VALÈNCIA. Desaparecer es un verbo terrible, sobre todo en su cuarta acepción, que implica la voluntad de otro. El otro que te desaparece. Que te hace desaparecer. El desaparecedor. Los números, sin embargo, de tan abstractos que son, nunca llegan a conmover, o si lo hacen, no siempre es siguiendo la lógica que uno esperaría: un millón de muertos no es nada. Un muerto puede llegar a serlo todo. La muerte tampoco es igual en todas partes: hay territorios en los que la muerte se respira tanto como el oxígeno, construye tanto como el carbono, se bebe tanto como el hidrógeno. La muerte es lo periódico en la tabla, el elemento más común. En lugares así, la muerte, el pan diario, no es un acontecimiento importante: a uno lo mueren ya resignado y habituado a que el final llega de manos de cualquiera. En lugares así, la muerte no es el final del calvario. Tras la muerte viene el troceo de matarife y la desaparición, que ya empezó antes con el secuestro. Una moto que sube una colina y ya está. Se acabó. Los órganos se descomponen rápido o se los comen los animales, los huesos y las partes más resistentes bajan con el río, se depositan, sedimentan, forman estratos de historia de un país al que se le dice que se reconcilie tras un conflicto interminable. El mundo le dice a Colombia que vote sí a la paz. Colombia vota no. El río Magdalena sigue lleno de cráneos pulidos por la caricia del agua. ¿Apoya el acuerdo final para la terminación del conflicto y construcción de una paz estable y duradera? No.
Cuando a Aitor Sáez, nacido en mil novecientos noventa en Barcelona, le dieron el premio de la Asociación de la Prensa de Madrid al mejor periodista joven en dos mil dieciséis, la editorial Círculo de Tiza le propuso escribir un libro. Colombia o Venezuela. Había vivido en ambos países. Colombia o Venezuela. Ambos son cara y son cruz, así que opta por Colombia, cuyas tierras ha conocido en mayor profundidad. Y eso nos lleva a Crónica de una paz incierta. Colombia sobrevive. Y a esta conversación:
-¿Cómo es tu relación con Colombia? ¿Porque allí y no en otro lugar?
-Aitor Sáez: En Colombia he vivido dos años y medio y ha sido muy intenso: todo el trabajo que he hecho -yo trabajo para la televisión alemana- ha sido sobre el terreno. El hecho de trabajar para la televisión te obliga a acercarte mucho a la situación, a la persona. Llegué a Colombia por mi novia, por amor, como la mitad [risas]. Ella es periodista también, la conocí en Grecia y dijimos pues nada, nos vamos. Yo tenía muchas ganas de volver a Latinoamérica tras haber vivido en Brasil; la verdad es que soy un enamorado de Latinoamérica, me parece una región auténtica, pasional, donde tanto los problemas como las alegrías se viven muy a flor de piel.
-¿Tenías planteado escribir un libro o fue algo que propiciaron las circunstancias?
-No, eso surgió justo ahora hace un año, cuando me dieron el premio: en la entrega de premios se me acercaron de la editorial y me plantearon que Venezuela o Colombia. Yo he trabajado mucho en Venezuela pero nunca he salido de Caracas y no me veía capacitado o con la potestad de hacer un libro. Así que dije, mira sí, sobre Colombia, pero además tiene que ser algo muy narrativo, sobre el terreno, porque es mi trabajo, es decir, yo no me voy a poner a escribir un libro histórico o político cuando hay tantísimos periodistas colombianos o españoles que lo podrían hacer muchísimo mejor. Yo creo que mi virtud es el trabajar sobre el terreno, hacer algo muy enfocado al ser humano, a la historia en primera persona de los protagonistas.
-¿Y hasta qué punto ha sido ese primera persona?
