cine y gastronomía

Bienvenido, Mister Goya

Gastronomía y cine, el sustento de la vida.

| 04/02/2022 | 7 min, 54 seg

La semana que viene se celebran los premios Goya en València: la fiesta del cine español y para celebrarlo, la Oficina de Turismo de Valencia junto a una serie de restaurantes adheridos nos ofrecen menús degustación inspirados en el cine. Además con motivo del año Berlanga, (nuestro más insigne cineasta) la ciudad realizará una serie de acciones durante todo el año que vertebrarán la ciudad en torno al cine.

Decía Theo Angelopoulos que el cine es la vida como debería ser, pero quizás lo decía refiriéndose al cine americano: ese modelo clásico institucional que refleja aspiración, éxito, deseo, heroicidad. Un sueño (el americano), una fantasía, un frenesí. En fin, la vida, babies. Nuestro cine, ese que tantos defenestran, no es la vida como debería ser, es la vida misma. Un reflejo de nuestra identidad, nuestros sueños, deseos, aspiraciones, fracasos, luchas, contradicciones y también, evidentemente nuestra gastronomía. Y toda vida (la mía al menos) se sustenta en esas dos cosas: la gastronomía y el cine. La primera alimenta el cuerpo, pero el relato, las historias y por ende, el cine, alimentan el alma.

Pero además, el cine es un espacio de descubrimiento, de socialización y de libertad. Ese cine que cantaba Aute en las Cuatro y Diez o Sabina en Una de Romanos. Ese cine que al igual que el Cinema Paradiso, quizás la mayor oda al cine jamás creada, ha desaparecido. Ese cine que fue, que ya no es, pero que siempre será, es el cine que me interesa. El cine de verano al que íbamos pataqueta de tonyina amb tomata i pimentó en mano, las dobles sesiones del Cinestudio d'Or en el que quizás se cruzaba contigo una tortilla de patatas a mitad sesión o aquellos Albatros donde no contaban con un gran sonido pero si con el mejor silencio y en los que un día vino Azcona a un coloquio y terminó comiendo paella a la una de la madrugada. El cine sin artificios. El de verdad.

Aquí no tenemos a James Bond con sus Martinis Vesper, ni a Anthony Hopkins con su Chianti para acompañar a un hígado con habas. Más bien contamos con Arguiñano y su tortilla rusa y con Bardem jamón en ristre. Tampoco amasamos gnoccis para acabar besándonos con la hija del Padrino, ni preparamos salsas de tomate para uno de los nuestros. No pedimos Jim Bean, agua y hielo para ahogar la pena de estar atrapado en el tiempo, ni nos atiborramos a Champagne coktails en el Rick’s Café, más bien tiramos de birra en el Kronnen. Nuestros guateques son más ye-yés y menos sofisticados y para nosotros el desayuno nunca será en Tiffany’s. A nosotros no nos van los perritos del Gray’s Papaya ni nuestros policías se inflan a donuts. Nuestros parados toman Estrella Galicia en los muelles de Vigo, no Rusos Blancos en L.A. y desde luego no abusamos de la mantequilla. Y  aunque durante años se cruzara la frontera para ir a Perpignan a ver el Último Tango en París, nosotros, al menos yo, nos quedamos con Malena, que también tiene nombre de tango.

Ay, Malena! ¿quién no se ha enamorado de Ariadna Gil unas trescientas veces? Pues va y al marido no le gustaban las mollejas que le preparaba, pero sí su hermana. En fin, dios da pan a quién no tiene dientes. Pero si vamos a hablar de melodramas y cocinas ahí la jefa es Penélope: la tortilla de patatas que prepara en Madres Paralelas o el pisto manchego, los chorizos, el mantecado o los barquillos en Volver son ejemplo de ello. Tampoco podía faltar el gazpacho de Carmen Maura en Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios, receta incluida: tomate, cebolla, pepino, pimiento rojo, pimiento verde, aceite, sal, ajo, vinagre y tranquilizantes, ni Carmina, la madre de Paco León en la maravillosa Carmina o Revienta. Y es que, la mayoría de historias de mujeres del cine español pasan en las cocinas, ese espacio en el que se han visto reducidas, encajonadas y encerradas dentro del hogar. El único lugar donde poder ser ellas y quejarse, confesarse secretos o recriminarse. Esa vieja historia de la mujer casada en casa y con la pata quebrada que ya hace años deberíamos haber desterrado de nuestra cultura popular.

