El Museu d’Etnologia comienza hoy con Miquel Gil y Pep Gimeno “Botifarra” un ciclo de conciertos de pequeño formato que rastrea los vínculos de las músicas folclóricas españolas con las del resto del mundo
VALÈNCIA. Dice Paco Valiente, conductor desde hace 17 años del programa radiofónico especializado en músicas del mundo Los Sonidos del Planeta Azul, que las canciones populares tienen la capacidad de sintetizar en cuatro versos certeros “una situación para la que otros necesitaríamos libros enteros”. La sabiduría de la música de tradición oral no es académica, sino que parte de personajes anónimos del pueblo y se refina poco a poco como el tacto de una piedra pulida por efecto del paso del tiempo. Los teóricos del género aplican a este proceso una lógica darwinista al entender que las letras que han llegado hasta nuestros días –quién sabe cuántas se habrán perdido- fueron perfeccionándose al transmitirse de generación en generación, adaptándose por el camino a los usos y las modas de cada época.
La preocupación de museos y bibliotecas de todo el mundo por recopilar y conservar los archivos de canciones populares tiene una razón de ser muy evidente: son pequeñas cápsulas del tiempo en la que nuestros antepasados nos hablan de cómo vivían, cómo sentían y cómo se relacionaban entre ellos. Ésa era la motivación que llevó a un joven valenciano de 15 años llamado Pep Gimeno Botifarra a coger una grabadora y recorrerse todos los pueblos de las comarcas centrales valencianas en busca de “güelos” que se prestaran a cantarle algunas de esas tonadillas ya les cantaban a ellos cuando eran niños. Este trabajo de campo ha hecho aflorar multitud de anécdotas, refranes y expresiones populares, así como pequeñas variedades lingüísticas y de pronunciación entre pueblos que apenas distaban unos pocos kilómetros. Nos hablan, efectivamente, de un mundo completamente distinto.
Así, gracias a las dansas del vetlatori, sabemos que hasta los años veinte del siglo pasado existía en las comarcas valencianas la costumbre de “celebrar” el fallecimiento de un niño con una canción y un baile “para despedir al ángel que se iba al cielo”. Al escuchar els cants de magatzem o els cants de batre, entendemos lo importante que eran estas tonadillas para imprimir buen ritmo a las labores del campo o en la fábrica (Botifarra cuenta cómo, antes de que existiese la radio, algunos empresarios de las fábricas de Alcoy contrataban a mujeres para que cantasen. Así evitaban que los trabajadores se durmiesen o despistasen durante la jornada). Pasaba algo parecido con els cants d’arrier, que desaparecieron cuando los camiones sustituyeron a los carros (¿qué sentido tenía desgañitarse para competir con el ruido de un motor?). Por supuesto, también son una importante fuente documental las canciones “picantonas”, herramientas básicas de flirteo y cachondeo entre los muchachos y las muchachas del pueblo.
Existen muchos ejemplos equivalentes en todas las regiones del mundo.
La labor que el cantaor de Xàtiva realizó con determinación durante 25 años –y que hoy prosigue en los escenarios-, no es muy distinta en lo básico y esencial a la que llevaron a cabo en su día el etnomusicólogo norteamericano Alan Lomax (1915-2002) o el compositor húngaro Béla Bartók (1881-1945) recuperando danzas rumanas folclóricas y canciones campesinas, que luego él vestía con la coraza sinfónica, elevando la música gitana al estatus de la (mal) llamada música culta.
En tanto la música es una forma viva, la supervivencia del legado folclórico pasa necesariamente por las aportaciones, transformaciones y reinterpretaciones que hagan de ella artistas contemporáneos. En este sentido ha sido fundamental la tarea realizada desde mediados de los años setenta hasta la actualidad por formaciones como Al Tall en la Comunitat Valenciana, Oskorri en el País Vasco, Milladoiro en Galicia, Nuevo Mester de Juglaría (Castilla y León), y musicólogos como Eliseo Parra, por citar solo algunos.
Aunque la partida contra la extinción de la música tradicional valenciana va ganando terreno poco a poco (recordemos que el festival Deleste se atrevió a romper sus propios parámetros en el año 2015 incorporando a Botifarra a su cartel), el Museo Valencià d’Etnologia es desde hace casi dos décadas uno de los mayores baluartes del género, ajeno en lo posible al vaivén de las sensibilidades políticas de cada lesgislatura.
