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'LA CIUDAD Y SUS VICIOS'

Contra el feísmo urbano: En marcha el catálogo de la Valencia que WhatsApp no deja ver

Aldabas, canalones, bocallaves, rotulaciones, gárgolas, inscripciones… Tono Giménez y Tomás Gorria llevan al papel la ciudad de las pequeñas cosas, detrás del cableado

28/05/2016 - 

VALENCIA. Planteo que el trabajo que tienen en marcha es una manera de enfrentar a Valencia al microscopio, pero no lo acaban de ver así. Se ven más bien como recaudadores de elementos menudos. Durante cerca de diez años, sin conocer la ruta de su tarea, dos tipos han ido capturando aquellos pedacitos de urbe con tendencia a pasar desapercibidos (“el proyecto pedía papel”). Guardan a buen recaudo los mejores ejemplos de aldabas, bocallaves, canalones (mi categoría favorita), escudos, números, rótulos, inscripciones, mobiliario urbano, trapas, veletas, rejas, gárgolas, marquesinas...

Ellos son Tono Giménez, fotógrafo cronista de la ciutat, y Tomás Gorria, vigía de tipografías y rótulos. Caminar con ellos en la ciudad supone detenerse a cada paso ante una atracción visual nueva. Tono y Tomás han comenzado el proyecto editorial Valencia al detalle a la caza, dicen, de lo que es casi imperceptible. “Lo verdaderamente importante es casi invisible a los ojos, y en momentos como este, donde la vida transcurre tan deprisa, queremos llamar la atención de los valencianos, y aquellos que nos visitan de algunas de esas cosas que pasan muy a menudo inadvertidas a su mirada”. 

Es una manera de exhibir la memoria de una ciudad subyacente hecha de cosas talla S. No son grandes atracciones, tan solo piezas de la tramoya que a la postre determina el estilo, el charme, de uno u otro lugar. He allí los combatientes contra la fealdad urbana a través de la didáctica.

Trabajos como el suyo son cada vez más recurrentes en ciudades acostumbradas a hacer de su patrimonio a pequeña escala una seducción. Para Valencia es una novedad, en plena era no resuelta de desidia por el paisaje ultraurbano. “No se trata de nostalgia, es respeto a la historia”, apunta Gorria. Ante “un total y absoluto abandono por aquello que acaba formando el aspecto de una ciudad. Cuando se cablea una calle no se atiende a rótulos ni a inscripciones ni a nada”, advierte Gimenéz. Los cables, especie invasora. Lo que otros emplean para hacer un arte, nosotros lo ocultamos.

Sí incide el proyecto en el dulce boom editorial en torno a todo aquello que genera Valencia.

Fotos: TONO GIMÉNEZ

Emprendamos un trayecto minucioso de su mano. Detenidos frente a las placas de cerámica inscritas con un número que aparentemente no señala nada congruente. Están presentes en buena parte del centro histórico. “Un día vimos que de ellas salía un tubo de plomo con una espita y…”. Corresponden a las señales de las farolas de gas de la vieja VLC aunque siempre habrá una maraña de cables dispuesta a taponar la visión.

Paso a las aldabas. “Pieza articulada de metal situada en las puertas exteriores de las casas y que sirve para llamar a sus ocupantes por medio de golpes en la puerta”. Pum pum. Gorria y Giménez desenfundan su colección de aldabas asombrosas. En la calle Avellanas hay una plenamente racista, la de “cabeza de moro”, en la que es la nariz del susodicho la que golpea la puerta cada vez que alguien hace uso de su función. “Es del siglo XIX y han intentado robarle la nariz varias veces”. 

En Valencia las aldabas más pujantes eran la que tenían forma de anillo, las de cabeza de perro, diablo o “moro”, las de péndulo y las de mano de mujer: “guardaban el simbolismo de saludar antes que a nadie a la mujer de la casa”. Ay los ritos ancestrales…

Fotos: TONO GIMÉNEZ

Concluyen Giménez y Gorria que los canalones (“conducto que recibe el agua de los tejados y la conduce a la tierra”) de aquí son especialmente expresivos, exóticos con caras incorporadas que miran a los ojos de los viandantes, parejos a las gárgolas por su asociación con el agua. “Nuestros canalones favoritos son aquellos que han quedado tapiados pero haciendo un agujero para que las caras puedan salir. ¡Parece que son cabezas intentando escapar!”. Como las gárgolas, tenían cierta intención de querer espantar aquello temeroso. 

Buena parte del entramado de pequeñas cosas urbanas salía de las fundiciones (La Paloma, La Maquinista, Gens…). No debían tener especial interés artístico pero producían piezas relevantes porque por sistema “procuraban que las cosas fueran bellas”, explica Giménez.

Los rótulos de las calles de Valencia responden a tres etapas. La primera normalización a mediados del XIX con cerámicas esmaltadas, letras azules sobre fondo blanco. La segunda normalización llegaría en los años 20 del siglo pasado con fondos azules y letras blancas, a imitación de cómo se rotulaban en París. La tercera normalización entristeció las señales del callejero con placas metálicas insustanciales.

Fotos: TONO GIMÉNEZ

Entre tanto acaban de decidir que en su obra aparecerá un apartado para los rótulos fósiles, nombres de calles que ya no existen pero cuyos rótulos permanecen en alto. El Paseo al Mar en Blasco Ibáñez a la altura de la calle Músico Ginés. Tanbien la calle Buenavista en la de Matemático Marzal.

Tono se reactiva como un resorte al escuchar hablar de inscripciones en los muros, capítulo aparte. Un día descubrió cómo en la fachada principal de La Lonja había inscrito a cincel una referencia a la ciudad argelina de Orán. Un guiño a la reconquista española. “Es un tuit sobre La Lonja”, titula Gorria.

En la iglesia de Carpesa hay una de las más antiguas. Solo una fecha: 1707. Es probable que un guiño a la Batalla de Almansa. En la vía de la Nau la inscripción de mediados del XIX se pone higiénica: “prohibido ensuciarse en la calle”.

¿Es el paisaje urbano de Valencia más caótico y embrutecido ahora de lo que era? “Tendemos a dulcificar. Viendo películas como El niño que robó un millón (una producción inglesa rodada en la ciutat en 1960) ves una Valencia muy hermosa y distinta, pero también muy descuidada”, considera Gorria.

¿Qué haríais para embellecerla? “Es básico regular el cableado, que no pueda cubrir lo que pille a su paso. Que haya una catalogación de elementos y una ordenanza para conservarlos y evitar que cualquiera pueda pintar una fachada llevándose lo que quiera a su paso. E insistir en la peatonalización porque permite ver partes de Valencia con otros ojos, con calma”, sentencian. “La ciudad se merece otra mirada”, entona Tomás. “Existe una ciudad fuera del WhatsApp”, fulmina Tono, pidiendo que de una vez levantemos la mirada del móvil al caminar y, tal vez, nos fijemos en una ciudad desconocida de pequeñas cosas que aparentemente siempre estuvieron allí.

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