-Pues por ejemplo, en la frontera con Ecuador, que es una de las zonas más calientes, me metí en la ciudad, que es de las ciudades más peligrosas de Colombia, y cogí una lancha de una hora río adentro; llegas a lugares que dices, si me pasa algo aquí nadie se entera. Rincones inhóspitos que gracias al proceso de paz y a la desmovilización se volvieron más o menos accesibles. Y ahora no, ahora con el repunte de la violencia se está revirtiendo esa situación, se están volviendo más peligrosos que antes, pero yo viví dos años de un periodo de gracia en que sí que tuve la oportunidad de moverme muchísimo.
-¿Interesa en España lo que pasa en Latinoamérica, o el interés reciente ha sido solo por Venezuela?
-Yo creo que el español se ha vuelto muy nacionalista en cuanto al consumo de información, por el tema de Catalunya, el tema de los refugiados, los atentados... La información internacional ha decaído muchísimo. Yo por ejemplo, el primer año en Latinoamérica viajé para Cuatro por cinco o seis países. Les interesaba todo. Y ahora ni siquiera Venezuela. Para estas últimas elecciones presidenciales la noticia ya iba en mitad del informativo, cuando hace un año era la primera durante un mes entero. Con lo cual yo creo que cada vez nos estamos alejando más de Latinoamérica.
-Es curioso porque desde este lado da la sensación de que la información internacional tiene mucho peso, mientras que a ti desde allí te parece justo lo contrario.
-Como freelance uno tiene que vender los temas, tiene que ir detrás de los editores, y ahí se da cuenta de que cada vez cuesta más llamar esa atención. Las secciones de internacional siempre han sido las secciones de prestigio, pero eso en este último año, año y medio, se está terminando. Muchos medios han cerrado corresponsalías.
-¿Haber ganado un premio o publicado un libro respalda?
-No, eso no te ayuda en nada. Al final el trabajo es el que es y estás en la noticia o no estás, lo haces bien o no. No te da ningún tipo de caché. Yo he conocido premios Pulitzer españoles, que no diré nombres pero que bueno, se puede deducir, haciendo coberturas sin un duro, porque al final ya te digo, lo de los premios no te da de comer.
-¿Y allí en Colombia qué consideración se le tiene a un periodista internacional que llega a cubrir la información del país?
-Eso es muy diferente. Al colombiano, todavía hoy, que eso lo encuentro un poco vestigio del colonialismo, le interesa mucho qué piensa el extranjero de ellos, al final tiene ese complejo de valorarse conforme a lo que se piense en el exterior, y le interesa mucho también el trabajo de la extranjero. Esto pasa en todos los ámbitos y en todos los oficios: hay grandísimos profesionales colombianos y en cambio se valora más a un extranjero aunque no sea igual de bueno.
-¿Ha cambiado mucha la situación del freelance? ¿Se siente ahora una mayor desprotección?
-Mi carrera es corta, pero es cierto que sí que veo que el modelo periodístico ha derivado ahora a eso, al freelance. Antes enviaban a un equipo y era el camarógrafo, el fotógrafo con el fixer, coche blindado, todo con un esquema de seguridad; en cambio ahora uno se tiene que hacer él mismo la producción de los temas, contactar a locales que le ayuden, y eso evidentemente te pone en riesgo. Yo por ejemplo hice un tema de los líderes sociales amenazados para el que tuve que viajar con miembros de un partido de izquierdas, un partido bastante alternativo radical, pero eran los únicos que me daban acceso, y ellos eran objetivo de bandas delincuenciales, con lo cual, por el simple hecho de viajar con ellos ya estaba en riesgo. Unos riesgos que uno tiene que asumir. Esto se vio muy bien con los tres periodistas que secuestraron en Siria, que asumieron más peligro del que debían.
-¿Y siendo la situación del corresponsal freelance tal y como es, qué te alimenta a ti para seguir dignificando el oficio?
-Pues el amor y la pasión por el oficio, y creer en ello. Hay que creer en lo que se hace, creer que lo que uno cuenta vale la pena: le puede interesar a una persona o a mil o a un millón, eso no importa. Esa es la cuestión profesional, pero también hay una cuestión personal: uno aprende en el camino.