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Valeria Ros: "A la parrilla generalista le falta comedia"

19/01/2020 - 

VALÈNCIA. A Valeria Ros (Guecho, 1986) puede que la hayan visto, o la hayan escuchado. Lo primero, en Zapeando, donde protagoniza la sección “Lo que pides y lo que te llega”; lo segundo, en la cadena SER, donde es parte de La lengua moderna. Esta comunicadora de formación se subió un día a un escenario y decidió hacer del humor su compañero de vida. Y hasta hoy. 

A la cómica no le faltan las ideas, ni le sobra el tiempo. Tiene en mente un podcast del que pronto sabremos más, y está conociendo toda la geografía española con su gira Sin filtro, que recalará en la Rambleta de València el próximo 25 de enero, y donde muestra sin tapujos sus obsesiones y fracasos. “El fracaso es aprendizaje. Siempre saco la comedia de algún fracaso que he tenido. Concretamente, cuando te subes a un escenario y el público no se ríe; eso es un minifracaso: aprendes que tienes que modificar ese chiste o, que, directamente, es una mierda”, puntualiza la cómica. 

Y es que parece mentira, pero todas las historias que Valeria Ros desgrana en sus monólogos tienen su origen en la realidad. “No cuento nada que no me pase: lo que hago es exagerarlo todo. Alguien pasaría por alto ciertas cosas a las que yo les saco el juego. De todas maneras, en lugar de qué contar, creo que es más importante cómo lo cuentes”, señala la monologuista, que se nutre así de su vida para provocar carcajadas. Fracasar y reírse de uno mismo tienen más en común de lo que podríamos pensar. 

-Una de las reflexiones del monólogo que traerás a la Rambleta es la de hacerse mayor. ¿Cómo crees que has cambiado en los últimos años a medida que has ido creciendo en el escenario? 
-Antes de “hacerme mayor” [ríe] no podía decir que “no” a nada, estaba expuesta a caer bien a los demás, y dejaba en sus manos, de alguna manera, mi propio destino. Me agobiaba sentirme sola. Con el paso del tiempo, tengo menos miedo a decir que “no”, y soy más transparente a la hora de relacionarme con los demás.  

Cuando empecé, no sabía ni lo que era un chiste: era, más bien, una cuentacuentos. En mi primer monólogo subí al escenario sin saber muy bien lo que hacía. Ahora lo veo y pienso que tenía una actitud muy arrolladora, pero de chiste… poco. Si se rieron, fue por mi actitud. Hay un punto de bis cómico y, aunque no haya un chiste con una técnica depurada, sí se sabe qué es comedia. 

-Entonces, ¿todo el mundo puede hacer comedía?
-Sí. Evidentemente, si una persona no es graciosa de por sí, tendrá que trabajar mucho esa parte técnica y, quizá por ello, pierda un poco de naturalidad o espontaneidad. El éxito en el escenario es una mezcla entre técnica y bis cómica. Pero, aun así, creo que cualquier persona, si se trabaja bien el texto, si lo prueba, si se sube a un escenario día tras día; puede vivir de esto.

-Otra de las reflexiones de Sin filtro va sobre ser mujer y cómica en pleno auge del movimiento feminista. ¿Cómo te sientes al respecto?
-Me siento muy afortunada. Y, además de afortunada, creo que el subirme a un escenario me permite aportar mi granito de arena a todo el tema del feminismo desde otra perspectiva. Yo me he dado cuenta de que soy machista en muchos aspectos y, para mí, es un aprendizaje también: es como hacer un máster de feminismo. Y hablo de ello en el monólogo. 

Por ejemplo, cometo muchos errores y reproduzco muchos estereotipos sin darme cuenta. Luego lo analizas y comprendes que procede de una ranciedad que tienes dentro y contra la que tienes que luchar. Se genera un autoconflicto con una misma.

-Hace poco se anunciaba que no se renovaba Las que faltaban, el estandarte de la comedia hecha por mujeres en Movistar. ¿Crees que todavía falta por reivindicar a las mujeres en la comedia?
-A mí me sorprendió, igual que a todos, que se eliminara de la parrilla. Me parecía que la segunda temporada había mejorado muchísimo el contenido y la organización del programa, y estaban todas estupendas. Para mí fue un poco extraño, y no sé muy bien a qué responde.

