VALÈNCIA. Entre idas y venidas a la ciudad, el mes de agosto me permite, en algún hueco, practicar una actividad que cada vez valoro más como el lujo que es, y que consiste en disfrutar de ciertos espacios urbanos como si nos los hubieran abierto exclusivamente para nosotros, por el hecho de hallarlos prácticamente vacíos. Esto ocurre en ciertos momentos del mes de la canícula, aunque, por el aumento del turismo y porque ya son muy pocos los privilegiados que pueden cogerse, entero, el mes de agosto para el dolce far niente, hace que esos instantes de soledad empiecen a escasear. Pocos placeres como el de contemplar una obra maestra sin pasos ajenos a nuestro alrededor. Sería algo así como escuchar a Miles Davis, Grigory Sokolov en un concierto privado. Recientemente hablé de la masificación de ciertos museos como un problema a resolver, hoy, sin embargo, lo haré de esos lugares en los que uno tiene la ilusión casi de habitarlos, pues, en ciertos momentos, se encuentran prácticamente vacíos En nuestra ciudad existen varios de estos oasis de tranquilidad efímera que estos días, a pesar de la masiva visita de turistas. Echarán en falta aquí por tanto la Lonja de la seda, del Mercado Central, del Museo Nacional de Cerámica González Martí o la Catedral y su flamante nuevo museo tan poco conocido por los propios valencianos. Así como otros que han entrado en la nómina de hits, por derecho propio, como la Iglesia de San Nicolás.
El cierto morbo que rezuman las paredes del Museo del Patriarca es debido a la sensación de lugar secreto, un tanto “por descubrir” ya que uno se ve sorprendido, si no los conoce, por la calidad de sus fondos en un lugar que por no haber no hay ni vigilantes de seguridad. Hay poco editado sobre esta magnífica colección y esto la convierte en una ilustre desconocida. Las salas, de pequeño tamaño, eran en origen habitaciones de antiguos seminaristas, reconvertidas en 1959 en museo. Ya solo por el extraordinario Cristo varón de dolores de Jan Gossaert (Mabuse), auténtica obra maestra del siglo XVI, el Ecce Homo de Ribera o la Adoración de Pastores del Greco, vale la pena la visita. Pero si a eso añadimos obras, algunas excelentes de Van der Weyden, Bouts, Juan de Juanes, Ribalta, Del Sarto, su visita es una obligación.
Enfrentado al Palacio Arzobispal se encuentra, algo agazapado, el de los Condes de Berbedel (también conocido como del Maqués de Campo) en el que, desde 1989, se encuentra el museo de la ciudad. Sus salas todavía rezuman el sabor de antigua casa palacio del XIX de la nobleza valenciana. Es este otro insigne desconocido que estos días puede recorrerse escuchándose únicamente los propios pasos o a lo sumo también de quien nos acompañe Nos reciben las esculturas en mármol del siglo XVII situadas en el patio inferior obra de Antonio Ponzanelli (Carrara 1654 - Genova 1735), que provienen del antiguo huerto del canónigo Pontons.,
Ya en sus salas, obras desde la Edad Media hasta nuestros días la colección recorre el arte valenciano en sus sucesivas etapas pictóricas y escultóricas. Interesantes los ocho espectaculares lienzos que José Vergara realizara para la capilla de Santa Rosa de Lima en la Real Casa de Enseñanza, así como obras de Espinosa, Vicente López o Camarón. Se trata de una colección más que digna, aunque se pueden detectar algunos errores en las cartelas en cuanto a la datación cronológica de piezas, que cabría revisar, así como potenciar la labor de limpieza y restauración que en algunos casos deja un tanto que desear. Sería injusto no mencionar la extensa donación de la Colección Azcarraga, irregular en su calidad y artistas representados, pero muy representativa de la plástica valenciana más figurativa del siglo XX. Completan la extensa colección algunas piezas de arqueología griegas, romanas e íberas así como la colección de forja, pesas y medidas de Juan Antonio Gómez Trenor.
Permanecer unos minutos en solitario frente al San Sebastián atendido por Santa Irene de José de Ribera del Museo de Bellas Artes, una de las obras maestras del Barroco español, libre de visitas colegiales, es una exquisitez propia del verano. Ya hemos hablado en diversas ocasiones del “problema” de esta gran pinacoteca española. Su situación extramuros de la ciudad antigua y sobretodo su poco amable acceso son factores que no ayudan, provocando que se resienta el número de visitas, que debería ser mucho más alta para un museo de esta calidad. Estos días se puede disfrutar casi en soledad del Autorretrato de Velázquez, Los improperios del Bosco o del San Bruno de Ribalta, entre otras muchas maravillas.
Este es un museo también ignoto para muchos valencianos. Una visita para verdaderos aficionados a la pintura, pero también agradará a curiosos que quieran saber más sobre cómo eran las viviendas de la pequeña burguesía valenciana de finales del siglo XIX, con la característica distribución de espacios, el mobiliario del momento y las artes decorativas “a la moda”, así como el característico y recogido patio-jardin trasero de traza mediterránea. Se trata de la deliciosa Casa Museo dedicada al pintor José Benlliure (1855-1937), integrada en la red de museos municipal. Además de la excelente colección donada por su hija en 1957, hay obra de la saga Benlliure formada, además de por José, por su hijo Peppino y del célebre y prolífico escultor Mariano. Completando la colección, y para dar una mejor visión del artista, hay obra de pintores coetáneos al dedicatario como Sorolla, Muñoz Degrain o Rusiñol.
Fuera del apartado museístico, tres espacios muy diferentes, de gran interés para visitar casi en soledad. Frente al Convento de Santo Domingo encontramos el Palacio del Conde de Cervelló, formando un entorno histórico, el de la Plaza de Tetuán, que desafortunadamente se halla demasiado a expensas del tráfico rodado. De origen medieval, la fisionomía que actualmente podemos contemplar se debe a las reformas realizadas ya en el siglo XVIII. Felipe Carlos Osorio de Castellví Guzmán y Carroz (1763-1815) sexto conde de Cervelló cede al gobierno municipal de la ciudad el uso del palacio, utilizándose como residencia real desde ese instante. Tras un período deshabitado fue restaurado recientemente, albergando desde ese momento el Archivo Municipal. Vale la pena recorrer las salas del piso superior decoradas en el gusto decimonónico con retratos reales desde los excelentes debidos a Vicente López y a su hijo Bernardo hasta alguno que otro no demasiado presentable. Fuera del apartado museístico, lugares de interés que estos días hay que recomendar son las imponentes- y más si cabe cuando se visita su interior y se sube hasta las azoteas- torres de Quart (si no lo han hecho, no sé a qué están esperando) y los románticos jardines de Monforte maravillosamente pintados por Santiago Rusiñol y Genaro Palau.