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CARTAS DESDE BOLONIA  

València bajo las bombas. La Habana celebra su defensa de la cultura (1937-2017)

18/12/2017 - 

VALÈNCIA. “A las ocho de la noche no queda una luz visible en Valencia. Las tinieblas más densas se apoderan de las calles, de las plazas. En Barcelona quedaban todavía algunos mecheros velados, algunos tranvías fantasmagóricos.

Aquí nada... cenamos en el comedor del hotel España, con una temperatura africana, detrás de ventanas herméticamente cerradas. Algunos teatros y cines permanecen abiertos, pero hay que saber dónde se encuentran para concurrir a ellos, pues ninguna luz, ninguna claridad, revela su existencia. Todos los cafés han corrido sus cortinas metálicas desde la puesta del sol. En la oficina de Correos, abierta hasta las doce, los empleados se agitan detrás de sus ventanillas envueltos en luces de velorio. Los pocos transeúntes que se encuentran en las calles se guían por medio de linternas de bolsillo, esporádicamente encendidas en lugares donde el pie puede encontrar un obstáculo... a partir de la medianoche reina en Valencia un silencio profundo, silencio de ciudad sin habitantes, aunque millares y millares de evacuados de Madrid han venido a agregarse a su ya numerosa población. [...]

Suena otra explosión, más lejana. Sabremos mañana que esta bomba ha caído en un hospital, hiriendo de nuevo a cincuenta heridos. Parece que ya se marchan . Una linda muchacha, envuelta en un kimono claro, se dirige a una amiga: Ya es muy tarde para dormir. ¿Si nos fuéramos a la playa? La voluntad de vivir recobra sus derechos” (Alejo Carpentier, España bajo las bombas).

No fue a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera vez que escuchamos el nombre de València, cuando nos dimos cuenta de la dimensión histórica de esa ciudad magnífica en la historia del mundo. Fue mucho más tarde, y sin hacer recuento, tras escuchar fragmentos de las memorias de Alejo Carpentier, el escritor cubano de erres afrancesadas, de Nicolás Guillén, el más negro de los negros de Cuba, o de Pablo de la Torriente Brau, el escritor y periodista que a sus treinta y cinco años marchó a la Guerra de España, murió luchando en los caminos de Majadahonda y cuyos restos reposan, todavía hoy, en algún lugar ignoto de nuestra geografía.

Juan Marinello, Félix Pita Rodríguez y Leonardo Fernández Sánchez, junto a Guillén y Carpentier, fueron los cinco cubanos que participaron en el II Congreso Internacional de escritores para la defensa de la cultura que se celebró en València en 1937, hace ahora 80 años. A finales de noviembre, en La Habana, se elaboró la réplica de aquel congreso. Aún en defensa de la cultura. Aún pensando en términos de antifascismo, ese movimiento de detección de los peligros de la sociedad y de construcción de sus resistencias.

Cuatro cruceros en un día

Aquella semana llegaron al puerto de La Habana hasta cuatro cruceros distintos en un mismo día. Aquellas ciudades flotantes, rascacielos turísticos, superaban en mucho la altura de los palacios y casas de la ciudad vieja. Por encima de las azoteas, el muro de ventanas blancas, barandillas y chimeneas se desplazaba con calma hacia su amarre. Como un monstruo marino. Como un mastodonte multimillonario.

El Malecón permanecía cerrado a la circulación, según nos dijeron, por si a alguien se le ocurría lanzarse al mar hasta alcanzar el barco. Ante la llegada de la mole, bien temprano, el bullicio crecía por los alrededores de la Plaza de la Catedral, de San Francisco de Asís: taxistas recostados en sus coches de época, mujeres disfrazadas de habaneras dispuestas a tomarse fotos con los recién llegados, músicos que comenzaban a entonar los acordes de Lágrimas negras, adolescentes, jóvenes y no tan jóvenes merodeando por las callejuelas con menús de langosta y ropa vieja en las manos.

