Producto marinero en un local con encanto por la que han pasado tres generaciones
Lo que era un quiosco de madera con refrigerios para los trabajadores del Puerto de València (pescadores, marineros y burócratas atrincherados en los libros de registro de la Administración de Aduanas e Impuestos Especiales) se convirtió, allá por los años 40, en una construcción blanca rodeada de sauces en la que se dispensaban celebrados bocadillos de tortilla y vermuts. Fueron Antonio del Toro y Juana Lara los que iniciaron el proceso de transformación de chiringuito en el que echarse al coleto tragos diversos a restaurante de puro y mantel. En su cocina, la unión entre el tipismo de Cuenca -de donde era oriunda Juana- y el sabor marinero del Cabanyal. Pura fusión interprovincial.
Décadas después, cuando su hijo Ramón se hizo con el timón de Aduana, el establecimiento aumentó la oferta salina y valenciana: clótxinas, sepia bruta, fritura, calamares, all i pebre, pescado de lonja y compañía. Sería en 2006 cuando se produciría el siguiente giro, Juan Ramón y Alberto -los nombres de la nueva generación- emprendieron una reforma sustancial que incluía una sosegada terraza cubierta que mira a La Marina, además de pequeñas alteraciones contemporáneas sobre la carta. Ahora, donde hay fritura de pescado y sardinas a la plancha, también hay tartar de atún rojo con soja y mostaza de Dijón o carrillada de ternera con cous-cous. Tendencias culinarias que aun siendo correctas, no tienen nada que hacer frente a los melosos -de bogavante, pato, boletus y cigalas- servidos en mesa en una pequeña, profunda y pesada cazuela de hierro.