Una escapada al universo charro para descubrir un nuevo hotel gastronómico, tapear y comprar hornazo.
Siempre me gustó Salamanca. Casualidades de la vida, mi suegro es de un pueblecito cercano, así que el apego ha crecido en los últimos años. Esta ciudad, Patrimonio de la Humanidad, es un auténtico espectáculo cultural y monumental. Con su Universidad, la más antigua de España, y sus dos catedrales que se imponen en el horizonte al cruzar el río Tormes, es una ciudad como pocas, que te invita a pasearla una y otra vez.
Y sea cuando sea, encontrar el astronauta en la Puerta de Ramos de la Catedral o la famosa rana en la Universidad es casi un ritual. Por más que me encante perderme por sus calles y encontrarme a cada paso con la grandiosidad, la excusa de este viaje era otra: conocer el nuevo hotel gastronómico de la ciudad. Porque unir hotel y gastronomía es siempre un acierto. Se llama Eunice y abrió hace apenas unos meses a unos pasos de todo.
Es el proyecto de José Manuel Pascua, chef e ideólogo de este lugar en el que quiere que nos sintamos no como huéspedes, sino como invitados. Para ello, cogió un palacete del siglo XIX y lo transformó en un exclusivo hotel boutique de 13 habitaciones, donde cada detalle está cuidado al máximo. En las estancias reina la calma y son de lo más acogedoras gracias a su diseño, en el que se combinan materiales nobles y detalles tradicionales como los bordados serranos y botones charros. Y aunque queramos quedarnos aquí al resguardo del fresquito que ya empieza a hacer en la ciudad, hay que salir.
Si el hotel es ya de por sí una monada de lo más acogedora, cuando ya sabes que la gastronomía es su otra razón de ser, es cuando lo acabarás totalmente enamorado. Con las figuras de Alejandro Alfageme en cocina y Silvia Gaspar en sala, el hotel, por el momento, cuenta con un espacio al que muy pronto se unirá Pascua, otro concepto más. La propuesta es de lo mejor que he probado últimamente. Hay tradición sí, hay sabores salmantinos, pero también hay mucha personalidad. Se podían haber quedado en lo fácil, pero fueron más allá. Prueba de ello son algunos bocados como su buñuelo relleno de morro, el guiso de legumbre o la pluma ibérica que acompañan de una parmentier de patata que no querrás que termine nunca. Hasta los postres sorprenden, con unos cítricos en texturas, perfectos para limpiar el paladar y otro dulce con melocotón y un helado de bourbon espectacular.
A la mañana siguiente te espera otra de las joyas, el desayuno gastronómico. Sí, gastronómico. Y eso es porque se trata de un festín servido en mesa, con varios y deliciosos pases. Lo ideal es pedir el completo, aunque luego te haga sacrificar la comida, porque aquí hemos venido a jugar, ¿no? Lo mejor es que se prepara a nuestra vista, en lo que fue una bellísima cocina antigua. Si optas por el desayuno Eunice -el largo-, empezarás con una selección de cafés, tés y zumos, además de una copa de cava Mestres y seguirás con dos mundos, el dulce y el salado. La parte dulce también va variando, pero incluye maravillas como una bamba de nata, un bizcocho borracho o una esfera de rosas y frambuesa. También fruta, granola casera y mermeladas y compotas caseras.
En el mundo salado no faltan el pan de La Tahona, los ibéricos de la Hoja del Carrasco, sobrasada, tomates confitados en aceite de oliva y aromáticas o un riquísimo éclair de paté ibérico. Si todavía tienes hueco, que lo tendrás, el tercer momento te permite elegir entre una tortilla vaga hecha al momento con ingredientes de temporada o unos huevos benedictinos. A cada cuál más rico. Y lo bueno es que si lo reservas, también puedes disfrutarlo si eres un cliente externo.
Después de disfrutar de la experiencia en el hotel, toca despedirnos, pero no sin antes disfrutar un poco más de la ciudad. En Salamanca se come de cine. Jamón ibérico, farinato, y, por supuesto, hornazo. Creo que no hay mejor souvenir que llevarse de esta ciudad que un buen trozo -o pieza entera- de esta delicia. Lo que nació como algo típico para comer el Lunes de Aguas, ahora es ya tan emblema como la propia rana de la fachada de la universidad. Por si no lo conoces, se trata de una especie de empanada, que se rellena de embutidos como chorizo, lomo y jamón y se envuelve en una masa crujiente y dorada. Es una bomba, pero también algo absurdamente irresistible.
¿Mi consejo? Hacerte con un par de raciones de algunos de los sitios más aclamados donde los venden. Todos coinciden en que los de La Tahona, La Madrileña de Alba de Tormes y Confitería Gil, son los mejores. Sin ser yo una experta en la materia, todos me parecen espectaculares. Así que si te animas a una cata para rememorar el sabor de esta tierra... Ya sabes.
Bonus track: Hemos hablado del hotel y su restaurante, del hornazo y no podía olvidarme de cómo se tapea de bien en esta ciudad. Si te quedan hueco y tiempo, apunta estas recomendaciones rápidas. Las croquetas, la ensaladilla y las bravas de Tapas 2.0, la jeta (careta de cerdo) crujiente del Oroviejo, el arroz de chanfaina de Casa Paca, las manitas deshuesadas del Mesón de Gonzalo... Con esto no fallas y ya coronas la escapada. Bon appétit!