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Aprende a prepararte para el frío invierno con 'Indian Creek', de Pete Fromm

El género del 'nature writing' no deja de ofrecernos lecturas memorables, como este relato de la experiencia que supone vivir aislado durante siete meses de gélido invierno en compañía solo de los elementos

20/11/2017 - 

VALÈNCIA. Por estas latitudes, la estación que toma el relevo del otoño y prepara nuestras ganas para la llegada del buen tiempo no tiene mucho de dramático: a lo sumo, nos obliga a abrigarnos un poco más de la cuenta, nos remoja un poco si hay suerte y nos permite escapar a cotas más altas en busca de la tan preciada nieve que en las cercanías del mar es tan extranjera como la tormentas de arena o las celliscas antárticas. De ahí que el valenciano medio corra a grabar en vídeo cualquier precipitación de aguanieve, por más endeble que esta sea: tan efímera es su existencia antes de tocar el asfalto o el alféizar de nuestra ventana. Fuera de la Comunitat, los rigores pueden aumentar, sobre todo en el norte, claro, aunque no solo. En Molina de Aragón, provincia de Guadalajara, o en Albacete, hace un frío que pela, por no hablar de Calamocha, Teruel, que ha conocido los treinta bajo cero. Se dice pronto. No obstante, salvo que uno viva como un ermitaño en Picos de Europa o en los Pirineos, es difícil que el invierno le exija llevar a cabo grandes sacrificios, más allá de prever posibles cortes en carreteras para no quedar desabastecido o de tener que permanecer en casa algunos días sin poder ir a trabajar o llevar a los hijos al colegio.

Sin embargo, y le pese cuanto le pese al cambio climático, el invierno sigue existiendo, vaya que sí, y no solo eso: el cambio climático conlleva calentamiento, sí, pero también records de frío. El deshielo del casquete polar ártico es responsable de los frentes gélidos que han sacudido Europa y países del hemisferio sur como Argentina, Chile o Brasil en este último año, dejando nevadas pocas veces vistas, tanto por su intensidad, como por su excepcionalidad en zonas en las que muchos de sus habitantes no saben lo que es contemplar la caída de un copo de nieve. El cambio climático, al fin y al cabo, como desbarajuste de los valores que hasta ahora manejábamos, lo que provoca son extremos mucho más frecuentes -lo cual incluye no solo olas de calor o de frío, sino inundaciones y sequías- por una serie de alteraciones en el movimiento de las masas de aire de una parte a otra del planeta que no viene al caso ahora explicar en profundidad, pero que se encuentran muy bien explicadas en distintos artículos al alcance de todos en la red. Así que quien pensase que con marcharse a Siberia chancletas en mano cuando las cosas se pongan feas por aquí ya bastaba, que no se llame a engaño: no sabemos con certeza qué consecuencias va a tener este fenómeno global, entre otros motivos, porque no nos hemos tomado enserio el asunto hasta ahora -y tampoco- que le hemos adivinado las orejas al lobo, y el fondo a los pantanos. 

Por todo lo anterior no sería nada descabellado aprender cómo se prepara un invierno en un territorio gélido, por si acaso dentro de una década todo ha cambiado más de lo previsto y porque al fin y al cabo, el saber no ocupa lugar pero la leña sí, y hay que conocer cómo se debe proteger, o qué no puede faltar en una casa antes de las primeras nevadas, porque en cuanto estas empiecen, ya no se pueda conseguir. ¿Quién conserva hoy en día este tipo de conocimientos? Es más, ¿quién los pone en práctica, quién depende en pleno siglo XXI de ellos para sobrevivir? ¿Podríamos los habitantes de los núcleos de clima moderado e infraestructuras cómodas soportar un duro y largo invierno en mitad de un bosque por debajo del cero en el termómetro? Buscar la respuesta a esta última pregunta y el convencimiento de lo imprescindible de vivir alguna aventura digna de ser contada a la vejez llevaron a un joven Pete Fromm (Wisconsin, 1958), un estudiante de Ecobiología casi por casualidad en la universidad del salvaje estado de Montana, EEUU, a aceptar un trabajo de doscientos dólares al mes consistente en proteger una zanja repleta de huevos de salmón durante siete meses de soledad y a sesenta kilómetros de la carretera más cercana. Nada más y nada menos que doscientos diez días con sus doscientas diez noches en mitad de una nada que registra sin despeinarse los veinte grados bajo cero. Todo eso, sin tener idea casi de lo más básico. Cómo pudo aceptar el Servicio Forestal de Estados Unidos a un novato con ganas de aventura y de superarse a sí mismo para un puesto de tales características todavía es una incógnita, no así cómo se las apañó este novato para llegar vivo a la primavera podemos saberlo gracias al fantástico libro en el que volcó tamaña experiencia, Indian Creek. Un invierno a solas en la naturaleza salvaje, que ahora publica Errata Naturae en su colección Libros salvajes.

 

Nature writing en estado puro, con el aliciente de que en este caso, el protagonista no es un experimentado montañero, ecólogo, pescador o cazador, sino un chaval con unos cuantos pertrechos escogidos casi por intuición de la noche a la mañana -Fromm aceptó el trabajó a dos semanas de tener que empezar-, un comeardillas en sus primeras semanas de aislamiento que terminará aprendiendo a base de unos cuantos errores potencialmente fatales, y por supuesto, de muchos aciertos, que nuestra piel se puede endurecer hasta límites que no imaginamos desde el sofá de casa, y que este endurecimiento puede llegar a ser no solo útil, sino placentero y revelador. A Fromm, aquellos siete meses le cambiaron la vida. La idealización dio paso al realismo, la leyenda a los hechos auténticos, la mitología a lo prosaico. Una vez enfrentado a la verdad de los pasos nevados, de los resbalones letales, de las hipotermias, de la pérdida de provisiones por saqueos de vecinos animales o por la congelación, de las dolencias sencillas pero a quince kilómetros de distancia del teléfono más cercano en un refugio deshabitado, o del tener que matar sin un arma de fuego de por medio, el escenario de cartón-piedra cae, y ya no puede creer nunca más que alguien pueda recorrer más de doscientos kilómetros arrastrándose y con la espalda a medio comer por culpa de un oso grizzly.

Pero este descubrimiento de la descarnada verdad de lo salvaje no solo no desalentó a Fromm -sí en ocasiones, no en el balance final- sino que le hizo partícipe de una belleza que ni siquiera podía llegar a intuir: de espectador paso a parte integrante de un entorno majestuoso y secreto, el que quedaba en tras los accesos cortados que ni siquiera una motonieve conducida por el mountain man más curtido podría salvar. Allí, a solas con sus salmones, sus uapitíes, cuervos, pumas, linces, nutrias, mapaches, ratones, halcones, águilas, osos y coyotes, y con su fiel perra Boone -un cachorro al inicio del invierno, una compañera valiente y libre al final-, Fromm acumulará vida salvaje en su interior hasta tal punto que ya nunca podrá ser el muchacho de antes: algo en él habrá cambiado irrevocablemente, un sentimiento le recorrerá por dentro en adelante como recorren los salmones el cauce del río Selway en su camino a la gran vastedad del océano del que tendrán que volver algún día, como sin duda, volverá Fromm a su pequeño país salvaje de nombre Indian Creek.

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