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LECTURAS PARA EL RECREO

Con los libros también se juega

26/06/2022 - 

¿Dejamos de jugar porque crecemos o crecemos porque dejamos de jugar? Cualquier objeto que puedas encontrar al alcance de tus ojos es material para el entretenimiento. Los cocineros “bailan” con los cuchillos, los escritores emparejan las palabras y crean historias, los músicos combinan notas y crean melodías. El juego es una intención, una forma de plantearse la vida y una necesidad para huir del aburrimiento. En la vida estamos en un constante reto por avanzar, y mejor pasarlo bien por el camino. Pablo Neruda representaba esta idea perfectamente en uno de sus poemas: “El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre”.

Para los niños adultos también hay un hueco, al menos en València, más concretamente en el Máster en Ilustración Profesional de Barreira. En estas Antonio Ladrillo enseña con mimo las clases de álbum ilustrado, en las que hace volar los proyectos de alumnas como Evelyn Batista y Raquel Montero. Ambas satisfacen, en cierto modo, los anhelos de su “niña interior” lección tras lección, y dan rienda suelta a la imaginación con una única premisa, la de “aquí hemos venido a pasarlo bien”, y a aprender por el camino.

Mi colección de caras, de Antonio Ladrillo, editado por Pastel de Luna

Con eso sí se juega

Las lecciones de Ladrillo se proyectan siempre desde la libertad absoluta, sin ideas preconcebidas. Probablemente la que más cuesta de desmoronar es esta misma de que “los juegos son solo para niños”, por lo que es necesario romper con el esquema preconcebido de la venta y de los públicos: “Como hay un mercado existe una necesidad imperiosa de categorizarlo todo”, reflexiona el docente, “de esta manera el mundo nos obliga a pensar en cuestiones como el público objetivo, el contenido y demás etiquetas”. Una vez derruidas estas concepciones se alcanza el nirvana artístico, que en sus clases es “poder hacer algo que me guste y con lo que disfrute”. Para ello es totalmente necesario lo de conocerse primero, llevando a los alumnos a sus límites: “Me interesa ver como piensan, descubrir sus inquietudes y retarles a salir de lo preconcebido. Sólo de esta manera lograremos buenos resultados”.

Un buen ejemplo del de como salirse de los márgenes es Montero, quien con Así somos y así nos relacionamos genera un interesantísimo relato sobre la diversidad de cuerpos, el consentimiento y la destrucción de los tabúes. Aunque de primeras parezca que aborda conceptos adultos, en realidad es un relato para todas las edades, sin categorizar, tal y como se explica en clase: “Diría que es un fanzine para todos los públicos”, aclara la autora, “y muchas veces se nota que los padres tienen más reparos al ver el libro que los propios niños, que enseguida lo entienden y empiezan a divertirse”. La intención es al final lo que cuenta, cabe descartar la idea de “dejar de hacer las cosas que nos gustan y de dejar de jugar por crecer”, que Montero (y cualquier fan del juego) considera un poco “tontería”.

“Nada es incompatible, y jugar es la mejor manera de aprender y de conectar con una misma y con los demás”, aclara la autora, quien ha logrado, en tan solo unas páginas (con agujero en el medio) conectar con todo tipo de lectores: “Tanto adultos como niños se lo pasan genial jugando con él y a mi me encanta ver cada vez que alguien lo coge por primera vez cómo se le va poniendo una sonrisa en la cara”. El trabajo del libro como objeto, en este caso de juego, es el que da lugar a las infinitas posibilidades de la imaginación, y el que permite construir (según Ladrillo) una arquitectura del libro como argumento narrativo del divertimiento: “De normal no se imagina un libro de tal manera, lo interesante es ver la respuesta a este primer contacto con el álbum ilustrado. Surgen en el aula ideas de todo tipo, todas ellas buscan interacción más allá de pasar la página”.

Niños mayores

Uno de los focos de Ladrillo en sus lecciones recae en que se “genere algo entretenido, sea como sea”. El juego tiene que resultar interesante para cualquier lector, y salirse de los formatos habituales. Por ello, y basado en el modelo del autor francés Hervé Tullet, se muestra a los alumnos de álbum ilustrado como esta actividad puede ser para todo tipo de lectores. En un ejemplo similar al de Montero encontramos el relato de Batista, con su libro Cada cual con su tarea. En este se invita al lector a que introduzca el dedo en el centro del relato para dar vida a diversos animales. La propuesta surge en este caso de la necesidad de satisfacer un relato para la niña interior de la alumna: “Sea como sea, logramos llevar a cabo una interpretación totalmente personal del relato”, relata la alumna, “desde que llegué aquí he descubierto los libros de nuevo… como si antes no hubiera visto ninguno”. 

Esta forma de acercamiento genera un relato sincero, que sana al niño interior y libera al adulto: “Gracias al relato libre y la mezcla de estilos somos capaces de plantear siempre todo tipo de enfoques. Es una manera de reinventarnos”. En su proyecto plantea un juego que bien mantendría entretenida a cualquier persona en un rato de descanso, pero… ¿lo lograría con un niño de 6 años? Al contar la asignatura con un planteamiento tan diverso resulta, de forma irónica, que el niño es aquel lector más difícil de impresionar, el que tiene que comprender el libro en sus dos vertientes, sin que se lo expliquen de ninguna manera.

A la narrativa se suma Jorge, un niño de 6 años cuyos libros favoritos son los de historias sobre piratas. Una breve charla con él, y un rato con el trabajo de Batista, basta para saber si el libro pasa la prueba final…

Para comenzar Jorge hojea (que no ojea) el libro extrañado, pensando en la utilidad del agujero, que nada más adentrarse en la primera página descubre. Sus dedos de niño aún son demasiado cortos para alcanzar todos los elementos que rodean a los animales, por lo que no logra alcanzar los frutos que rodean a los monos con la cola ni cazar las moscas con la lengua del sapo. A pesar de ello sí que tiene página favorita, la de la serpiente, le gustan “los colores y poder poner la lengua del bicho”. Lo ha conseguido doblando el libro, un punto a favor en la maquetación “blanda”.

Al final de la lectura siente que se le ha hecho corta, y opina que él es “un niño grande” para ese libro hecho para pequeños. Sorprendentemente el lector encuentra una nueva forma de jugar con este: darle vueltas sobre el dedo como si fuera un helicóptero. Para jugar solo es necesaria la intención, Jorge lo muestra perfectamente, y sorprende con su hallazgo con el que comprende que el libro no es solo un contenedor de historias, sino un compañero más de recreo. 

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