VALENCIA. El presente de Carmen Machi (Getafe, 1963) es uno de los más dulces de la profesión actoral en España. Hace años que elige los proyectos en los que participa en teatro, cine y televisión, pero, sobre todo teatro. No lo ha abandonado desde que era una adolescente, combinándolo incluso durante el intenso periplo entre 7 Vidas y su spin-off, Aída, que parece acompañarle para siempre. El personaje ha jugado su papel en un halo de popularidad que solo ha servido para consolidar a una de las actrices más soberbias en la actualidad.
Su virtuosidad natural para la comedia parece servir de contrapse idóneo para filtrar y proyectar la tragedia. Este sábado 18 de junio, en el Teatro Principal de Valencia, Machi estrena en la ciudad monólogo Juicio a una zorra, dentro del festival Tercera Setmana. La premiadísima obra de Miguel del Arco -en el caso de la actriz, con un Valle-Inclán- presente el gran conflicto social de la mujer libre, la lucha por la dignidad de la persona y el conflicto de la feminidad cuando choca socialmente a través de la inteligencia y la belleza.
Helena de Troya, la protagonista del vilipendio, es catártica, hilarante, desbordante en su discurso, colérica y profundamente mordaz. La suya es la historia de un conflicto: el de una vida programada hasta que el amor libera su destino para condenarla en su búsqueda. Este año Machi, de familia de músicos, pintores y escritores y de ascendencia italiana, está a punto de encadenar su tercer rodaje cinematográfico, pero también ha repescado la obra que sirve de excusa para esta entrevista.
-Juicio a una zorra se estrena en 2011, para en 2012 y se recupera hace unos meses para su gira latinoamericana. ¿Cómo ha evolucionado el personaje durante estos años? ¿Cómo lo vives?
-Es cierto que hay una parte considerable del público que piensa que el personaje no cambia, que es algo automático. Claro que ha evolucionado. Cuando paramos en el año 2012 no teníamos la intención de guardarlo y, cuando volvimos a representar el texto, me sorprendió mucho cómo pasaba por mí. La historia era otra distinta. Es algo de lo que no te puedas dar cuenta hasta que sucede. Y no sé decir el cómo, pero seguro que tiene que ver con mi momento personal. Cualquier espectáculo se va posando y, en este caso, tiene que ver con cómo se gestiona el dolor, con otro tipo de serenidad. Me gusta la pregunta porque me ayuda a darme cuenta de que esa otra forma de hacerlo, la de ahora, tiene mucho de que hay en mí otra forma de gestionar el dolor. De alguna manera, es un poso más terrible.
-Así que podemos decir que es una experiencia distinta, que quien ya la vio en el pasado puede ver una obra muy distinta aun con el mismo texto.
-Pero totalmente. Después de que la gira por latinoamérica provocara que volviéramos a llevarla a escena, vi que había cambiado.
-¿Y cómo fueron allí las sensaciones con un texto de tanto éxito en España?
-Me gustó mucho poder hacer la gira, representarla en sitios donde no te conocen de nada. Aquí no puedes dejar de tener en cuenta de que cuentas con cierto beneplácito del público porque te conocen, porque te siguen. Pero vi que se generaban las mismas sensaciones, el mismo tipo de catarsis.
-Sin embargo, la obra tiene como elemento capital a la mujer. La libertad, la dignidad y la posición frente a la ciudad de la mujer. Dadas las distintas realidades de los países que visitasteis, sin haber maquillado ni una coma el texto, ¿viste que encajaba de una manera distinta en el público?
-Me impactó mucho cómo sucedió en Uruguay porque, aun siendo un país muy machista como la mayoría de los que visitamos, las mujeres son muy reinvidicativas, así que generaba algo muy interesante. Sin embargo, donde más me di cuenta de esa distancia fue en México. Hay pasajes de Helena en los que está demolida porque cuenta cómo la violaban con 9 años o como se la encasquetaban a un señor de 60, y en el público, había casi niñas preñadas, había señores muy mayores acompañados de muy jovencitas... me dio hasta cierto yu yu. No fue igual en todas las ciudades, pero pensaba cómo estaban recibiendo la obra esas criaturas, cuando contamos algo que es una animalada. Me impactó y fui consciente del momento. Me di cuenta de que hemos evolucionado muy poco y es algo que no solo pude percibir yo, sino el equipo que estábamos allí trabajando.
La catarsis según la 'RAE': 1. f. Entre los antiguos griegos, purificación ritual de personas o cosas afectadas de alguna impureza.
2. f. Efecto purificador y liberador que causa la tragedia en los espectadores suscitando la compasión, el horror y otras emociones.
- Aunque hay muchas claves en un texto tan rico, lo cierto es que de fondo subyace un conflicto social esencial: el enfrentamiento de la mujer inteligente frente a la sociedad. ¿Cómo lo interpretas tú?
-Es 'el' conflicto. Miguel del Arco escribe perfectamente en torno a la dignidad de la mujer y es curioso que lo haga así un nombre. Helena es inteligente y por su posición desmonta al espectador. Sabe gestionar el dolor y, a menudo, ante la tragedia sabe reírse. No tiene pelos en la lengua y es una mujer desesperada por su inmortalidad como hija de un dios. Pero es una mujer muy inteligente, capaz de anestesiarse y seguir hablando. En su vida habían tomado todas las decisiones por ella. Era la mujer del poder, la mujer que calla, la que no vale para nada. Pero se enamora y decide que su misión es seguir a ese amor hasta el final.
