ALICANTE. Hace justo 201 años fallecía Juan Andrés y Morell, el jesuita alicantino, nacido en Planes, que se atrevió a escribir la primera historia universal de la literatura. Exiliado a causa de la expulsión de esta orden religiosa, sería en Italia donde lanzó un proyecto que alabaron los intelectuales de la Europa del XVIII.
El Instituto Juan Gil-Albert presenta ahora el libro con el que cierra las conmemoraciones de un intelectual que cayó en el olvido por mucho tiempo. Carlos Fuentes Fos es el autor de Ilustración, neoclasicismo y apología de España en la obra de Juan Andrés, el trabajo con el que culmina las más recientes investigaciones sobre su obra. “Desde hace 20 años se ha recuperado la memoria de Juan Andrés”, puntualiza, “tanto en su tierra como en Italia, donde vivió la mayor parte de su vida, se ha investigado y se ha publicado sobre él”.
Con su obra Dell’Origine, progressi e stato attuale d’ogni letteratura, 1782-1799, Andrés crea el último canon literario neoclásico, “al menos el último profundo”. En él clasifica las obras por calidad e interés, ya sea este para el estudiante o el lector que quiere entretenerse. Y además, establece comparativas como quién era mejor si los dramáticos españoles o los franceses del XVII, y las ordena en listas argumentadas en muchas ocasiones.
El esfuerzo de Andrés aún tiene más mérito si se considera que en la época que vivió apareció L'Encyclopédie (1751-1772). La enciclopedia lanzada por los franceses marcó un hito en la historia por su afán de compilación del conocimiento del mundo pero por su carácter tenía un alcance diferente al propósito con que se lanzó Andrés. “La Enciclopedia es una colección de definiciones, con un carácter técnico”, señala Fuentes, “mientras que Andrés hace una interpretación global, sistemática y con un hilo argumental que no pierde nunca de todo lo que se ha escrito en producción culta”.
El reto implicaba abarcar un vasto horizonte: poesía, matemáticas, derecho, medicina, astronomía, retórica, historia, teología… “Él recoge dos tradiciones: la jesuítica del enciclopedismo entendido de manera más amplia y la hispana de las historias de la literatura”, indica, “es la moda de la época”. Eso sí, puntualiza, “era un proyecto masivo y, evidentemente, el hombre hay cosas que se nota que las sabe a fondo y otras que las ha visto a través de otros, no lo sabe todo”.
En ese empeño consiguió una gran obra por la que fue reconocido en su momento. “Los alemanes, en el XIX, ya señalaron que era la primera historia universal de la literatura, no es algo que digamos solo los valencianos”. “Él era un de los jesuitas más importantes de su tiempo y, sin duda, el literato español más conocido en Europa”, recalca. Ejemplos de ello, cuando Moratín viaja a Italia, deja escrito que nadie sale de Mantua sin visitar al padre Andrés, como también haría otro exiliado, el ministro de finanzas de Luis XVI o el historiador británico Edward Gibbon.
Entender al hombre
“El siglo XVIII es cosmopolita, cuando la humanidad se da cuenta de que puede saberlo todo”, señala. Con ello cristaliza el deseo que habían mostrado los humanistas en el XVI pero es en este siglo cuando los avances científicos generan el movimiento de la Ilustración, para entender al hombre en su conjunto.
El mismo tiempo que tardó en publicar Andrés su obra es el que ha dedicado Fuentes a investigar sus trabajos. Sobre una figura tanto tiempo perdida, se ha avanzado mucho y cree que si se encontrara la correspondencia que Juan Andrés mantuvo con su hermano Carlos, “que era su contacto en España y estaba muy bien relacionado con la Corte”, aún podrían surgir elementos interesantes.
¿Por qué se le olvidó durante tanto tiempo? Básicamente dos motivos. El primero que en España era italiano y en Italia, español. Y él es español “porque hace apología de España, no de Italia, aunque en los últimos años de su vida duda mucho”. Tras 40 años exiliado, ya en sus últimos días, “dice que su patria son sus compañeros de orden y las personas con las que ha compartido su vida en Italia”.
La vida de este jesuita fue muy azarosa, como la de muchos que vivieron esa época. “Tras la Revolución Francesa, la Guerra de la Independencia, el mundo en el que se ha formado, el siglo XVIII, ha cambiado mucho”, indica Fuentes. El derrumbe del Antiguo Régimen se extiende por Europa y “Andrés lo vive en sus propias carnes”.
La duda de con quién identificarlo no se centraba solo en su país de nacimiento, también influía el idioma en que lo hacía. Utilizó el italiano y por eso en España se le veía así, aunque allá siguiera pesando más su origen, “era un jesuita español, sin duda”. “Y cuando hay un debate en Italia sobre las aportaciones de España a la cultura europea, él se posiciona claramente por España, moderado y sin atacar la italiana”, añade.
Lo religioso no cree que fuera una de las razones por las que su obra estuvo en la sombra. “En aquel tiempo muchas personas eran religiosas, como el botánico Cavanilles, que era clérigo, y no por ello se le ha olvidado”, explica Fuentes, citando precisamente a uno de los intelectuales con que se relacionaba Andrés.
Menosprecio a Shakespeare
El factor que pudo pesar mucho más es el carácter “tremendamente neoclasicista: desprecia el barroco y el nuevo estilo que estaba apareciendo, que hoy en día llamamos romanticismo”. En esa época de cambio, “cuando todas las historias nacionales en Europa se empiezan a escribir” desde la perspectiva del XIX, “Andrés está en territorio enemigo”. A los románticos les incomodaba ese carácter, ven un especialista en literatura desagradable porque menosprecia todo lo que ellos destacan: la edad media, el barroco, el siglo de oro, Shakespeare, y el estilo nuevo. Y es que ese “estilo nuevo”, lo calificaba de “hinchado y pasional”.
Entre ambas cuestiones, su nacionalidad y su neoclasicismo, “sufre su memoria y tarda mucho en recuperarse”. Por ejemplo, en el siglo XIX Menéndez Pelayo, “quien es uno de los pocos que entienden y leen la obra de Juan Andrés en España, habla muy bien de él pero le critica mucho el desprecio que hace de Shakespeare”.
Es momento de reivindicar a Andrés porque aunque conocido como historiador de la literatura, también era hombre de ciencias “y en nuestros tiempos la Ciencia tiene que mirar también las Letras para saber a dónde quiere ir”. La otra razón la situaría “en su tolerancia y respeto en un contexto muy nacionalista como el de la Italia del siglo XVIII, donde supo defender la verdad sin caer en las mentiras y convencer, porque hablando nos podemos entender”.