Después de ganar el concurso internacional Claude Kahn de París, el joven pianista valenciano prosigue desde Italia su prometedora carrera internacional
VALÈNCIA. A lo largo de esta conversación, Rubén Talón (Valencia, 1988) deja muy claro qué tipo de pianista no quiere ser. No se siente identificado con la idea de músico encerrado en sí mismo y ajeno a los pequeños placeres del ser humano común y corriente. Insiste en que tan importante es el virtuosismo como las experiencias vitales. Amar, reír, jugar un partido de tenis o tomarse unas cañas con amigos de toda la vida.
Talón lleva con la mayor naturalidad posible eso de que ser el “joven pianista español con la mayor proyección de su generación”. “No me creo nada”, asegura este joven músico, formado en el Conservatorio Superior de Valencia y posteriormente en el prestigioso Rueil-Malmaison de París, donde tuvo como maestro y mentor a Denis Pascal. En 2010 trasladó su residencia a Italia después de ser admitido en la Accademia Pianistica Internazionale Incontri col Maestro de Imola. Sigue siendo a día de hoy el primer español admitido en la historia de esta institución, creada hace 29 años por el maestro Vladimir Ashkenazy y considerada la escuela de alto rendimiento más prestigiosa de Europa. Ya graduado, allí continúa recibiendo clases de perfeccionamiento de la mano del afamado Leonid Margarius.
Visitamos el minúsculo estudio en el que Talón practica con el piano desde que era un niño, ubicado en uno de los bajos del edificio José Iturbi, que es como se llama premonitoriamente el conjunto residencial donde creció nuestro protagonista junto a su familia. Le “cazamos” aprovechando uno de los escasos huecos de su agenda, cada vez más apretada. Después de llenar hasta la bandera el Palau de la Música de Valencia el pasado mes de septiembre y de convertirse en el primer pianista que logra agotar las entradas del auditorio de León, Talón prepara en estos momentos el recital que ofrecerá en Bolonia el próximo sábado. Además, tiene previstos dos conciertos en Madrid durante los próximos meses: el 27 de mayo en el teatro Marquina y el 29 de julio en el auditorio de El Escorial.
-Graduarse en la academia de alto rendimiento de Vladimir Ashkenazy ya es un logro al alcance de muy pocos ¿Cómo describirías el clima de exigencia y competitividad que se vive allí?
A los alumnos que empezamos a tener una carrera importante nos dejan continuar en la academia y recibir las clases que queramos para seguir teniendo un punto de referencia. Hay mucha presión, porque no es como en un conservatorio normal, donde tarde o temprano te diplomas. Allí te imponen uno o dos exámenes muy duros al año en los que siempre expulsan a gente. Pocos llegan al final. En cuanto a la competitividad… en la academia hay pianistas de casi todos los países, y no todos los vivimos igual. Los rusos y los chinos sí son muy competitivos.
-Dicen que la alta competitividad en el caso de los deportistas y músicos chinos se debe en parte a que están sujetos a disciplinas muy férreas desde que son niños.
En algunos conservatorios chinos hay cámaras en las aulas para controlar si los alumnos están estudiando. Los padres deciden por ellos. Si tu padre dice que quiere que seas pianista a los tres años, aunque a ti no te guste te ponen a estudiar música todo el día y ya no te enseñan nada más. Algunos se suicidan cuando su carrera no va hacia adelante o no aprueban un examen importante. En la biografía de Lang Lang se explican claramente este tipo de cosas.
-Hay muchos jóvenes músicos cuyos padres se convierten en managers de las carreras de sus hijos. En tu caso, ¿quién se ocupa de esta doble función de representación y administrativa?
No tengo manager aún. Tengo varias ofertas, pero quiero pensarlo muy bien, porque no quiero depender de nadie. Este es un mundo muy difícil y antes de dar ese paso tienes que conocer muy bien a esa persona. Por el momento, los contractos y papeleos en España los gestiona mi padre.
-¿Qué papel han jugado tus padres en tu introducción a la música?
Me han aconsejado en valores, pero no en el aspecto musical. Su mayor apoyo ha consistido en confiar en mi instinto. Ellos querían que fuese a la universidad y estudiase economía, pero nunca han querido imponerme nada. De hecho llegué a apuntarme a ADE. Me gustaba y se me daba bien, pero el primer día me dije: “¿Qué hago aquí?”. Ellos me apoyaron en mi decisión, sin saber si iba a tener futuro como pianista o no.
-¿Qué te hizo aproximarte al piano?
Siempre me ha gustado la música. Me cuentan que de pequeño siempre gateaba hasta el altavoz. Pero lo del piano fue fruto de la casualidad. A un amigo mío le regalaron por su cumpleaños un teclado y con él empecé a sacar cancioncitas de oído. Me gusto mucho la sensación. Al año siguiente me regalaron otro a mí. Tocaba siempre en casa hasta que, un día, la vecina de arriba, que era profesora del conservatorio, les preguntó a mis padres si quería apuntarme a clases. Mi profesor fue Ricardo Roca, al que estoy muy agradecido porque fue el primero que se dio cuenta de que tenía un talento especial. No era habitual que un niño de once años sacara esas composiciones de oído sin tener ni idea de solfeo. Me dio clases gratuitas para pasar a grado medio; en nueve meses preparamos los primeros cinco años de piano. Así es como pasé al conservatorio.