-Tiene la capacidad de abocarse al caos. ¿Es una capacidad sanadora?
-Y tanto, pero te deja molida. La catarsis es sanadora, es brutal y viene muy bien, pero es algo que me sigue afectando a lo largo del tiempo. Es como una convulsión que siento porque, con esta obra, mi viaje emocional es compartido.
-O sea, que no logras colgar en el camerino cuando acabas.
-Siempre lo he hecho. Yo acabo la función y voy a mi bola, pero esta obra me golpea fuerte. Al principio, cuando lo descubrí, me sorprendió muchísimo porque no es mi manera de trabajar. Me niego a que me invada. Emociones las justas. Pero con Helena no puedo... me agarra y supongo que no hay otra forma de hacer el personaje. No me pongo a reconstruir el dolor luego, pero nace, surge, resulta extraño que suceda. Además sé que al público también le deja destrozado.
-Y el público repite en muchas ocasiones. ¿Es masoquista?
-Supongo que sí, pero es que el texto es muy hermoso. Es un regalo de humanidad y creo que hay gente que necesita volver a sentir esa experiencia. Se convulsiona también.
-¿Es una obra feminista, femenina o ninguna de las dos cosas?
-No es feminista para nada. Es una obra sobre la libertad de amar. Habla de una mujer femenina, sí, de ser madre, de haber parido, de una mujer que ama, que sigue a un hombre, pero no reivindica la igualdad de nada ni un derrocar al sexo masculino. Es un alarde de amor, de lo que significa la palabra amar y de lo mal entendida que está. Y la historia ocurre hace siglos, pero... a día de hoy todavía se puede aceptar que un señor abandone a su mujer y a su hijos, ¿pero y si lo hace una mujer? ¿Se puede comprender? A mí me gusta el planteamiento, también porque creo que sería incapaz de hacerlo. Es una decisión tremendamente difícil, pero tras una vida de tortura Helena conoce el sexo de verdad y descubre la felicidad.
-Desde luego la mujer, como creadora, está muy presente a tu alrededor actualmente [el viernes pasado estrenó la película Rumbos de Manuela Moreno y está trabajando con otras autoras tanto en cine como en teatro en este momento].
-Tengo mucha suerte porque no paro de rodearme de mujeres directoras, escritoras, compañeras actrices. Estoy flipando y me enorgullece muchísimo. El texto de la película de Moreno es de los más soberbios que he leído, de los mejores diálogos que he visto. Qué alegría que haya tanta mujer, sobre todo porque los textos revelan un punto de vista de la sociedad más neutro de lo que parece. Eso es lo importante.
-Has vivido el ritmo del teatro, del cine y de la televisión. Incluso los has cruzado. Después de todo este bagaje, ¿cuál va más contigo?
-Va por rachas y tiene que ver más con los proyectos que te ofrecen, pero... creo que suelo estar más habituada a los ritmos del teatro. Están más en mí. Se parece más a mi motor y este año, precisamente, he abandonado mucho el teatro porque tenía y tengo muchas películas por hacer. El cine es, de hecho, el medio que me parece más complicado. En el teatro me siento más segura. Y la tele... bueno, he hecho menos tele de lo que la gente piensa. Solo que he estado un largo periodo de tiempo. ¡Cuando yo estaba te hacían firmar por temporadas! El mundo al revés. Pero tampoco es un ritmo que vaya conmigo.
-Has defendido personajes en los tres medios partiendo de una peculiaridad en tu curriculum: la carencia formativa. Ahora te cruzas con actrices joven que hablan varios idiomas, que llegan a su primer papel con las ideas muy claras y una convicción profesional importante. ¿Cambiarías el curso que has seguido? ¿Cómo ves a esa nueva generación?
-A veces digo que me gustaría volver a nacer para volver a hacer lo mismo que he hecho. La ilusión de mi vida, de joven, de lo que recuerdo, era ser actriz. Era muy amante de los actores ingleses, así que me hubiera gustado ir a Londres a estudiar teatro. Como no pude, me dije <<pues no voy a ningun lao>>, así que practiqué muchísimo de manera profesional. Y no estoy en contra ni a favor de las escuelas, pero hay una parte natural que la tienes o no. Ahora hay gente muy preparada, que enseguida se lo toma como un oficio y, bueno, la fama que es algo igual de dañino que siempre para los actores jóvenes. Ha pasado toda la vida. Pero a mi alrededor hay gente joven muy profesional. Ahora hay una experiencia que me conmueve: Eduardo Casanova, al que he criado casi [compañero en Aída] me va a dirigir. Es su primer largometraje y me pongo a llorar con la emoción. Lo que admiro de ellos, de la gente que llega, es que no se esperan a que llegue algo; se ponen a hacerlo. Y hay mucho teatro emergente bueno, mucho respeto por el oficio y joyas que despuntan. Así que estoy tranquila y me siento muy bien arropada por la gente joven. ¡Mola muchísimo! Y además... me sigo considerando joven [ríe].