Si la cocina es de mujeres, la bebida ha sido reflejo de una masculinidad o ausencia de ella en la que el cine español viaja entre la nostalgia y la sordidez. Desde el Pippermint que toman asiduamente Geraldine Chaplin y Jose Luís López Vázquez en Pippermint Frappé, la Quina Santa Catalina de El Pisito, el Anís del Mono que acompaña a cientos de películas predemocráticas, a los whiscazos en vaso de tubo que asoman en Los Liantes, Los Bingueros o Torrente. Ya sabéis, Cañita Brava y su célebre: "Torrente me debe seis mil pesetas de whisky". El cognac por su parte, ha sido parte de las sobremesas más aristocráticas como las acaecidas en casa de la marquesa de Los Santos Inocentes, el licor café en Magical Girl hizo que semanas después se pidiera en ciertos de bares y con Pedro hemos bebido de todo. ¡Qué overdose! ¡Qué síndrome! ¡Alcohol por un tubo! Pásame el lipstick, querida: cubateo, agua de valencia, tequila, destornilladores, cubalibres… "Ay, Betty, excepto beber, qué difícil me resulta todo” que decía Marisa Paredes en La Flor de mi Secreto. A ti y a mi, Marisa. A ti y a mi.

Del vino, mención aparte el discurso de Federico Luppi a Juan Diego Botto: "Qué me decís del vino? No lo tragues de golpe, tenelo en la boca, saborealo: no tiene sólo gusto a vino, te vas a dar cuenta que sabe a uva, a frutas, a madera... Es como leer, como en los libros: es un placer que no te podés perder”. O la reflexión en esa piscina con Eusebio Poncela y Cecilia Roth descorchando botellas de Veuve Cliqcuot mientras demonizan el trabajo. Quizás todos nos hemos quedado con lo de follarnos las mentes, pero es que todo en Martín Hache es un auténtico coito mental. 

También del vino nos habla Medem, en Tierra, aunque desde la perspectiva del productor. Ese vino que sabe a tierra por la plaga de cochinilla y desde esa perspectiva, la del terruño también vemos Vacas. Si con Medem viajamos a esa España rural de Cariñena y de Guipúzcoa. Al sur, viajamos con Vivir es Fácil con los Ojos Cerrados, donde un catalán nos ofrece pa amb tomàquet y moscatel como la mayor aportación de Cataluña a la historia y del sur a Castilla con ese hombre en el bancal entre lechugas que José Luis Cuerda nos dejó en Amanece que no es Poco. Por cierto, Cuerda es nuestro Coppola, al menos en lo que a bebercio se refiere, ya que también entró en el mundo del vino con su bodega Sanclodio.

De otra España rural, la de las batidas y las monterías me quedo con dos mitos: Berlanga y Camús. La Escopeta Nacional y los Santos Inocentes. Si en la primera aprendimos a saltear robellones, en la segunda degustamos una pechuga con salsa de almendras y perdices. Aunque también saboreamos la amargura de ser pobre. De pobreza y de hambre tres momentos han marcado nuestro cine. El mío al menos. Plácido de Berlanga, Viridiana de Buñuel y las Bicicletas son Para el Verano, original de Fernán Gómez y adaptada por Chávarri. Tres mesas, tres comidas y tres recuerdos. En Plácido sentemos un pobre en nuestra mesa, que maravilla de actuación la de Cassen y López Vazquez, en Viridiana los pobres se adueñan de la mesa, bebiendo vinos de Valedepeñas y saqueando la despensa de Fernando Rey, homenaje a la última cena incluido y en Las Bicicletas son para el Verano es la pobreza en sí misma la que se sienta en la mesa: ese plato de lentejas mísero, vacío y triste que ha sido aniquilado por todos los familiares antes de servirse. A mi también me hubiera gustado ser Máximo Gorki, Don Luis.

Pero como aquí estamos para celebrar la vida y no la pérdida, hagámoslo en familia, sobre una mesa y con una buena historia detrás. Yo me quedo con la ópera prima de fernando León de Aranoa: Familia. Con un Juan Luis Galiardo que se come la pantalla en una reunión familiar que empieza con el desayuno y acaba con la cena. Como debe ser cualquier celebración.

Fue en ese cine, ¿te acuerdas? / En una mañana al este del Edén / James Dean tiraba piedras / A una Casablanca, entonces, te besé / Aquella fue la primera vez / Tus labios parecían de papel / Y a la salida, en la puerta / Nos pidió un triste inspector nuestros carnets /

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