VALÈNCIA. El año dos mil diecisiete, tal y como solemos referirnos a los años, además de una vuelta completa de la Tierra alrededor del Sol, es el conjunto de todas las acciones humanas -y algunas naturales- que han entrado dentro de los límites de esta órbita: así decimos que el año ha sido bueno o malo a título personal en función de qué logros nos lo hayan endulzado o de qué pérdidas lo hayan amargado, y desde el plano colectivo, lo juzgamos según distintos parámetros -porque si lo pusiésemos todo en la balanza, difícilmente sacaríamos algo en claro, siendo optimistas-. Un año puede ser malo a nivel de accidentes de tráfico si ha habido más muertos en la carretera. Bueno a nivel de donaciones de órganos si la tendencia a la generosidad ha seguido en la misma línea aquí en España. Malo para el empleo si el paro ha aumentado o al menos no ha menguado. Bueno para el turismo si seguimos rumbo de convertirnos en la Turistia que escribió Pablo R. Burón y de la que ya hablamos por aquí. Malo para un sector, bueno para otro, incluso ni fu ni fa, que suele ser más fu que fa, del mismo modo que cero grados es más frío que calor. Algunos de estas impresiones dependen en gran medida de con qué se compare la cifra que ha dejado el año y sobre todo, con las causas de esas cifra: si los accidentes de tráfico menguan significativamente a lo largo de los años, la noticia quiere decir que se está haciendo un buen trabajo de prevención y concienciación, aunque evidentemente a nadie le alegre ni un solo cadáver sobre el asfalto.
Donde por desgracia hay consenso respecto a los datos es en lo que a violencia de género se refiere, porque ni siquiera podemos confiar en tales datos para evaluar la situación. El año dos mil diecisiete ha sido terrible: cuarenta y ocho mujeres han sido asesinadas junto a ocho menores que han sufrido el mismo destino según fuentes oficiales, y eso sin contar a Diana Quer, que figurará como primera víctima del año dos mil dieciocho tras los macabros hallazgos realizados por la Guardia Civil en la bisagra entre el año que se iba y el que entraba, y gracias a que en adelante se contabilizará no solo a las mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas, tal y como se venía haciendo hasta ahora siguiendo la definición que ofrece de violencia de género la obsoleta Ley Orgánica de Violencia de Género de 2004. El año dos mil diecisiete ha sido terrible, el año dos mil diecisiete nos señala con su dedo acusador, poniendo en evidencia que como sociedad ni siquiera hemos empezado a entender el problema, mucho menos a ponerle solución. No llevamos bien ni las cuentas. Conviene por tanto que sentemos las bases de futuras medidas, y eso pasa por comprender qué ocurre, quiénes son esos asesinos, violadores y maltratadores que “aparecen” en cualquier familia, esos “monstruos” que sorprenden en muchas ocasiones a familiares y vecinos con su brutalidad.
Pues bien, ni aparecen de la nada ni son monstruos. Joumana Haddad (Beirut, 1970), escritora, poeta y activista libanesa, ha retratado muy bien qué son en su libro Superman es árabe. Acerca de dios, el matrimonio, los machos y otros inventos desastrosos. Publicado por Vaso Roto Ediciones en dos mil catorce, no es una novedad, aunque desde luego sí es de rabiosa actualidad, como se suele decir. Y en este caso, lo de “rabiosa” no ha sido un epíteto escogido por inercia, como esas palabras que van juntas de las que habla Joaquín Reyes -véase marco incomparable o aledaños del estadio-: esta actualidad genera mucha, mucha rabia. Ya en la dedicatoria sienta Haddad las bases de lo que desarrollará desde la primera página de la narración propiamente dicha, que no es solo narración, pues la autora va avanzando en sus ideas a golpe de prosa pero también de poesía: “A mis dos hijos, Mounir y Ounsi. Que puedan crecer siendo menos 'superhombres' y más verdaderos 'hombres'. Hombres de los cuales yo pueda estar orgullosa. Hombres que estén orgullosos de serlo”. Jaddad prosigue con una explicación algo más detallada de por qué la analogía entre Superman y los hombres a los que la vida le ha acostumbrado, y a continuación, con un rapapolvo honesto y generalizado que deja claro qué opina acerca de, por ejemplo, charlatanes, fanáticos, machos, playboys o burkas.
A partir de ahí Jaddad nos acompaña por un recorrido que incluye sus primeras experiencias con el género masculino, desde el joven idealizado desde el que se enamoró desde un balcón siendo niña, hasta la primera vez que vio un pene por cortesía de un viejo exhibicionista que la acosaba cuando iba al colegio siendo niña también -algo que más de una lectora por aquí habrá vivido, seguro-; el descubrimiento del Marqués de Sade, su insatisfactorio matrimonio consumado a los veinte años, sus experiencias posteriores y las revelaciones alcanzadas sin divinidades gloriosas de por medio que fueron llevándola a construir la identidad que desde entonces defiende pese a las dificultades que supone para una mujer libanesa defender su atonomía, autosuficiencia y antagónico desacuerdo con casi todos los pilares básicos de la sociedad en que nació y del mundo árabe en que por tanto queda englobada -es fácil imaginar el cariño que le profesan los fundamentalistas-, cuyas costuras muestra con gran inteligencia poniendo de manifiesto las contradicciones en las que incurre el islam y los apaños que en ocasiones se han tenido que hacer para que la hipocresía no sea explosiva. Tal es el caso, por ejemplo, de los matrimonios de placer que señala Haddad:
"¿Y qué decir del zawaj al mut'ah o nikah al mut'ah (matrimonio de placer) del islam chiita? Es un contrato matrimonial temporal que se disuelve automáticamente una vez que termine su breve período, sin necesidad de divorcio. La mujer solo tiene que decir: «Me caso contigo por cierta cantidad de dinero (declara cuánto) y por cierto tiempo (dice cuánto)». Luego el hombre dice: «Acepto». Y eso es todo. Una amiga me dijo que una vez un primo suyo quiso contraer un matrimonio de placer con una prostituta rusa, así que le hizo repetir como un loro las sagradas palabras árabes necesarias para que el matrimonio fuera válido. Ahora bien, para una persona normal esto sería prostitución legalizada, porque el supuesto matrimonio puede durar no más de media hora y la mujer recibe dinero a cambio. Pero para los musulmanes chiitas es una unión honrada y no se considera libertinaje: es suficiente que pronuncies el nombre de Allah y unos versos del Corán y ya no estás pecando o follando con una prostituta".
Pese a que por fuerza es la realidad que ha conocido más de cerca, el mensaje de Haddad sobre los supermanes no se ciñe a la virilidad árabe: sirve para todos los hombres del mundo. De igual manera, su concepción del patriarcado no conoce fronteras: a estas alturas de la película (de terror) tenemos claro que es un desastroso y terrible imperio global. Por eso la fuerza que destilan las palabras de Haddad y la vehemencia y autenticidad de los poemas que constituyen una parte fundamental de Superman es árabe, no solo como recurso estético sino como elemento explicativo -porque muchas veces las imágenes explican mejor que las palabras, y la poesía tiene de ambas-, son tan necesarias: para quien esté dispuesto a leerla con la mente abierta será puro calor solar; para quien no, kryptonita.