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'Ruido de rabia', un repaso a cuatro décadas de punk y hardcore en València

La biblioteca de la facultad de Bellas Artes de València acoge hasta el 15 de enero una muestra con paneles informativos y diverso material gráfico que atestigua la evolución de estos géneros en los márgenes de la industria musical

3/12/2020 - 

VALÈNCIA. El punk es un concepto tan fluido y polisémico, y underground una palabra tan manoseada, que parece que ya no se sabe muy bien qué significa ni a quién representa. Un grupo underground no es aquel que ansía popularidad y todavía no la ha conseguido. Es aquel que probablemente la detesta (aunque a veces se la encuentre por el camino). La suya es una ambición horizontal.

Crear, grabar, distribuir, promocionar y tocar música al margen del sistema. Tener poco, y no necesitar demasiado de nadie. No querer llegar a todo el mundo, sino a tus afines. El mero hecho de que tu compromiso con la música no dependa de que te pinchen en una emisora comercial o publiquen reseñas de tus discos en revistas con código de barras era -especialmente antes de la existencia de internet y las redes sociales- un gesto de libertad y un acto político en sí mismo.

Debido a ese hermetismo deliberado, las escenas subculturales siempre han estado infrarrepresentadas en la historiografía musical, especialmente cuando el foco se aleja de las grandes capitales y las referencias más obvias. Si nos fijamos en los relatos oficiales de los años ochenta, parece que en España después de La Movida alguien apagó la luz y cerró la puerta. Por el contrario, apenas existe bibliografía relacionada con la derivación del punk hacia esa versión mucho más agresiva, rápida, ruidosa y pesada que es el hardcore.

Foto: EVA MÁÑEZ.

Hace poco más de un año hablábamos en Culturplaza de dos libros que abordaban con profundidad los primeros capítulos del punk en la ciudad de Valéncia: la biografía del grupo Interterror, escrita por Héctor Hugo Navarro, y  Miles de Muchachos (Institut Valencià de Cultura, 2019), del periodista y escritor Eduardo Guillot. Este último reconocía que la mayoría de las bandas que se formaron en la capital del Turia y alrededores entre 1979 y 1984, coincidiendo con la eclosión del fenómeno punk a nivel mundial, existen solo en la memoria de aquellos que formaban parte de esa escena. Por eso su propuesta adoptaba la forma de una historia oral, al estilo de libros de referencia como Please Kill Me (Gillian McCain y Legs McNeil, 1996), We Got the Neutron Bomb: The Untold History of LA Punk (Brendan Mullen, 2001) o Harto de Todo: Historia Oral del Punk en Barcelona (Jordi Llansamà, 2011). En esas páginas daba voz a algunos de los músicos que militaban en bandas valencianas como Elektrodomesstiks, Regimiento Spansuls, N.E.S. (Nuevo Ejército de Salvación), Análisis de Orina, Killers, La Morgue, Generación 77, Noviembre Rojo, La Resistencia, Las Terribles, Sade, Angelic Upstarts, Éxtasis o Las Nauseabundas Criaturas del Barranco.

El arco cronológico de este libro se detenía a finales de la década de los ochenta, cuando ya se empezaba a notar la influencia de la segunda ola del punk americano. A partir de ese momento, y sobre todo en la década de los noventa, los tótems para las nuevas generaciones de punks serían bandas norteamericanas como Black Flag, Minor Threat, Dead Kennedys o Bad Brains; británicas como Discharge o GBH; holandesas como The Ex o Lärm; canadienses como NomeansNo, y así un largo etcétera. Poco a poco, la escena underground mundial fue ensanchándose con un sinfín de etiquetas: hardcore punk, trash, metalcore, grindcore, crust, emo, post-hardcore, etcétera.

Foto: EVA MÁÑEZ.

