El cielo más limpio que he visto nunca y ojalá siga durando.
Miro hacia dentro y encuentro una similitud animal con la película "Un Monstruo viene a verme". Una obra de arte dirigida por Juan Antonio Bayona en la que Connor aprende una gran lección cuando entiende que querer que termine una sensación, no significa que quiere que deje de existir aquél que la provoca. Y yo me siento igual que Connor.
Será que soy una positiva patológica, pero la otra noche logré ver por primera vez las estrellas en la ciudad y casi me cae la lágrima de emoción. Inédito. Ojalá las imágenes que llevamos viendo estas últimas semanas fuesen eternas, ojalá los hijos de Venecia aprendan que el agua es azul y no verde, ojalá más ballenas y delfines cerca de las costas, ojalá más animales libres aunque todo ello nazca del caos. Porque, como dijo Nietzsche, es preciso tener todavía caos dentro de sí para poder dar a luz una estrella danzarina
Llevo días viendo como en Tailandia han decidido soltar a los elefantes y dejarlos libres por falta de turismo, viendo fotos de las calles tomadas por animales de granja que parecen convertir todo en zonas de trashumancia, y yo no puedo evitar sonreír por su reconquista del espacio que siempre les perteneció. Quiero que dure y que perdure, pero sería maravilloso si naciese de nuestra voluntad y no por imposición de una situación tan trágica.
Que podemos aprender mucho de esto. Que menos de un mes ha hecho falta para bajar los niveles de contaminación a la mitad. ¿No te gustaría esto para siempre? Y la pena de que reactivemos la economía a costa de nuestro medio ambiente me enerva. Es momento de una toma de conciencia colectiva. Y no hablo de salvar al mundo, con responsabilizarte de tu barrio, de tu calle, es suficiente. Reactivemos conscientes, reactivemos con cabeza, reactivemos pensando en un futuro mejor.
Ahora, más que nunca, hay que mirar hacia dentro. Nadie mejor para hablar de nuestras raíces que Héctor Molina, quien ha aportado la mayoría de datos a este artículo, de quien suscribo palabra tras palabra. Solo una conversación con él basta para espabilar hasta al más espabilado. Y es que no tenemos ni idea de nada.
Basta comparar el pasillo de un supermercado con el de cualquier mercado de la ciudad para ver quién reparte el pastel estos días. Solo son siete las empresas que controlan el 75% de la distribución de alimentos y más del 80% de la compra de alimentos se realiza en supermercados.
NO HABLO DE SALVAR AL MUNDO, CON RESPONSABILIZARTE DE TU BARRIO, DE TU CALLE, ES SUFICIENTE
Las grandes corporaciones son, aparentemente, las grandes salvadoras de la situación y los comercios locales los grandes perjudicados. Y es que preferimos pagar unos duros menos, aparentemente, que ayudar al que tenemos a la vuelta de la esquina o a un paseo en bici. Y lo entiendo, es cuestión de hábitos. Pero es que estos días te estás llevando a casa las legumbres de sudamérica y las naranjas de sudáfrica. Y no es eso lo peor, la península es el principal productor de hortalizas orgánicas y se están yendo la mayoría al norte de Europa porque aquí pasamos de ellas. Somos uno de los pocos países que podrían ser autosuficientes a este nivel, tenemos las condiciones y clima perfectos para cultivar todo lo que necesitemos para subsistir sin necesidad de recurrir a países extranjeros para autoabastecernos, y como si no fuese con nosotros.
Imaginemos por un momento que África ante el COVID-19 decide cerrar fronteras y se terminan nuestras transacciones con ellos. Es que hoy en día, nuestra alimentación mayoritariamente se basa en producto que se importa desde África. El año pasado se incrementó la importación en un 12% y el consumo local se redujo un 1%. Si es que vamos de locales pero la realidad es que hay mucho marketing y poca huerta.
Que esto no va de cortar las relaciones internacionales, trata de vivirlas de manera más sostenible. Si nosotros producimos legumbres y vegetales suficientes para nosotros, ¿por qué exportar nuestro producto e importar del de otros? Es insostenible.
Es que no somos conscientes de lo que tenemos, de verdad. Y encima, contamos con la quinta parte de nuestra superficie de cultivo abandonada, nada menos que 162.000 hectáreas. Oigo a Héctor darme la cifra y es que se me pone el vello de punta. ¿Y por qué es tan importante? Porque es soberanía alimentaria, tan sencillo como eso. Tenemos una necesidad imperiosa de darle vida a esos terrenos, de cultivar para nosotros, de comprar a nuestro vecino, de reactivarnos desde dentro hacia fuera, y no de fuera hacia dentro.
¿Y la contaminación? Obviamente recuperaremos antes el azul de nuestros cielos y de nuestros mares si se transportan del campo a casa y no tienen que viajar en avión, barco y camión, ¿no?.
Pero no solo se trata de comprar al campo, sino de volver a él. De recoger el amor que una vez abandonamos por la tareas más cotidianas como cuidar nuestras tierras y producir nuestros alimentos. Y más ahora si miramos las cifras del paro, que dan pavor.
Y es que Héctor lo tiene claro y no puedo no estar de acuerdo. Necesitamos un cambio de paradigma ya. Ahora mismo nuestros campos son esclavos de grande multinacionales, de intermediarios y de costes astronómicos. Vamos a eliminar esos eslabones, es tan fácil como bajar al mercado, además es placentero como nada. A mi me da la vida bajar al mercado y comprar mis verduras, y con más razón estos días. Haz que tu compra cuente y conviértela en una decisión política, apuesta por el barrio. Además la variedad de producto que tiene el Mercado contra la de un supermercado es increíble. Otro dato que nos da Héctor, es que hemos perdido desde en los últimos 100 años, el 75% de la diversidad vegetal. Y es que al final todos nos llevamos el mismo tomate insulso y lleno de agua a casa, cuando hay otras tantas semillas que ni conocemos esperando a que les demos una oportunidad.
Es hora de volver a la economía circular, porque es la vía más sostenible, probablemente la única vía.