Hay algo de excesivo y de impostura en la necesidad. Cuba ha forjado su Revolución con retórica de resistencia y de dignidad, manteniendo los ideales (que a veces son palabras) cuando el resto del bloque socialista se hundía, y el resto del mundo capitalista soñaba con vivir en un musical de Broadway, y muchos cubanos querían la igualdad de Fidel, y muchos otros querían su cabeza y su barba.

¿Hasta dónde debemos practicar las verdades? ¿Hasta dónde sabemos? cantaba Silvio Rodríguez. Una noche escuchamos cantar a una travesti enorme, casi llorando, el ojalá pase algo que te borre de pronto, una luz cegadora, un disparo de nieve, ojala por lo menos que te lleve la muerte, para no verte tanto, para no verte siempre, encorsetada en un vestido de lentejuelas negro, con una peluca enorme, pelirroja, labios pintados y pestañas postizas. Gritaba la canción como se grita libertad, en mitad de un cabaret repleto de hombres, de niños, que aplaudían emocionados y que perrearían hasta el final de la velada. La libertad y la revolución también era esta versión de Silvio.

La historia había comenzado a descongelarse con Raúl Castro y Barack Obama fumando la pipa de la paz. Fruto de esos lazos llegaban los nuevos turistas, y los habaneros se lanzaban a la calle a cantar, a ofrecer y a preparar piñas coladas en la terraza del hotel Ambos Mundos. Aún hoy cuentan cómo Ernest Hemingway tomaba daiquiris en La Floridita y mojitos en La bodeguita del medio, como si contaran un secreto, una curiosidad especial, como si ese hombre no se hubiera tajado hasta morir en medio mundo. Más dinero, más gente, más tumulto para una ciudad precaria y una sociedad que tendrá que aprender a gestionar esa nueva realidad en combinación con sus propios fantasmas y sus propios mitos. Como todas las sociedades, vamos.

Eternamente Yolanda

Los ecos de la bodeguita se escuchaban en las intervenciones del congreso. En la Fundación Alejo Carpentier, contigua al antro del mojito, la sala de conferencias permanecía con las cortinas corridas y el aire acondicionado prendido. El patio interior recordaba los palacios de la colonia, con barandillas azules, plantas regadas por la lluvia de cada tarde, salas de puertas abiertas con sillones y sofás delicados, un rinconcito donde una de las trabajadoras servía tazas de café a cualquier hora del día.

Graziella Pogolotti, Luisa Campuzano y Jaume Peris Blanes, entre La Habana y València, organizaron ese encuentro para evocar aquella València de 1937 y pensar a qué retos nos enfrentamos sociedades tan diversas. Neoliberalismo, desidentidad colectiva, fragmentación y eclosión del mercado laboral, retórica fascista en tiempos de Donald Trump y Jean-Claude Junker, el escaso valor de la cultura... Eusebio Leal Spengler recordó cómo los barbudos revolucionarios de 1959 bajaban de Sierra Maestra cantando canciones republicanas. Veinte años no era nada, un abrir y cerrar de ojos en la historia, pero aquel periodo histórico español inspiraba a revolucionarios y utópicos. Quizás fue el momento culminante de nuestro pasado en que nuestro país se ganó la justicia y la dignidad. E inspiró a medio mundo.

 ¿Siguen inspirando hoy en día? València y la Generalitat han celebrado con dos congresos aquel encuentro de 1937, además del encuentro en honor a Juan Negrín. También en noviembre y ahora en diciembre, con estudiosos, escritores y lo que podemos intuir hoy que son los intelectuales. Celebrar que València fue capital de la República, la primera experiencia democrática del país, en un momento histórico global convulso, amenazada por el fascismo (que se impondría en España durante cuarenta años). Celebrar el patrimonio democrático de todos. Celebrar sus ideales de educación, igualdad e ilustración. Celebrar, en definitiva, que hubo un tiempo en que València iluminó al mundo. Aunque fuera bajo las bombas.

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