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De México a Austin: aventuras de Dûrga al otro lado del charco (Capítulo 2)

24/03/2018 - 

VALÈNCIA. “Hello, we are Dûrga from Valencia, Spain…”. Estas mismas palabras las ha dicho David Arán, batería de la joven formación valenciana, hasta en cuatro ocasiones, en los cinco días que hemos pasado en esta aventura llamada SXSW. Pero esta vez adquirieron más emoción si cabe por el contexto en el que sucedieron: el mítico Hotel Vegas de Austin y este será el último concierto de la gira en la que nos hemos embarcado. 

Llegamos a los Estados Unidos de América, desde Ciudad de México, vía Dallas. Diríamos que no es el itinerario ideal en plena era Trump, por lo que el férreo chequeo que recibimos en la frontera no nos extraña en demasía. Allí nos esperaba el resto del equipo de profesionales de Producciones Baltimore con Jose Manuel Piñero y Carol Rodríguez a la cabeza. Casi tres horas de furgoneta nos separan de nuestro destino: la capital del condado de Texas, Austin. Por estos días la ciudad con más artistas y profesionales de la industria de la música por metro cuadrado del planeta. Tiendas de discos, gasolineras, cafeterías, cines, terrazas, descampados, universidades, la propia calle… cualquier lugar es susceptible de acoger propuestas en directo, no hay escapatoria. El Disneyland de los conciertos ¡Bienvenidos al SXSW!

Nuestro primer impulso fue buscar una hamburguesería y contribuir a la epidemia de colesterol autóctona. Paramos en un In-N-Out y, de repente, ¡WTF!, las siamesas Abby y Brittany Hensel delante nuestro, en la cola para recoger su comida. La única persona (o al menos la más famosa) bicéfala del mundo y nos la topamos a las primeras de cambio. Sin duda, los EEUU nos dan la bienvenida como solo ellos saben: de manera fantástica. Comienzo fulgurante.

Momentos SXSW

En la agenda de los Dûrga cuatro citas para darlo todo, para dejar boquiabierto a cualquier pez de la industria que por allí pudiera pulular. Cuando uno está fuera de casa siempre se agradecen los aliados en el terreno y nosotros tuvimos la suerte de encontrarlos. Se llaman Sisi Berry y Saúl Arteta, una esplendorosa pareja a la que no pudimos más que rendirnos. Se prestaron a compartir su backline con Dûrga y prestarles lo necesario durante toda la semana. Saúl es un brillante guitarrista valenciano que decidió emigrar al otro lado del Atlántico buscando inspiración rock. ¡Y vaya que si la encontró! La horma de su zapato se llama Sisi y es una de las frontwoman más potentes que uno haya visto jamás. Juntos lideran Torino Black, un grupo del que pronto deben oír hablar. 

David, Carlos y Santi, los Dûrga, derrocharon energía y dieron la talla en todos y cada uno de sus cuatro conciertos. Nos consta que ya se están barajando acuerdos, que sucedieron cosas buenas. El concierto en la histórica sala Mohawk sonó como los ángeles. Quizá el mejor que hayan dado en este largo tour. A tenor por las pantallas iluminadas, más de una decena de vídeos anónimos vuela ya por las redes sociales. Aunque yo me quedo con el de la terraza del Cheers en la Calle 6. Allí, aun con un equipo de sonido justo, explotaron en el skyline de Austin merced a sus hipnóticos desarrollos instrumentales. 

Ordenar la mente para transcribir todos los momentos vividos en los seis días vividos allí se antoja imposible. Pero, así, agolpados, es fácil evocar (y nunca olvidar) algunos de los garitos y otros tantos conciertos que tuvimos la suerte de toparnos. Porque en el SXSW uno no busca los conciertos, se empotra contra ellos. Los planes, las hojas de ruta, saltan por el aire en cuanto uno se adentra en ese ojo de huracán que este contubernio sonoro. De pateo en pateo, de Uber en Uber, uno solo puede dejarse guiar por un barroco programa o, mejor, por los expertos conocedores del lugar. Un dato ilustrativo de la barbarie: el llamado SXSW Off (al margen del oficial) ha crecido de tal manera que podría decirse que no es preciso pagar por el abono para disfrutar de una experiencia satisfactoria.

Valió la pena aquella larga cola bajo crudo sol para ver a Kut Vile, algo embriagado, recitar en solitario todas esas cosas tan mundanas que en su garganta, a lomos de su guitarra, son pura droga. Fue un lujo pasear por el chispeante barrio de San Jose y toparse con el concierto de Albert Hammond Jr. o adentrarse en el mítico Continental Club y descubrir a Field Report, una banda que ya nos quedamos para siempre. Flipar con cada detalle del inspirador Spider House y los bolos que allí tuvieron lugar. Aquella noche felizmente atrapados en el Barracuda viendo, a ras de suelo y en círculo, a Metz y The Wedding Present; conciertos a bocajarro bañados en cerveza Lone Star. El paraíso debe ser así de ruidoso. Perder el control en el Hotel Vegas también estuvo bien. Y después coger un Uber y hablar de trap (muy extendido en todo el festival) con un conductor negro y prominente. Y no me pregunten cómo, acabar cantando Mala mujer de C.Tanagana con él.

De paella en Austin

Como si de un Erasmus se tratara, es inevitable, uno acaba juntándose con los españoles. Y, la verdad, al final es positivo y fructífero para el negocio. Por allí andaban (con ellos departimos y brindamos) Nacho Holy Cuervo, Luis Sonido Muchacho, Joan y Albert Guardia de La Castanya, Cesar Andión Live Nation, Andrés Subterfuge, Carles Baena Primavera Sound o Paloma Sol Música, entre otros.

En cuanto a grupos, fuimos compañeros de viaje (y en algunos de los casos hasta de avión de vuelta) de Neuman (defendió repertorio solo con su acústica), Christina Rosenvinge (siempre impoluta y elegante), Baywaves (mucha clase pop), Kings of the Beach (trepidante sorpresa punk-rock), Joe Crepúsculo (siempre genial), The Zephyr Bones (una verdadera delicia), Las Hinds (en su salsa) o Los Wilds (tienen pinta de bluf). 

Y, claro, hubo paella. O como demonios haya que llamar a ese arroz con cosas. Pero a caballo regalado no le mires el diente y no podemos más que agradecer a Sounds from Spain, con Eduardo F. Palomares como anfitrión, el cobijo. El caso es que el Ministerio de Cultura, a través de instituciones como el ICEX o el INAEM, paga el viaje y los gastos a algunas bandas patrias para promocionarlas allende los mares. Y ya de paso, bien, acoger al resto de españoles que viajamos, con motivos musicales, por el mundo.

Un Motel 6 junto a orillas de la autopista, apenas 10 kilómetros de Austin, fue nuestro refugio. Lo pisamos poco, para dormir lo justo. El tráfico es bestial todo el tiempo, pero con el cansancio que acumulamos tras la intensa actividad de cada día nos desmayamos casi sin deshacer la cama imaginando que la carrocería de los grandes coches cortando el viento son olas de un embravecido mar. 

Despegamos del aeropuerto de Dallas. Los campos verdes y marrones, las casas ajardinadas, los rascacielos y el nudo de carreteras que dibujan el estado de Texas desde el cielo parecían como de juguete. Si no fuera por lo agotados que estábamos, por todos los recuerdos que se agolpan en la mente, parecería que todo ha sido un sueño.


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