Esa barra en la que reír, llorar, lamentarse o celebrar sin ser juzgado.
Si algún lugar de Valencia fuera el Rick’s Café, sería Barrafina. No porque lo regente Humphrey Bogart, ni porque un pianista toque As time goes by, ni tan siquiera porque se juegue a la ruleta en un salón o se reunían en él los altos mandos del III Reich. Barrafina sería el café de Rick, porque en él permanece intacta una esencia. Esa que hace de Casablanca un clásico atemporal y de las barras de antaño, un aspiracional del glamour.
Barrafina conjuga todos los elementos del noir, que tanto me gustan: una atmósfera sofisticada y vintage, unos terciopelos verde aftereight, unos camareros bien ataviados y una barra amiga. Esa barra en la que reír, llorar, lamentarse o celebrar sin ser juzgado. Un ejercicio de empatía, calidez y discreción pertrechada de un producto de alto nivel y unas elaboraciones sencillas: académicas. Esas que tanto denotan en otros lares tildándolas de viejunas y que, seamos honestos, tan gratificantes son.
Salpicón, matrimonio de nivel, coctel de mariscos en copa Martini, salazones o quisquilla de Santa Pola en pimienta rosa, se unen al mejor pescado y marisco de lonja, cómo no, de la mano de José Tomás Arribas, que se presentan a la sal, hervidos con agua de mar, a la andaluza, en tempura o a la plancha. También tenemos una fritura fina fina, excepcional y unos molletes con los que cerrar una velada increíble.
Julia Martínez, comanda la sala con la solvencia de quien no tiene nada que demostrar. Amable, atenta y ofreciendo las mejores recomendaciones y sugerencias de la temporada, Julia también se muestra profesional a la hora de tratar el vino. Que no es baladí. Aquí, ya sabéis que me muevo bien en los espacios que dan cariño a lo líquido, se bebe muy bien y por si fuera poco, al estar Q’ Tomas en la esquina colindante, si quieres alguna gominola de altos vuelos, te la traen. Eso es servicio y atención al cliente. Que no os engañen.