VALÈNCIA. Aunque haya quedado como el canalla de la historia, Tony Defries fue el primer profesional de la industria del entretenimiento que percibió el potencial estelar que albergaba David Bowie a pesar de su irregular trayectoria durante la década de los sesenta. Este dato es tan cierto como que, años después, Bowie tuvo que demandarlo por haberle dejado casi con lo puesto a pesar del dinero que su trabajo había generado. El caso es que fue Defries quien sugirió a Bowie que se pusiera delante del objetivo de Brian Duffy. Eran las semanas previas a la publicación de The Rise and Fall Of Ziggy Stardus and The Spiders of Mars, cuyo lanzamiento tuvo lugar con la actuación del músico en el programa televisivo Top Of The Pops. Ese día, un todavía desconocido David Bowie se presentó ante una audiencia de millones de británicos, muchos de ellos adolescentes, ataviado con un mono policromado y con el pelo color zanahoria. Bowie miraba a la cámara como si quisiera conectar con cada uno de los espectadores, para luego posar su brazo sobre el hombro del guitarra Mick Ronson. En ese momento, los límites de la sexualidad normativa quedaron desdibujados para millones de adolescentes británicos. Unos días antes, Brian Duffy lo había retratado con ese mismo atuendo, pero las fotos nunca llegaron a publicarse.
Tras el éxito que conquistó The Rise And Fall Of Ziggy Stardust And The Spiders From Mars, Defries convenció a la discográfica del músico para que invirtiera mucho más en su promoción. Para entonces, Duffy ya había fundado un estudio creativo que le aseguraba el control sobre el acabado de sus encargos. Así comenzó a gestarse la portada de Aladdin Sane, que ahora acaba de cumplir medio siglo y cuya creación documenta el libro Aladdin Sane: 50 años. Editado por el también fotógrafo Chris Duffy, encargado de gestionar el archivo fotográfico de su padre, el libro recoge diversos documentos y detalles de todo aquel proceso. Imágenes inéditas y descartes, bocetos, objetos, textos acerca de los diversos aspectos de la creación de la cubierta. Duffy fue uno de los principales fotógrafos de la Inglaterra de los sesenta y los setenta. Formó, junto a sus colegas David Bailey y Terence Donovan la llamada black trinity, apodo que les cayó encima por lo subversivos que fueron a la hora de trabajar en campos como el de la moda, donde pulverizaron cualquier estereotipo posible. Los tres hacían gala de una rebeldía que sin duda potenciaban su talento.
La cubierta de Aladdin Sane estuvo en concordancia con esas premisas. Apareció en una época en la que las portadas de discos tendían a la imaginería fantástica de las ilustraciones de Roger Dean o a las visiones surrealistas de Hipnosis. Hoy, la foto de Bowie con el rayo bicolor cruzándole el rostro está considerada su imagen más representativa, pero ese estatus solamente llegaría años después, con internet ya establecida como herramienta difusora de información. Todo el proceso de creación de la cubierta fue un encadenado de casualidades y sinergias. Enseguida Bowie percibió que trabajar con Duffy no implicaba únicamente dejarse fotografiar por él. El intercambio de ideas se prolongaría durante varias sesiones más a lo largo de los años. Dos de ellas fueron para las portadas de los discos Lodger (1979) y Scary Monsters (1980). Con esta última, Bowie cerró su década prodigiosa y Duffy concluyó con su labor de fotógrafo, convencido de que ya había aportado todo lo necesario al medio, se dedicó a restaurar muebles antiguos.
El maquillador Pierre Laroche, contratado por Duffy para la sesión, fue el encargado de dibujar el rayo sobre el pálido rostro de Bowie. Inicialmente era un símbolo que formaba parte de la escenografía del grupo, pero Duffy insistió en darle protagonismo en la portada para que así adquiriera la categoría de símbolo. El rayo, el pelo naranja, los ojos cerrados del artista configuran una imagen cuyo poder no ha perdido un ápice de fuerza con el tiempo. Medio siglo después sigue siendo poderosa y enigmática, llena de significados. El aerógrafo de Philip Castle –su firma artística está también en el cartel de La naranja mecánica de Kubrick- convirtió la piel en un material ajeno a este mundo. Y alojada en el hueco de una de las clavículas estaba una gota de algo que no termina de ser líquido, una imagen inspirada en Dalí que inicialmente se hizo pensando en dar pie a una pieza de merchandising, un adorno que emulara a los labios y la lengua que se había convertido en el emblema de los Rolling Stones.
De las muchas fotografías que se tomaron durante aquella jornada, finalmente se eligió una de Bowie con los ojos cerrados. Durante años, esa fue la imagen oficial del disco –cuyo título original era A Lad Insane, frase que Duffy malinterpretó, convirtiéndola en Aladdin Sane- hasta que, ya en el siglo XXI, la esfinge abrió los ojos. En el libro, Chris Duffy explica que fue en una biografía de Kevin Cann que se usó por primera vez el descarte de Bowie con los ojos abiertos. Pero unos años antes, en la reedición 30 aniversario del álbum, se usó una instantánea muy parecida. En cualquier caso, los organizadores de la exposición David Bowie Is, inaugurada en 2013 en el Victoria & Albert Museum de Londres, usaron como emblema la que hoy ya podemos considerar como la imagen oficial de Bowie. Su muerte tres años después jugó a favor de la supremacía de dicha instantánea. Chris Duffy aún no trabajaba como asistente para su padre el día que se llevó a cabo aquella sesión que hizo historia, pero sí pudo participar en las de los otros álbumes. Para entonces ya formaba parte del mundo musical londinense. Estuvo tocando en Bazooka Joe, la banda de la cual surgió Adam Ant y formaba parte del círculo de jóvenes que, alrededor del club Blitz dieron forma al movimiento new romantic a finales de los años setenta. Steve Strange, copropietario del Blitz y cantante de Visage, es uno de los personajes a los que ha retratado en varias ocasiones. Como Boy George, como Siouxsie, como Marc Almond, como tantísimos otros adolescentes, la vida de Chris Duffy cambió el día que, sentado frente al televisor, vio aquel hombre de aspecto estrafalario mirándole fijamente desde un plató que más bien parecía ser otro planeta.