Falta profundizar en el tema humor y mujer. Lo que pasa es que, si lo reivindicamos, parece que sea por cuota. Y, al final, nosotras no queremos que nos contraten por cuota, sino porque somos buenas. Tengo un conflicto ahí. Pero sí, habría que ponerse las pilas.

-¿Cómo te enfrentas a la crítica pública en un momento como ahora, donde todo el mundo tiene la piel muy fina, y los discursos de odio están a un click de distancia?
-Sinceramente, mi estrategia es que no me importe nada la crítica. Siempre hago chistes que, para mí, se enmarcan dentro de los límites de mi moralidad. Si hay algo que no me hace gracia porque considero que es demasiado doloroso o supone meterme sin ningún tipo de razón con una minoría… eso tampoco va conmigo. A veces me sale el humor negro porque, al final, creo mucho material, pero no es mi intención. También sé pedir perdón y, si hago algo fuera de tono, reflexiono.

Yo soy muy bruta (es verdad), pero parece que cuando el tipo de humor traspasa la barrera de lo políticamente correcto, en el caso de las mujeres se tacha de “soez”. Ahí hay un estereotipo machista. Creo que tiene que ver con que, cuando lo escuchas de boca de un hombre, tu mente no reacciona: simplemente te ríes. Pero, cuando lo dice una mujer, pasa por el cerebro: en ese momento se juzga. La gente que tenga la mentalidad más abierta no lo hará, pero, cuanto más retrógrada sea, más prejuicios tendrá. 

-¿Qué te planteas a la hora de hacer tus secciones de humor? ¿Hasta qué punto es importante que te resulte gracioso a ti antes de darlo como válido?
-En Zapeando hago un humor bastante blanquito en una sección en la que llevo cosas de Amazon y las pruebo en directo. Al final, es una sección para todos los públicos donde los chistes, como digo yo, los puede escuchar hasta “mi abuela”. 

En la SER, en La lengua moderna, hago secciones bastante más largas, y ahí es más complicado el proceso creativo. Suelo partir de una anécdota, algo que me haya pasado, o una noticia que me haya llamado la atención. A partir de ahí, voy explorando y, normalmente, cierro con un vídeo, una conclusión, o una locura: intento siempre concluir en alto. 

El tema de hacer gracia o no es complicado. Nunca lo sabes. Creo que después de mucho tiempo en un escenario acabas entendiendo un poco la mente humana y puedes percibir qué va a funcionar o no, incluso aunque te equivoques. Es parte de las “tablas”. 

-Hace poco conocíamos el nombre del nuevo ministro de Cultura. ¿Qué pedirías a nivel cultural si tuvieras la ocasión? 
-Los monólogos, el stand-up, la comedia… están muy bien ahora mismo, pero parece que solo tienen cabida en ciertas empresas. Creo que a la parrilla generalista le falta comedia, no solo ya como parte de un concurso o un reality, sino más como un Sé lo que hicisteis o programas que antaño se hacían, como Crónicas marcianas. Pero ahora mismo solo hay unos pocos y siempre se apuesta por los mismos: El hormiguero, El intermedio, José Mota y poco más… Creo que habría que arriesgar y sería un buen momento para dar a las nuevas caras una oportunidad. Eso va a generar un cambio de mentalidad en la sociedad. 

Es momento de alzar la voz. Con el feminismo parecía que había muchas cosas que no se podían hacer, y ha sido una cuestión de ir cambiando cosas e ir demandándolo. Parece que hay veces que solo las redes sociales cuentan y eso no es el todo. Creo que, en ese sentido, tendríamos que ser más “franceses”: salir a la calle y pedir cosas a nivel cultural. 

-En los pasados Globos de Oro, Ricky Gervais profirió un ácido monólogo en el que denunciaba la hipocresía de la gente con respecto al medioambiente o la industria del ocio vertebrada a través de grandes conglomerados como Netflix. Despertó mucho revuelo. ¿Qué lectura haces al respecto?
-Gervais es un cómico conocido por esto: por utilizar un humor totalmente negro y no tener filtro al hablar. Le contrataron para dar caña e hizo su trabajo. Y sí tiene mucha verdad en lo que dijo, pero luego hay un punto de hipocresía tremendo. Ahora mismo todo tiene que ser correcto, todo el mundo tiene que hacerlo todo bien. Falta tanta autoreflexión... Por eso mi comedia se basa en eso: en querer ser imperfecto, en no actuar como si fueras perfecto. 

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