VALENCIA. La sombra de Joaquín Sorolla (Valencia 1863-Cercedilla 1923) es alargada, y esta, de una forma u otra, siempre planea sobre nuestra ciudad alternando los momentos de crecida con otros en los que su presencia es más discreta. Ahora, de plena actualidad, se vive uno de esos instantes de sobreexposición. En hasta tres muestras temporales hace acto de presencia. La primera y más importante por la calidad del material expuesto, en el Centro del Carmen, está dedicada a sus bocetos preparatorios para sus extraordinarias escenas de playa. En otra, sus obras comparten salas del IVAM con otras de Pinazo o Muñoz Degrain en la exposición Entre el mite i l’espant. El mediterrani com a conflicte, hasta el 3 de julio.Finalmente ya desde el pasado noviembre y hasta el 3 de abril en la Fundación Bancaja, Sorolla se hace presente con varias pinturas, formando parte de la Colección Lladró.
Pero no todo pueden ser noticias sugerentes: también ha saltado a los medios el goteo de salidas de obras del autor que se hallaban depositadas en el museo San Pío V, que completaban la denominada sala Sorolla. Ya se han devuelto tres cuadros a sus depositantes, que estaban cedidos por sus propietarios. A final de mes sucederá lo mismo con otros seis y algunos más seguirán el mismo camino en diciembre. Mientras, una de sus mejores obras, adquirida por la Diputación de Valencia en los años 80 en una conocida sala de subastas británica, sigue estando vedada a la
No aportaría nada hablando de las excelencias de un artista incuestionable. Me interesa más fijar la atención en su influencia y en la extraña relación con su ciudad natal. Esta no es todo lo normal que cabría esperar, más cuando su figura icónica se ha ido reivindicando sin tapujos de forma continua. Pero en pocas ocasiones un artista tan relacionado con un paisaje, un entorno natural y e incluso social a través de su pintura, ha estado presente de forma tan discreta en sus colecciones tanto públicas como privadas.
Seamos claros, el mejor Sorolla suele estar lejos de aquí: en los Estados Unidos, en Madrid o en La Habana por citar tres lugares. Paradójico resulta el hecho de que si se quiere disfrutar del gran Sorolla de las marinas haya que alejarse del mar trescientos kilómetros. Llama la atención que no exista, ni haya existido, en Valencia una institución museística permanente dedicada al eximio pintor, aunque me temo que esta es una tarea ardua porque se carece de un corpus de obra significativo y relevante y su adquisición en el mercado es complicada tanto por los precios como por la escasez. Las razones de ello dan para toda una tertulia con ramificaciones de toda índole que muy probablemente derivaría en un debate sobre nuestra peculiar forma de ser.
Sin embargo, y es otra de las paradojas, a pesar de que Sorolla no ha sido todo lo profeta en su tierra que cabría esperar, al menos desde el punto de vista que comentaba, su influencia en el arte académico e incluso en las artes decorativas inspiradas en su producción, es avasallador hasta incluso nuestros días. Para algunos su influjo puede calificarse de cegador en el sentido más peyorativo. Y así llevamos casi un siglo hablando, y polemizando también sobre el sorollismo y antisorollismo. Sin ir mas lejos a pesar de que ¡en 1929!, Josep Renau publicara su manifiesto “Contra el Sorollismo”, a raíz de la Exposición de Arte de Levante, las huellas del neoimpresionismo sorollista permanecerá varias décadas después de su fallecimiento y hasta nuestros días.
Vicente Aguilera Cerni, hablaba de un contexto que se miraba demasiado un ombligo ya de por sí muy próximo: “Valencia estaba completamente desconectada de la modernidad (…); artísticamente predominaba un localismo de muy cortos vuelos, que forzaba casi siempre la partida de los más inquietos entre los jóvenes (como Vento, Genovés, Sempere, Victoria, Hernández Mompó, Albalat)…”.
Es normal que los grandes artistas creen escuela y su presencia se propague más allá de su muerte, pero quizás, y es algo de lo que quisieron zafarse estos artistas, la cosa había ido demasiado lejos. Con la perspectiva del tiempo quiero convencerme de que las consecuencias del sorollismo y del antisorollismo como caras de una misma moneda no pueden ser más positivas, puesto que el sorollismo dio lugar a un conjunto de artistas memorable (Martínez Cubells o Benedito Vives) y precisamente este seguidismo y su movimiento de “rechazo” fue un acicate suficientemente importante como para dar lugar a una generación y unos grupos no menos relevantes. Y es que la rebeldía produce excelencia, precisamente por ese impulso hacia el cambio. El propio sorollismo como revulsivo para revolverse contra él. La renovación, afortunadamente, llega con el extraordinario Grupo Parpalló y su renovación del paisaje artístico Michavila (con una recientemente inaugurada muestra la Nau, muy recomendable), Andreu Alfaro, Amadeo Gabino, Vicente Castellano o Manolo Gil, entre otros muchos, se agrupan con el compromiso, en un primer momento de luchar contra el omnipresente corriente académica.
Leía recientemente un libro sobre la abstracción geométrica en el que Eusebio Sempere se quejaba de que los profesores de la Academia de San Carlos obligaban a los alumnos a pintar como Sorolla ante lo cual rebelaban y se intercambiaban casi a hurtadillas estampas de Van gogh y Gauguin ¡nada menos!, y sobre el sorollismo Jorge Ballester (fallecido en 2014), integrante del Equipo Realidad y que nunca ha teñido pelos en la lengua, decía entre bromas y veras: "El inefable Duchamp no puede faltar, empieza a caerme gordito de tanta presencia; Duchamp no me molesta, me molestan los 'duchampianos', aunque yo lo soy de cierto modo; es lo que me pasa con Joaquín Sorolla, un gran pintor, pero el sorollismo no hay quien lo aguante".
De “higiene mental” hablaba Andrés Cillero cuando en 1981 junto con Nassio y Llorens Cifre completaban la nómina de una muestra: “Exponen juntos los valencianos que rompieron con el sorollismo” rezaba el titular del artículo aparecido en El País, en respuesta “a las directrices oficiales del Círculo de Bellas Artes”. Llama la atención que buena parte de la pintura hasta la década de los sesenta se tenga que medir en términos de si es más o menos sorollista. En una reseña a una exposición reciente de uno de los discipulos predilectos de Sorolla, Salvador Tuset, bastante ilustrativa, se decía que era “uno de esos pintores valencianos cuya obra se desarrolló alrededor de lo que se ha denominado el “sorollismo”, lo que tal vez le haya perjudicado a la hora de valorar su pintura”.
Trascurrido todo esto, tenemos el legado de uno y otros para el disfrute o el rechazo. Más allá de los movimientos artísticos, sólo hay dos clases de arte: el bueno y el malo y de entre sorollistas y antisorollistas podemos encontrar ambas clases en ingentes cantidades. Que siga el-apasionante- debate.