Y llegamos, por fin, al tema que hoy nos ocupa. El pasado lunes se inauguró en la biblioteca de la facultad de Bellas Artes de València una pequeña muestra expositiva que prolonga la historia de la escena musical underground valenciana hasta la actualidad. La exposición -producida por el Vicerrectorado de Cultura de la UPV y El Punt, Espai de Lliure Aprenentatge- es un anticipo de un libro que verá la luz más adelante. Bajo el título Ruido de Rabia encontramos una serie de paneles informativos, videos y varias vitrinas con carteles de conciertos, libros, portadas de discos y casetes, donde se traza la historia de esta escena, muy vinculada al anarquismo y a los centros autogestionados. Los textos que podemos leer en los paneles han sido escritos por Francisco Collado, Jorge Vives, José Asensio, José J. Doménech y Alfonso Segura.

Quizás la mayor aportación de este trabajo de recopilación corresponde al periodo que comienza en los noventa (puesto que es el que menos se ha estudiado), así como los apartados específicos que detallan la red de centros sociales, bares, tiendas de discos, “radios libres” y fanzines que han contribuido durante los últimos cuarenta años a que la música y las ideas fluyeran por canales alternativos y autosuficientes. 

Garitos y centros sociales en los noventa

Si en los años ochenta los conciertos en València se organizaban principalmente en salas como Planta Baja, Gasolinera y el NCC, o en centros como el Ateneo Libertario Libertad del Cabanyal, los noventa fueron los años de la eclosión de las okupaciones y el surgimiento del punk y el hardcore más político y combativo, alineado con el ecologismo, la liberación animal, el antisexismo, el DIY o con la corriente musical y de estilo de vida Straight Edge que -a grandes rasgos- rechazaba el consumo de drogas y alcohol como reacción al hedonismo nihilista de las primeras etapas del punk.

Muchos conciertos se organizaban en casas okupadas. Primero fue el Kasal Popular de Flora y, al final de la década de los noventa, Pepica la Pilona. “En Flora6 hubo al menos 250 conciertos, de todo tipo de música, con unas características comunes: autogestión, precios asequibles y apoyo a múltiples causas (colectivos antimilitaristas, antifascistas, feministas, anarquistas, internacionalistas, etc). Se empezaba a crear una escena estatal y un circuito alternativo de gaztetxes, ateneos y CSOAs que favorecía una movilidad de bandas inusitada hasta ese momento”, indican los organizadores de la exposición. Salas como El Asesino, El Glop, So What, Roxy o Zeppelin y espacios alternativos como Els Dimonis o La Chicharra (Mislata), la Casa Jove o el Ateneu L’Escletxa de Meliana, L’Espai de Torrefiel, Xaloc o el Cau complementaban esa red.

Entre los grupos más destacados del momento, Nocivo, E.T.C, Furious Planet, Oligofrenia, Scumflowers, Amplexus, Voice of hate, Amanita Muskaria, Disturbios, Disyouth Attitude, Agonizante Realidad, Zanussi, THC, Waterfull, Wallride, Ownfight, Valium, Recolekta pa una birra, Kostra Nostr, Sakeo o The Car Crash Sleep. 

Foto: EVA MÁÑEZ.

Nuevo milenio y el Do It Yourself 2.0

Y llegamos al nuevo milenio y a una nueva forma de entender la filosofía Do It Yourself, que tiene a su disposición las inmensas posibilidades de proyección de internet. No cabe duda de que la escena subterránea valenciana ha hervido con furia durante los últimos veinte años. La lista de grupos que lo atestiguan es enorme (Zanussi, Derrota, Cementerio, Desguace, Disparo, Concentration Summer Camps, Auxilio, Venereans, Antiplayax, Rodilleras, Automuro, Ruïna, Mentat, Trocotombix, Encabronation, Tipex…). Se nos fueron salas amigas como Magazine y desaparecieron muchos centros sociales, pero permanecen en activo espacios alternativos como el CSO l’Horta y principalmente el CSA La Residencia.

Cuestión aparte es la duda que lanza Sam Mcpheeters en el más que recomendable libro Mutations: The Many Strange Faces of Hardcore Punk, que acaba de publicar la editorial californiana Rare Bird. El confundador de bandas como Born Against, Wrangler Brutes y Men’s Recovery Project se cuestiona si la era de las redes sociales es realmente posible seguir hablando de underground.  Y -añadimos- ¿contribuyen artículos como este a restarle a la escena el encanto de lo secreto? La pregunta queda en el aire.

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