-¿Tienes la sensación de haber renunciado a algún aspecto de tu vida por convertirte en músico profesional?
No, ninguno. Siempre he cuidado mucho las relaciones sociales, y mantengo las amistades de toda la vida. Gracias a haber empezado relativamente tarde con el piano, sé lo que es tener una vida social normal. Para hacer música hay que tener una sensibilidad basada en experiencias personales. Por eso a muchos músicos chinos se les rompe la sensibilidad. Pueden ser muy virtuosos, pero si tocas sin alma, no vale para nada. Los grandes compositores de la historia no nos dejaron solo notas; querían transmitir algo. Un músico que no ha bailado ni se ha enamorado, alguien que no es empático, no será nunca capaz de transmitir el mensaje del compositor. Aunque toque muy rápido y no falle ni una nota.
“Aunque toque muy rápido y no falle ni una nota, Si el pianista no tiene empatía y sensibilidad, su trabajo no vale para nada”
-¿Qué te parece la labor didáctica (que no es nueva, pero quizás ahora recibe más atención mediática) que realizan músicos como James Rhodes? ¿Crees, como él, que la música clásica tiene que sacudirse el polvo, abandonar las portadas con señores en traje de pingüino y encontrar formas más atractivas de llegar a otro tipo de público?
La idea de que el intérprete se comunique con el público y contextualice la obra que va a tocar me parece muy positiva porque despierta la curiosidad. Una vez la conoces un poco, es imposible que no te guste la música clásica, que para mí es mucho más atractiva que el pop. Seguramente la industria discográfica sí se ha esforzado por vender mejor la música clásica, pero no debe ser fácil. La sociedad de hoy en día es muy materialista, está muy enfocada a lo rápido, a lo que pasa en las pantallas.
-Los artistas del siglo XXI viven tanto en las pantallas como cualquiera… o incluso más. Pero tú no pareces obsesionado con las redes sociales.
No tengo Instagram ni Twitter. Solo Facebook, para tener contacto con mis amigos, pero no subo fotos con mi pareja o de mi vida privada. Las pantallas no nos hacen crecer ni conocernos más a nosotros mismos. Deberíamos inculcar una visión del mundo más humanista, porque el mundo está lleno de gente gris, que se muere sin encontrar su potencial ni explotarlo. Quieren que vivamos dentro de una pantallita y limitemos nuestras expresiones a caritas y “me gustas”. Es absurdo e idiota.
Prefiero los recitales, porque la responsabilidad recae sobre mí, tanto si sale bien o mal. Es difícil tocar con otras personas, porque a veces hay sintonía, y otras no. En otras ocasiones, la idea musical de cada uno es diferente, y al final lo que se hace no le complace a ninguno del todo. Aunque hay que decir que cuando existe una conexión artística y musical, tocar con otras personas es una cosa muy grande, que se disfruta muchísimo. Siento que toco el violonchelo, y el violonchelo siente que toca el piano. Hay una simbiosis mágica, aunque difícil de conseguir.
-Por tu vida han pasado maestros muy reputados ¿Cuál te ha marcado más?
Todos me han aportado algo, para bien o para mal. Sin la ayuda de Ricardo, no hubiera empezado a estudiar música tan pronto. También estoy muy agradecido a Francisco Varó, del Conservatorio Superior en Valencia, que me dejó compaginar la carrera con mis viajes a París. Denis Pascal también fue muy importante. Sin conocerme de nada, durante una master class en Canfranc al que asistieron muchísimas personas, me dijo que me fuera con él a París. Nada menos que a la mejor escuela del mundo.
-¿Hasta qué punto un profesor determina la personalidad del pianista?
Alguien que no tiene una personalidad fuerte siempre va a dejar que lo fagociten. Siempre emularán a su maestro. Los buenos consejos te enriquecen, pero luego has de saber filtrarlos. Hay cosas que debemos expresar de manera diferente a nuestros maestros. No se trata de copiar sin ningún juicio.
-En el mundo del piano, ¿siguen existiendo la escuela alemana, inglesa, francesa y rusa, o también en esto se ha impuesto el mestizaje?
No, ahora es un follón. Todo está mezclado, es parte de la globalización, y me parece que está muy bien, porque no hay una escuela mejor que otra. Todas se complementan. Yo me formé en España y Francia, y ahora estoy en Italia con un profesor ucraniano que estudió en Rusia. Así que no sé cuál es mi escuela.
-Hablas mucho de mantener los pies en la tierra ¿Te has comprometido contigo mismo a no convertirte bajo ningún concepto en un “divo”?
Es muy importante cultivar la integridad y no creerse nada. En esta profesión es muy importante estar sano mental y físicamente. Entre otras cosas, porque cuando te conviertes en un divo, tu música cambia a peor.
-Tu especialidad son las obras clave del repertorio pianístico, pero ¿cómo te llevas con la música clásica contemporánea?
Hay música buena y otra que no me llega, sinceramente. Las vertientes que son muy racionales, que son matemática pura, no me dicen nada. La música no es para estar pensando, sino sintiendo.