VALÈNCIA. “Lo que en Valencia existe es el aire. El aire da tono a todo lo valenciano, el aire da vida a los grises, hace saltar los montes desnudos y presta ligereza a la figura humana. Y precisamente no el color, sino el aire es lo que ha pintado Sorolla y lo que sublima su pintura”. Casi un siglo ha pasado desde que Azorín escribiera estas palabras en torno a la obra del genio valenciano, en un texto que, cómo no, lleva por título Valencia. Es esa ciudad la que el pintor supo, con maestría, trasladar al lienzo, con uno trazos en los que el aire, esa luz, quedaba para siempre congelado en el tiempo. Sus paisajes quedarían siempre conectados a la historia de una ciudad que ha construido su relato moderno a través del prisma de un Joaquín Sorolla que, ahora, vuelve a casa. La Colección Lladró desembarca en el antiguo edificio de Correos, rebautizado como Palau de les Comunicacions, tras su adquisición por 3,7 millones de euros por parte de la Generalitat, un lote que suma siete nuevas piezas de Sorolla al patrimonio valenciano, una adquisición que convertirá al Museu de Belles Arts de València (Mubav), que gestionará los fondos una vez cierre la muestra en junio, en “una de las colecciones artísticas de Sorolla más importantes del mundo”.
Estas palabras las firma Pablo González Tornel, director del Mubav y comisario de la exposición De la foscor a la llum, que presentó ayer junto al President de la Generalitat, Ximo Puig, una muestra que expone de manera íntegra la colección antes de su traslado al museo. “Evidentemente hay un legado que se distingue por encima de todos, la Casa Museo, pero situarnos después con más de medio centenar [de piezas] y de gran formato hace del museo un referente”, subrayó González Tornel. El relato de Sorolla en València se completa con piezas tan imponentes como Yo soy el pan de la vida, que abre (y cierra) la exposición, una pieza de gran formato que muestra el acercamiento poco habitual del pintor a las temáticas religiosas. Creado por encargo del político chileno Rafael Errázuriz Urmeneta, la pieza es una de las obras de mayor dimensión de su carrera, un cuadro que presenta a Jesucristo sobre una barca de vela latina, como la utilizada por los pescadores valencianos, y que fue restaurado recientemente por Fundación Bancaja.
Acompañando a la imponente obra se ubica otra que ‘compite’ por ser la estrella de la exposición, Labradora valenciana. “Es un icono que cualquier museo querría para sí, es la pieza que el visitante recuerda para siempre”, subrayó el director y comisario, quien la comparó con obras tan populares como la Mona Lisa de Leonardo Da Vinci o el autorretrato de Velázquez. Majo valenciano, Huertano Valenciano, El jardín del convento, patio del Cabañal y La cocina de la huerta son las otras cinco obras del autor, en este caso de menor formato, que integra la colección, piezas de tipo costumbrista y paisajes que formarán parte de la nueva Sala Sorolla de la pinacoteca valenciana. Será una vez cierre sus puertas la muestra del Palau de les Comunicacions cuando el museo abra un espacio expositivo específico en su sede en torno a Sorolla, para el que la suma de estas piezas "ayuda a generar un discurso más completo en cronología e impacto visual". "Y, no nos engañemos, con Yo soy el pan de la vida el espectáculo está asegurado".
La Colección Lladró se presenta ahora al público tras estar “más de cinco años en un almacén en Alcalá de Henares, cuadros que llevaban sin ser tocados por un haz de luz hace años”, relató el director del museo, quien destacó de la muestra que supone la “primera vez” que se disfruta “con el conocimiento de que no se va a perder”. En este sentido, González Tornel subrayó el papel de las colecciones generadas por la burguesía valenciana como parte de la historia cultural valenciana, muchas de ellas disgregadas con el paso del tiempo. “Todas las colecciones históricas se están disgregando”, explicaba en una reciente entrevista con este diario. “La gente está vendiendo cuadros en el mercado y un día nos daremos cuenta de que cuando entramos a los palacios ya no quedan colecciones. Esto es malo, porque lo que hacemos es cargarnos una parte de la historia del arte en este país. En el caso de esta ciudad, la mayor parte de colecciones nobiliarias se han desperdigado completamente. Algunas piezas que nos han ingresado por donación, como el fantástico Van Dyck, procede de la descomposición de la colección Montesinos Checa, que acabó desgajándose entre mil descendientes”.
Esta recuperación del patrimonio pasa por la colección y, también, por el antiguo edificio de Correos, sobre el que el President puso el foco en su discurso. Cabe destacar que fue hace un año cuando la Generalitat lo adquirió por cerca de 24 millones de euros, tiempo en el que ha servido para acoger distintos actos de ámbito cultural o comunicativo, aunque está por desvelar su plan de usos a largo plazo. Por lo pronto, durante estos meses se convertirá en una suerte de subsede efímera del Museu de Belles Arts, una decisión que no se ha convertido en realidad de manera sencilla. El propio director del museo confesaba que para poder contar con condiciones óptimas para las obras de arte se ha tenido que oscurecer la cúpula o instalar climatizadores, además de la propia estructura interna construida ad hoc para la exposición, unos muros que seccionan el interior del inmueble y lo convierte en museo por cinco meses. “Les aseguro que no era la opción más sencilla […] Es un edificio que nunca fue pensado para ello”.
Con la inclusión de la Colección Lladró a los fondos del Museu de Belles Arts se completa el relato en torno a Sorolla… pero no solo. La muestra hace un recorrido por una colección que compila cinco siglos de arte, una colección de más de setenta piezas cuya mayoría ayudará a cubrir los huecos de la pinacoteca. Entre ellos, algunos destacados cuadros como A la festa de les fadrines de Antonio Fillol, una pintura que suma al museo una exquisita pintura de carácter costumbrista que convivirá con las pinturas de ámbito más social que custodia la pinacoteca, como El sátiro o Después de la refriega. También se sumarán a las salas del museo piezas como el Retrato del príncipe Manuel Filiberto de Saboya-Aosta, de José Benlliure, una pieza originalmente catalogada como Retrato de niño que en el proceso de estudio de la colección se ha logrado identificar como el hijo de Amadeo de Saboya y María Victoria dal Pozzo; o cuatro lienzos de José Mongrell que corresponden a su producción de temática más costumbrista, que completan el relato junto a unos retratos, “no lo más representativos” del pintor, con los que ya cuenta el museo.
Joan de Joanes, Francisco de Zurbarán o José de Ribera son otros de los autores que visten los nuevos muros del Palau de les Comunicacions y que pronto viajarán al otro lado del río, al Museu de Belles Arts, relatos que crecen en un amplio abanico cronológico, pues los paréntesis de la colección están separados por cinco siglos de arte: desde el año 1390 con la primera pieza medieval, hasta pasados los años 50 del pasado siglo, con una pintura del castellonense Juan Bautista Porcar. La exposición se enmarca, además, en el programa autonómico del Año Sorolla, que conmemora el centenario de la muerte del autor, un curso que salpicará de actividades los principales museos e instituciones culturales de la ciudad y para cuya coordinación se ha generado una Comisión Conmemorativa cuya constitución se dio este mismo viernes, minutos antes de la inauguración de la exposición. En ella están representadas las principales instituciones valencianas, una comisión que se encargará de ordenar la programación ya diseñada y de aportar nuevas acciones. Por lo pronto, apenas habrá que esperar un mes para pasar a la siguiente casilla, con la inauguración de la muestra Orígenes, que acoge el Mubav en colaboración con la Casa Museo Sorolla.