pequeñas localidades carecen de espacios adecuados donde exponer y custodiar las piezas. Hay obras sobre las que se han de realizarse periódicamente pruebas e intervenciones dado el estado y evolución del mismo. Pruebas complejas que sólo los museos o centros de restauración pueden llevar a cabo a través de sus equipos técnicos. Trasladar estos equipos con el material a estos lugares sería económicamente inviable, y hacerlo con las obras en muchas ocasiones conllevaría un riesgo. No cerremos los ojos al hecho de que el mismo Museo de Bellas Artes de Valéncia está configurado en una parte nada desdeñable por obras que provienen de iglesias, conventos y monasterios y que salieron de estos por obra y gracia de las varias desamortizaciones. 

A lo largo de los siglos, sobretodo durante el régimen anterior, parte del patrimonio ha ido a enriquecer los museos en la capital de España como sucede con el Museo Arqueológico Nacional, pero en la actualidad con la descentralización política existente, los hallazgos de tipo arqueológico pasan a integrar las colecciones de las comunidades autónoma o las municipales. Si la Dama de Elx se hubiera descubierto en 2017 dudo mucho que hubiera salido rumbo a Madrid. En el tema del patrimonio artístico la casuística es tan grande que establecer unos principios de actuación nos llevaría a estudiar caso por caso. 

Sarcófagos de Monjas. Obras medievales devueltas a la localidad de Sigena

El reciente caso de Sigena es un claro ejemplo de que el patrimonio artístico nos preocupa y ocupa cuando nos toca de cerca y nos sentimos agraviados. Mientras está a buen recaudo, al patrimonio artístico se le hace, socialmente, el caso justo, seamos sinceros. Y lo cierto es que, mientras se dilucida el caso de la localidad hoscense, el patrimonio artístico sigue saliendo de nuestro país por vías perfectamente legales e ilegales, y en muchos de los casos la razón es el desinterés. En el primero de los casos a través de las casas de subastas o las galerías y anticuarios cuando la pieza se declara exportable, en el segundo a través del mercado negro del arte. La cuestión es compleja de nuevo: es bueno que el arte español esté presente en colecciones públicas y privadas del extranjero, pero el flujo de salidas es en ocasiones demasiado alto. La Junta de Calificación, Valoración y Exportación del Ministerio de Cultura lleva unos años que no da abasto debido a la  cantidad de solicitudes de exportación de obras adquiridas por coleccionistas de otros países que valoran nuestro arte más que aquí. 

La cartuja de Vall de Crist en la actualidad. Parte de su obra artística se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Valencia 

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