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VALÈNCIA. Si el anterior Premio Nacional de Artes Escénicas para la Juventud y la Infancia se otorgó a una formación valenciana, este año ha viajado más al norte para recaer en los cántabros Escena Miriñaque, de quienes el Ministerio de Cultura ha destacado específicamente la obra que este fin de semana Sala Russafa estrena en la Comunitat Valenciana.
El 2 y 3 de noviembre, el grandes y pequeños podrán disfrutar de tÁ, la primera pieza escénica para la primera infancia creada por la bailarina y coreógrafa Lorena Fernández, tras una exitosa carrera con más de 20 años en la danza. “Mi hermana tiene una compañía especializada en teatro para bebés y me rondaba el gusanillo de hacer algo juntas”, explica la creadora, quien pasó unos meses en España, dejando temporalmente la compañía nacional de ballet clásico de Uruguay donde trabajaba entonces.
De aquel país se le había pegado la expresión ‘tá’, que lo mismo se usa para asentir que para expresar cansancio ante la insistencia. En paralelo había ido tomando notas interiormente del comportamiento y aprendizaje de sus propios hijos, para dar forma a un proyecto donde quería que la danza y el teatro sumaran su potencial para conectar con los niños, usando únicamente la unión de esas dos letras para crear melodías y resignificar todo un mundo, como hacen los pequeños al lanzarse a balbucear, intentando comunicarse con quienes les rodean.
Conforme iba madurando el proyecto se sumó la idea de hacer un homenaje al realismo mágico, con referentes como el pintor Magritte. “De ahí los sombreros bombín que llevan las intérpretes y los trajes de chaqueta negros”, señala la directora del espectáculo. Quería invitar al público a jugar con la premisa de esta tendencia artística de que nada es imposible, de que las cosas más irreales o fuera de contexto pueden adquirir nuevas lecturas para encajar a la perfección. Por eso escogió como punto emplazamiento para el espectáculo un bosque, “por su capacidad de transformación, de alojar cosas maravillosas, bellas e inesperadas”, explica Fernández.
Con estos mimbres, la coreógrafa y directora fue compartiendo las ideas de base con las dos intérpretes de la pieza, Ivana Heredia y María Canel, en un proceso creativo conjunto. “Les invitaba a explorarlas, les empujaba hacia sus límites y veía qué podía incluir en la pieza de lo aportaban. Así que ellas han tenido un papel fundamental a la hora de hacer crecer esta historia que en realidad es muy simple”, comenta la directora.
El espectáculo consiste en cómo va transformándose en amistad la relación de las protagonistas, al tiempo que deciden transformar un árbol en una casa. Un proceso en el que el público las acompaña y ayuda, mientras van entonando una pegadiza melodía y se comunican básicamente con palabra ‘tá’. Todo al ritmo de una ecléctica banda sonora donde caben canciones de Frank Sinatra, una sobriedad en el vestuario y una escenografía con guiños a las artes plásticas que trata de romper los estereotipos sobre los espectáculos para público familiar como obras de menor factura escénica. Un aspecto que ha valorado muy positivamente el jurado del Premio Nacional, junto al carácter participativo de la pieza.
“Los niños son los espectadores más sinceros. Si se están aburriendo lo van a decir, no tienen el pudor de los mayores ni intentan guardar las formas. Pero si se entusiasman también lo expresan. Así que tenía mucho respeto a cómo iba a funcionar la obra. Y nos encontramos con que para los adultos es muy bonito ver cómo los pequeños entran a formar parte de la escena, literalmente. Suben al escenario, interactúan con los personajes… Y para los niños es una experiencia muy completa, que conecta con ellos y les estimula para no ser un espectador pasivo”, explica Fernández sobre la recepción de una gira que ya les ha llevado al exterior, a países como Rumanía o Uruguay. Una gira que este fin de semana pasa con dos únicas funciones por Valencia y que no cesa de sumar fechas en España gracias a los reconocimientos que está obteniendo la compañía, sobre todo al Premio Nacional.
Dentro del festival Rayuela’24, los aragoneses Teatro Che y Moche presentan Don Juan en los infiernos, que Sala Russafa programa del jueves 31 de octubre al 3 de noviembre dentro de su XIV Ciclo de Compañías Nacionales. Una versión escénica de la película homónima de Gonzalo Suárez (1991) que también bebe de cómo Moliere se acercó a este personaje convertido en mito universal, creado por Tirso de Molina y recreado por autores como Byron o Moliere.
“Siempre he creído que la escritura de Suárez es de lo mejor de la literatura española del siglo XX. Pero no obtienen el mismo reconocimiento artístico un guion de cine que una novela, por ejemplo. La belleza de las palabras con las que narra su particular acercamiento al mito contrasta con el crápula que presenta, lleno de maldad y machismo. Es un choque que me interesaba mucho y pensé que podría incrementarse llevándolo al teatro”, explica Joaquín Murillo, adaptador y protagonista del montaje escénico, quien quería huir de la versión romantizada que se impuso tras el éxito del Don Juan Tenorio de Zorrilla.
“Los lenguajes del cine y las artes escénicas son distintos, había que reducir localizaciones, personajes... Además, apostamos por hacer un homenaje al teatro clásico, no un acercamiento contemporáneo. Nos parecía que trasladar al público a otra época era un viaje que permitía ser más crítico con el mito y su historia”, comenta Murillo, para quien resultó fundamental aprovechar aspectos como la trasformación frente al público de un intérprete en múltiples papeles o los juegos de apariencias, así como el trabajo con la luz y la ambientación.
La idea era establecer una cierta complicidad con los espectadores sobre la representación a la que están asistiendo. “Pensamos que así había más posibilidades de que se produjera un distanciamiento y fuera más fácil identificar comportamientos, tipos de relación con los demás que llevaran a la audiencia a darse cuenta de que varios siglos después siguen muy extendidos”, asevera el responsable de la adaptación teatral, para quien los avances sociales del feminismo y las resistencias que se le oponen hacen necesarios montajes como éste, que visibilizan actitudes hoy totalmente censurables.
La obra establece el paralelismo entre los últimos días de Don Juan y de Felipe II, ambos símbolos de una España negra. El declive moral y la pérdida de fuerzas de ambos va transcurriendo al unísono. Mientras que se empodera Doña Elvira, a quien interpreta Gema Cruz. La esposa del conquistador es ahora capaz de ponerle en su sitio, cuando éste se enfrenta al final de su vida. Completa el reparto Saúl Blasco en el papel principal de su asistente Esganarell, aunque se transforma en otros personajes a lo largo del montaje. El compañero vital de Don Juan también mira con ojos críticos a quienes algunos autores exaltaron.
“Algunas versiones han sido condescendientes con la maldad de este mito. Nosotros la mostramos, salteando momentos cómicos con el drama de quien va perdiendo la razón y la vida”, argumenta Murillo sobre un montaje que el público disfruta, estimulante a nivel estético e intelectual, por el repaso que invita a hacer a los espectadores de cuántos ‘donjuanismos’ ha realizado o consentido a su alrededor, en pleno siglo XXI.
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