El filósofo norteamericano del XIX, autor de ensayos como "Walden" y "Desobediencia civil" (ambos editados por Errata Naturae), inspiró a pacifistas como Gandhi, anarquistas como Unabomber y novelistas como Henry Miller
VALENCIA. No hay antología de literatura subversiva que no pase tarde o temprano por la figura de Henry David Thoreau (1817-1862). Su vida y su obra fueron fundamentales para la construcción del ideario pacifista de Gandhi (quien se basó en el tratado Desobediencia Civil del filósofo estadounidense para erigir sus célebres tácticas de resistencia pasiva contra la opresión del Imperio Británico en la India). Sus ensayos, enraizados en el trascendalismo de mediados del XIX, también forman parte del ADN del pensamiento ecologista y anarquista.
Influido a su vez por el romanticismo alemán contemporáneo y el hinduismo, Thoreau abogaba por una vida contemplativa y por la observación de la naturaleza como vía de encuentro con uno mismo y con el universo. Y fue así como, en un acto crítico contra una sociedad que consideraba conformista y esclava de las instituciones, el autor decidió retirarse a vivir a las inmediaciones del lago Walden, en una vieja cabaña cercana a su ciudad natal, Concord (Massachusetts). Hoy este idílico emplazamiento, protagonista callado de una de sus obras más conocidas -Walden-, es un punto de peregrinación para los seguidores del escritor, que encuentran allí una réplica de la cabaña de 14 metros cuadrados en la que vivió durante dos años, dos meses y dos días.
Apenas una chimenea de piedra, un tejado a dos aguas y dos ventanas componían el rústico refugio donde Thoreau llevó a cabo un experimento de vida salvaje consecuente con las revolucionarias ideas en las que ya venía trabajando tiempo atrás. Defendía una forma de subsistencia espartana, que anticipaba ya la preocupación por los excesos del consumismo ("La riqueza de un hombre se mide por la cantidad de cosas de las que puede privarse"); fue un pionero en el cuestionamiento del trabajo y la necesidad de ganar dinero como eje vital de nuestras vidas. Prefería las largas conversaciones con hombres del campo -o los plácidos silencios en compañía- a la aparatosidad inútil de los usos y costumbres de la vida burguesa. Todavía a día de hoy continúa sorprendiendo que este pensador decimonónico enarbolara un alegato tan clarividente a favor del derecho a jugar y "perder el tiempo" en actividades no productivas económicamente, sino espiritual e intelectualmente.
Thoreau vivió esos dos años evitando todo comercio, medio de transporte y prácticas de caza (de hecho tenemos en él a un pionero del veganismo), bastándose con lo que el entorno ponía a su disposición. Cultivaba sus propios alimentos y adaptaba su dieta a lo que había, sin imponerse necesidades superfluas. Anotó detalladamente sus experiencias y se emancipó de las obligaciones de la civilización urbana (esos lugares donde "millones de seres viven en soledad") llevando así a otro nivel su particular cruzada contra el Estado, cuya existencia se nutre, en su opinión, en el miedo y la incertidumbre de sus súbditos.
No ha faltado quien ha puesto en duda que el filósofo llevara una vida completamente frugal durante este periodo, o que incluso realizase con sus manos todos los trabajos de agricultura y carpintería que relataba (al fin y al cabo Thoreau era un cultivado profesor universitario con alzacuellos y aspecto distinguido), pero ¿acaso alteraría esto su legado?
Además de sus ideas, también sus métodos crearon escuela. Poetas y novelistas como William Butler Yeats, Virginia Woolf y Mark Twain; filósofos como Heidegger, Bernard Shaw y Wittgenstein y músicos como Gustav Mahler se hicieron construir cabañas para espolear su ingenio al abrigo de la naturaleza, en el refugio de la soledad.
Parafraseando a Henry Miller, tenemos que admitir que, desde la cumbre de nuestra decadencia, Thoreau y su lejano discípulo galo son escritores a los que es imprescindible acudir de vez en cuando. "Si tuviera que elegir entre Francia y Giono, me quedaría con Giono", dejó escrito el autor de Trópico de Cáncer".
Con València declarada Capital Mundial del Diseño, surgen proyectos paralelos y alternativos que se enmarcan dentro de este acontecimiento tan valenciano y tan mundial. Uno de estos proyectos es Proyecto Árbol, un proyecto modesto que aúna ilustración, edición y diseño dentro de la cooperación internacional. Un proyecto que aboga por el diseño como herramienta de cambio.
Hasta Stéphane Hessel entrevió el peligro de una indignación generalizada, y al año siguiente de ese ¡Indignaos!, publicó con mucha inteligencia ¡Comprometeos! Porque la indignación y el compromiso no son lo mismo