La Sala Russafa acoge el estreno de la versión extendida de la comedia Shhhh!
VALÈNCIA. ¿Es posible representar una comedia sobre el cáncer de pecho? La respuesta es afirmativa. También a la pregunta de si en un montaje pueden convivir Mónica Naranjo con Antonio Machado, Carl Jung con el Duo Dinámico, Ana Belén e Ingmar Bergman, Alejandro Jodorowsky y Raphael. Marian Villaescusa firma y dirige Shhhh!, una obra en la que habla en primera persona sobre los miedos, el estupor y el humor autoimpuesto con el que se enfrentó a la enfermedad.
La pieza, programada del 10 al 13 de octubre en la Sala Russafa, fue en su origen una obra breve, y tras alzarse con el Premio SGAE – Russafa Escènica en 2018, se ha nutrido hasta convertirse en una propuesta de larga duración.
“He trabajado con los textos que escribí en tiempo presente describiendo lo que me estaba pasando y luego los he dotado de una expresión escénica. Hay aspectos tan reales como leer en voz alta la carta que escribí el día antes de la operación donde me extirparon el tumor”, compartía la actriz y dramaturga en el pasado Festival Polinyà Íntim, donde presentó la obra en su formato corto.
A lo largo de un poco más de una hora, la intérprete, hoy recuperada de la enfermedad, vuelca su propia batalla contra el cáncer y expone el mutismo y los eufemismos que lo rodean, con referencias, por ejemplo, a los efectos secundarios de la quimioterapia, donde las molestias no se limitan a la caída del cabello y a las náuseas, sino que se extienden a consecuencias calladas como una sobrevenida menopausia, la hinchazón del cuerpo o la sequedad vaginal. Es una función que rompe tabús alrededor de un tema rodeado del silencio al que se refiere el título de la pieza.
“Cuando la interpreto en pequeño formato, que es cuando tengo a los espectadores más cerca, puedo saber por sus caras quién ha pasado por un cáncer o lo ha vivido de cerca. No lo recibo con más ni menos emoción, sino que en cada función, dejo que la emoción salga, porque resulta catártico para mí. Me gusta que sea así, porque si no, parece que esté frivolizando con mi propia vida”, reflexiona Villaescusa, que avanza que aspira a finalizar con las representaciones de Shhhh! en el plazo de un año, porque es una experiencia terapéutica, pero en ocasiones también le hace daño.
Al término de la representación, la actriz, que en el escenario está acompañada por Albert Martínez, le da las gracias a la dolencia: “Mi agradecimiento es absolutamente sincero. Todavía tengo miedo, porque me quedan revisiones, pero no cambiaría lo vivido, porque ahora no sería la persona en la que me he convertido. Antes me conformaba si no sonaba el teléfono, jamás hubiera tomado la iniciativa como con este montaje. Pero hoy ya no tengo las inseguridades y los temores que sufría antes”.
La joven artista llegó a dudar de que la obra interesara por su planteamiento de comedia, pero terminó por convencerse “porque los espectáculos en los que te ríes y te emocionas a la vez son muy golosos: son el culmen, el umami de las emociones, donde el sabor es dulce y salado a la vez”.
Cuando le diagnosticaron un tumor cancerígeno en el pecho, la escritora empezó a sumergirse en lecturas relacionadas con la biología del cuerpo y con la meditación. También hojeó a Albert Espinosa, uno de los escasos autores teatrales que se han inspirado en su propio trance con la enfermedad, que lo llevó a transitar por hospitales desde los 14 hasta los 18 años.
Sin embargo, Marian pronto desechó leer propuestas artísticas, porque en el plazo de tres meses ya decidió aplicarse en el relato de sus propias circunstancias: “No quería saber mucho de lo vivido por otros para no caer en el contagio o en coartarme por pensar que ya lo había canalizado alguien a través del teatro de una manera similar”.
Asegura que cualquiera que la conozca puede reconocer la honestidad de la propuesta. El humor y el desenfado de la pieza no son impostados: “Si la muerte aparece con una máscara de Scream (Wes Craven, 1996), es porque me encanta el slasher, si me pongo una peluca rosa, es porque soy una payasa y un domingo después de dos cervezas, me convierto en una drag queen”.
No obstante, advierte que evita hablar demasiado de la dolencia porque después de visitar el hospital y ver casos de pacientes con metástasis y procesos de larga duración, no se siente autorizada: “Solo soy un número y ha sido un proceso corto en el que he salido bien”.
La Sala Russafa ha puesto en marcha estos días una iniciativa solidaria para recaudar fondos a favor de la asociación sin ánimo de lucro Carena, que desde hace más de 20 años trabaja con pacientes de enfermedades graves, así como con sus familiares, aportando acompañamiento, terapia y herramientas de crecimiento personal. El centro cultural ha abierto una fila cero que permite hacer donaciones de cinco euros a través de su web.
La obra arranca con un jocoso: “En la era de vender nuestra vida gratis, yo os he cobrado”. Aquí reside la clave de la propuesta, en el enfoque autobiográfico. En los tiempos del exhibicionismo llevado al paroxismo, la autora defiende el teatro basado en vivencias personales: “Creo que estamos muy cansados de la ficción. Cuando entras en Instagram, las cuentas que más seguidores tienen son las de la gente que expone su vida sin tapujos. Es más, las fotos retocadas reciben menos likes que las que van sin filtros, en las que salen las legañas. La gente está harta de mentiras y de vidas fingidas. Para eso, ya tienen Netflix”.
Al respecto, Villaescusa exhorta a los creadores escénicos a ofrecer realidad en sus iniciativas. “Si el teatro intenta medirse con las plataformas digitales, la lleva clara porque tienen calidad, son más económicas y el espectador no necesita salir de casa. Hay que ponerse las pilas y jugar con los recursos escénicos. Tu vida es la mejor historia a tu alcance”.