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'Carter & Lovecraft': no hay duda, el horror cósmico está de moda

El universo nacido de la imaginación de H.P. Lovecraft sirve como escenario para esta novela de Jonathan L. Howard en la que la realidad es un elemento engañoso y muchas veces, terrorífico

1/08/2016 - 

VALENCIA. La posibilidad de que el entorno en el que se desarrollan nuestras vidas pueda no ser más que una mera ilusión sensorial es un temor que vive entre nosotros desde hace ya mucho tiempo. Es muy probable que nuestras mayores preguntas -qué soy, a dónde voy, para qué existo- no solo no tengan una respuesta comprensible, sino que sencillamente no tengan respuesta porque la pregunta carezca precisamente de sentido. Nuestras preocupaciones, al fin y al cabo, surgen de nuestra concepción de la existencia y de nuestra forma de relacionarnos con el fenómeno del ser. Somos conscientes de que además de las dimensiones que podemos percibir, existen otras que se van manifestando a medida que avanza nuestra ciencia. Sin ir más lejos, el tiempo, ese factor que determina quiénes somos y durante cuánto lo somos, posee unas particularidades que por mucho que lo intentemos, se nos antojan misteriosas y en bastantes ocasiones, paradójicas, inexplicables, imposibles. El campo de la física cuántica es tan poco lógico para la mayoría de nosotros que parece formar parte de las creaciones más delirantes de la ciencia ficción.

La cruda verdad es que habitamos un universo del que no sabemos prácticamente nada. Quien más y quien menos ha experimentado esa sensación de desasosiego que sigue a una conversación que se dilata lo suficiente para que en ella aparezcan las grandes preguntas que llevan de cabeza a la física, como por ejemplo, el origen de todo aquello que se propagó tras la inimaginable explosión protagonista de nuestra teoría del Big Bang. ¿Qué pasaba antes del mismísimo génesis del universo? ¿Cómo aparecieron la materia y la energía, cuál fue el principio? ¿Qué es la nada, qué es el infinito? Vértigo. Las cuestiones más elementales, las que podrían arrojar luz sobre el enigma que es la vida, son un abismo negrísimo que nos sobrecoge cuando nos asomamos a él, y es de esta sima profundísima, de esta imposibilidad de entender que nos hace sentir insignificantes, de la que el más célebre representante de la corriente literaria del horror cósmico, Howard Phillips Lovecraft, extrajo el material necesario para construir un asombroso imaginario de deidades ancestrales y arcanas provenientes de los confines más allá del infinito -haciendo uso de sus clásicas hipérboles-, ante cuyas acciones no podemos más que caer de rodillas presos del espanto, resignados al encontrarnos frente a algo que claramente supera nuestras capacidades. 

Los mitos de Cthulhu, todo el conjunto de relatos creados por Lovecraft y su círculo, supusieron un antes y un después en la literatura, pero no solo eso: su influencia se ha extendido tanto que sus tentáculos han llegado hasta otras muchas disciplinas. Los más claros ejemplos son el cine o los videojuegos, aunque también hayan sido el germen de obras pertenecientes al arte de la fotografía, o de la música. Es muy significativo que en una época en la que el progreso científico se adentra en terrenos de abrumadora complejidad a mayor velocidad que nunca, el universo lovecraftiano viva una era dorada. ¿Será esta tendencia un síntoma de nuestra incapacidad de entender hasta los aparatos que más utilizamos a diario? ¿Quién puede explicar de un modo preciso cómo funciona un smartphone, qué clase de procesos tienen lugar tras pulsar una región de sus pantallas táctiles para mandar una fotografía al otro punto del globo? 

Desde la película Cloverfield -traducida al español como Monstruoso-, hasta su secuela 10 Cloverfield Lane, pasando por el poco afortunado homenaje de Stephen King en Revival o el reciente anuncio de una futura serie televisiva de Legendary sobre las historias de Cthulhu y demás entidades apocalípticas, son muchas las adaptaciones que se están haciendo del cosmos del autor nacido en Providence. La novela Carter & Lovecraft, de Jonathan L. Howard es un buen ejemplo de ello. Ambientada en una realidad familiar que poco a poco se va volviendo peligrosa e inquietante, basa su trama en una serie de sucesos macabros que guardan una enigmática relación con las historias, aparentemente ficticias, de H.P. Lovecraft. Daniel Carter, policía reconvertido en investigador privado tras abandonar el cuerpo a causa de una horrible tragedia, se ve de nuevo atrapado por unos acontecimientos para los que tampoco tiene explicación. En su búsqueda de la verdad le acompañará una anticuaria que es ni más ni menos que la última heredera de los genes de Lovecraft; con su ayuda tratará de desenmarañar una investigación repleta de callejones sin salida y crímenes inconcebibles que le obligarán a ir más allá del velo de lo plausible. 


La historia, que empieza de un modo digno y mejora página a página, nos plantea una nueva interpretación de los temas preferidos de Lovecraft: en este caso, son también las ansias de alcanzar el conocimiento supremo las que llevan a abrir las puertas de lo prohibido. Si en los relatos originales los desgraciados protagonistas se acercaban al saber oculto a través de libros que aniquilaban la cordura de quien los estudiaba y también de experimentos antinaturales, aquí el puente son las matemáticas, y en concreto, el descubrimiento de algo todavía más esencial y universal que las matemáticas mismas. Si bien Howard no trata de emular la singular prosa de Lovecraft -un acierto a a la vista de las desafortunadas intentonas de gran cantidad de escritores que se han estrellado en el intento-, sí que aprovecha durante toda la novela multitud de referencias de las historias originales: ya sea la omnipresencia del mar y sus hijos, las visiones de ciudades desconocidas -y sin nombre- o las terroríficas y desoladoras revelaciones que cambian la vida de los protagonista. Todo constituye un curioso recorrido a través de la galería de horrores lovecraftianos, un tenebroso paseo literario capaz de satisfacer tanto a entendidos como a noveles deseosos de maravillarse ante la belleza de nuestra insignificancia en el insondable océano del ser. Porque como dejó escrito Abdul Alhazred, el árabe loco surgido de la imaginación del genio de Providence: “Que no está muerto lo que yace eternamente, y con los eones por venir, incluso la muerte puede morir”. 

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