Resaltar el vínculo entre pasado y presente de la música tradicional es uno de los objetivos principales del ciclo de conciertos Entomusic Tardor que comienza hoy a las 20 horas con un recital de Pep Gimeno Botifarra y Miquel Gil (fundador del grupo Al Tall) en el que se escucharán romances, villancicos, jotas, seguidillas y habaneras. El montaje de Miquel Gil y Botifarra, en el que las interpretaciones van precedidas de explicaciones didácticas, es idóneo para desgranar el árbol genealógico de los cantes valencianos. Tal y como se explica Miquel Gil en el documental Els cants dels arrels, dirigido por Albert Montón y producido por TV3 y Óptim TV en colaboración con el Taller d’Audiovisuals de la Universitat de València, “las tres ramas fundamentales de la música tradicional valenciana son la tradición europea de los romances, la tradición andalusí y los restos de música modal cruzada de todo el Mediterráneo”.
“El ciclo interconecta la música tradicional valenciana con la del resto de la península, así como la española con otras regiones del Mediterráneo e Hispanoamérica -corrobora su comisario, Paco Valiente-. Todas estas “contaminaciones” tienen una razón histórica. Las malaguenyas, por ejemplo, tienen su origen en los andaluces que venían a trabajar a València y se traían sus cantes. Aquí se asimilaba y se reinterpretaba. Lo mismo ocurre por ejemplo con las jotas, que se cantan en todo el país pero en distintas lenguas”. Otro ejemplo curioso es el de la música sefardí, un repertorio en el que la valenciana Mara Aranda (L’Ham de Foc) es una referencia a nivel internacional. “Cuando se expulsó a los judíos en el siglo XV, éstos solo se llevaron puestos sus romances, que ellos cantaban casi sin instrumentos, o con cucharas y pequeños instrumentos. Hoy en día se escuchan las mismas letras en Tetuán o Estambul, pero con distintas instrumentaciones”, aclara el mismo experto.
Los días 16, 23 y 30 de noviembre pasarán por la sala Alfons El Magnànim del museo otras formaciones conocidas por tomar los códigos de la música tradicional –estructuras, tipos de instrumentos, estilos de vocalización- y actualizarlos en nuevas canciones. En esta ocasión se contará con la participación del dúo Feten Feten (16 noviembre), que propondrá una ruta sonora por las raíces musicales de la península ibérica, Italia, Argentina y Portugal. Ritmos de vals, polca, chotis, foxtrot y seguidillas sustentadas en instrumentos convencionales como el violín, la mandolina y el acordeón, pero también con otros menos ortodoxos como el violín-trompeta, la flauta de silla de camping, el serrucho, etcétera.
Los valencianos Besarabia (23 noviembre) han centrado sus investigaciones en el repertorio y las instrumentaciones de los Balcanes y melodías klezmer procedentes de las comunidades judías de Europa Oriental. Su propuesta se basa también en gran medida en la interpretación de temas propios cantados en valenciano, donde confluyen los sonidos balcánicos y mediterráneos con elementos más modernos del jazz o el flamenco. El concierto servirá al mismo tiempo para presentar el último disco de la banda, el autoeditado Ritmos, Trenzas y Gatos (2017).
El ciclo Etnomusic se despedirá el 30 de noviembre con el violonchelista francés (aunque asentado en València hace años) Matthieu Saglio y el guitarrista José “El Piru”. Un dúo “todoterreno” que amalgama el flamenco con el jazz y otros géneros contemporáneos, soltando las riendas de todo tipo de ritmos y matices.
“Se suele hablar de la música mediterránea como de un todo, cuando la realidad no puede ser mas distinta –concluye Valiente-. Todo está interrelacionado, pero todo es diferente”. Los fados portugueses, las tarantelas italianas, la música raï argelina, el rebético griego. La música balcánica de metales, que tiene su origen en las bandas militares, en contraste con las sevdalinke, canciones bucólicas e intimista de Bosnia-Herzegovina, que han experimentado una mayor internacionalización y modernización a raíz del éxodo que produjo la guerra de Bosnia entre 1992 y 1995. “El objetivo de ciclos como este del Museo Valencià d’Etnologia es animar a la gente a descubrir toda esta enorme riqueza”.