Descubriendo un nuevo hotel a orillas del Duero, comiendo de cine y por supuesto, bebiendo mucho vino de Oporto.
Siempre nos quedará Oporto. Si con Lisboa ya suspiramos a ritmo de Fado, solo hace falta una escapada a la otra reina portuguesa, para dejarnos encandilar con ese no se qué que tienen estas ciudades a orillas de un río, tan cosmopolitas como, a veces, decadentes. El norte de nuestro vecino tiene esta fantástica ciudad en la que siempre pasan cosas. Y no solo alrededor de uno de sus grandes tesoros, los vinos, claro, sino también con su gastronomía o con los hotelazos que abren allí.
Camões dijo de ella que era 'el nombre eterno de Portugal' y no vamos nosotros a contradecir a un sabio poeta. Sí que es cierto, que como buena parte de las ciudades del mundo, el turismo la tiene un poco de aquella manera. Si hace años podías entrar libremente a uno de sus tesoros, la librería
Lello que parece salida de la saga de Harry Potter, ahora tienes que comprar una entrada, seleccionar un horario y aún así, hacer una cola kilométrica.
Menos mal que Oporto tiene otros muchos reclamos, como pasearla y subir esas cuestas inmensas que desde arriba del puente Don Luis I, nos ofrece, tanto a una orilla como a la otra, una panorámica inigualable. Y que aquí siguen haciendo honor a esos platillos que han hecho la ciudad famosa, como la francesinha -prepara el estómago- o los bolinhos de bacalhau -los buñuelos de toda la vida-. También puedes seguir tomando un café en el mítico Majestic o en A Brasileira, que curiosamente, dicen que fue el primer sitio que lo sirvió en taza a principios del siglo XX.
Y por supuesto, probando su gran tesoro,esos vinos que se elaboran en la otra orilla del Douro. Lo difícil será elegir entre sus bodegas: Sandemans, Niepoort, Ramos Pinto... Porque la mayoría ofrecen visitas guiadas donde conocer y catar mejor la historia de este vino singular, con más de 500 años de antigüedad.
Precisamente Oporto nos conquista por el estómago. A esos platos típicos, se une una floreciente escena gastronómica que tiene nombre y apellidos. Como por ejemplo los de Nuno Castro, que desde hace un tiempo oficia en Fava Tonka, un “vegetariano sin falsas pretensiones”, como él mismo afirma. Lo que sí que es cierto, es que se trata de una lección magistral de cómo se puede comer de bien con lo verde como base. Y lo hace con platos como la favada portuguesa con habas y guisantes con una salsa de steak -no de carne- y yema de huevo o con su calabaza en texturas con hinojo.
También responden al nombre de Ricardo Dias Ferreira, que ya conquistaba con Elemento y su cocina en exclusiva de brasa y leña y que abrió una segunda sucursal, GASTRO, apoyado en un concepto propio, el fire dinning. Propone un menú degustación que cambia con la temporada y que puede incluir platos como una soberbia cigala con mayonesa de nduja y guanciale.
El otro gran nombre de la ciudad es el del chef Vasco Coelho Santos, que tiene tantos conceptos como ganas de seguir creando. La joya de la corona es Euskalduna Studio, un restaurante que apenas es una barra para 10 comensales y un par de mesas compartidas, donde hace un homenaje a la cocina vasca. Lo que realmente ocurre allí dentro es una fiesta, una en la que afanados cocineros dan los últimos toques a los platos que ellos mismos presentan, ofreciendo una experiencia dinámica, divertida y muy sabrosa. Con 10 momentos, la propuesta va desfilando con creaciones como un plato elaborado solo con brócoli que te hará amarlo para siempre y por encima de todas las cosas, otro con lirio -tipo hamachi- con maracuyá y habas o el porco alentejano con cerezas.
Capitanea también un japonés, Kaigi, Semea con la parrilla como base y hasta una pescadería. Por si fuera poco, el chef tuvo que abrir un espacio dedicado a la panadería y repostería, porque su pan era tan bueno, que todos quería llevárselo a casa. A apenas unos metros del restaurante está Ogi by Euskalduna, para llevarse una barra -hogaza, en este caso- de pan bajo el brazo y algunos de sus aclamados dulces como el pain au chocolat.
Otra de las grandes razones para volver a Oporto, es para estrenar hoteles. Lleva un año abierto pero sigue siendo prioritario descubrirlo. Se llama The Rebello y está en la orilla de Vila Nova de Gaia, lo que hace que goce de unas vistas espectaculares de toda la ribera del Duero. De hecho, su propio nombre habla de los rabelos, los barcos de madera donde se llevaba los barriles de vino de Oporto, que todavía hoy mantienen muchas bodegas anclados para rememorar ese pasado.
Para levantarlo, unieron cuatro edificios antiguos, dándoles nueva vida, convertidos en hotel de lujo, pero de un lujo relajado, silencioso de ese que se lleva. Uno en el que la calidad está en los detalles, en los muebles escogidos y en un diseño atemporal pero muy acogedor y vanguardista a la vez. Más que habitaciones, lo suyo son apartamentos, equipados todos con cocina por si algún día quieres cocinar allí o si solamente te apetece abrirte algo de su mini bar. Todos los productos son portugueses y no faltan un paté de sardinas, mermelada de piña de las azores o patatas fritas de Alenquer, muy cerquita de Lisboa.
Los espacios privados enamoran, pero los públicos lo hacen todavía más. Empezando por ese lobby en el que apetece quedarse un rato sentado y siguiendo por el spa, con varias salas de tratamiento y una piscina de azul intenso de lo más fotogénica. Arriba y abajo, en todos los sitios pasan cosas. La parte alta es Bello, un rooftop con vistas panorámicas, carta de coctelería y otra de snacks, sándwiches y pizzas con el sello de M'Arrecreo, una célebre pizzería lisboeta. Abajo te espera Pot&Pan, que toma su nombre de un antiguo almacén de ollas y sartenes y que es su restaurante, donde replican recetas portuguesas con un twist. Para no perderse su tempura de judías verdes, el pollo piri-piri con puré de raíz de perejil o el milhojas de pastel de nata.