Una mesa redonda de estilo café parisina, coqueta y pequeña, de esas que se llenan con dos platillos y que exige acomodar el espacio para que la comida siga desfilando al ritmo de la conversación.
Me llevé a un buen amigo disfrutón, de esos que observan los detalles hasta que llega la comida y entonces solo hay ojos, palabras y sentidos para el plato. Ni en el Festin de Babette. La mesa de aquella noche era perfecta para dos copas, y para compartir una botella de Vicent Flors y, también, para dos vermuts macerados y acabados en el mismo ultramarinos o para un buen Champagne. Llegamos a la conclusión de que ese diámetro de mármol estaba pensado para entretenernos mientras jugábamos a picotear con los embutidos y otras especialidades ultra locales de Burriana como los coentets, o los capellanes en una ensalada de tomate de un amigo del artífice de Ultramarinos Carmencin que cultiva no muy lejos.
Ni rastro de lo que antes pudo ser el número 10 de la Avenida Mediterrània del Puerto de Burriana, ahora es el sueño de Carlos Monsonís y de cualquiera que le guste que la carta de un mismo espacio convivan las ostras de Les Perles y ensaladillas o sandwich de autor.