Vamos a hablar de cine, con vuestro permiso. De cine, de albaricoques y de primeros amores. Un poquito de sexo habrá también.
En la escena final de Call me by your name, el personaje de Elio aparece con una camisa de Jean Charles de Castelbajac (que para mí la quisiera, de hecho es que voy a buscarla en mercadillos vintage a ver), jersey turtleneck, walkman y sonrisa en la cara. Pero recibe una llamada y, boom, estómago blandito de nuevo. Vuelven a aparecer los surcos de las viejas lágrimas en su piel trasparente. La llamada le dice, sin decírselo, que su historia de amor fue un no pero casi. Que solo faltó que el mundo les dejara. Él va a casarse con una mujer.
Oliver fue su amor de verano, un profesor mayor que él que lleva camisas anchas de manga corta y se cambia mucho de bañador. Pero son dos hombres en 1983 y todo es jodidamente difícil. En la película no ocurre prácticamente nada pero ocurre todo; ocurre la vida, las primeras veces. Para cada cosa hay una vez que es la última y la primera. Esa sensación de no saber qué mierdas te pasa por dentro, esa de querer llorar y tragarte las lágrimas porque tu tristeza no debería existir. "Tengo sed y estoy tragando", como canta Zahara.
Esta es una historia de amor universal, porque uno se ve claramente en la fiestas de su pueblo bailando tonterías detrás de aquella chica para llamar su atención. O mirando el reloj, como hace Elio, cada minuto de cada hora durante todo el día esperando el momento exacto en el que han quedado, no vaya a llegar tarde. Provocar el contacto físico con el otro, no poder dormir en verano por el calor y el amor. Esta película de Luca Guadagnino es una auténtica maravilla que deben ver. Punto.
Aquí hablamos de gastronomía y vida, aunque más de lo segundo, y justo de eso va la cosa. Estamos aquí para divertirnos y leer y descubrir cosas ¿no? Así que me perdonarán hoy que la cosa esté cogida con pinzas. La concesión será que hablaremos de un albaricoque. Yo, que no sé distinguir entre melocotón, albaricoque, nectarina y paraguayo. Pero allá vamos.
En la novela homónima de André Aciman, publicada hace 11 años, el albaricoque juega un papel fundamental. Porque se cultiva en casa de Elio, porque su madre hace zumos con ellos, porque Oliver descubre su talento hablando sobre el origen etimológico de la palabra. Y porque tiene una increíble escena sexual en la que es el protagonista. No creo que haga falta dar rodeos a estas alturas: el protagonista se está comiendo uno y al notar la textura y su jugo cayéndole encima, decide masturbarse con él y dentro de él. Un 'albaricoque preñao', justo lo que están pensando. Puede pasar, por qué no. El sexo será raro o no será.
El otro chico entra en la habitación y le sorprende con él. Decide morder el albaricoque. Parece bizarro y parece chusco pero para nada. Simboliza muchas cosas. En la película, por cierto, no llega a comérselo. Lástima. Pero ahí está el detalle. Un albaricoque explica el deseo y la complicidad y funciona como detonante. Un albaricoque es la forma de uno de decir que desea al otro, y del otro de responder que vale, que juega. Un poco como hizo Tsai Ming Liang en El sabor de la sandía (2005). Recuerdo también unas fotos de Juergen Teller en el libro Calves and Tights (que por cierro compré en la librería Dadá, que tristemente cierra su espacio del IVAM aunque en esta ciudad nada cierra; sirva esto como humilde homenaje) con una calabaza como protagonista. La comida suele ser el símbolo animal de nuestros deseos.
Recuerdo un foie en escabeche que llevaba albaricoque en el también desaparecido Q de Barella; un postre en Lienzo (¿era una tarta quizá?); y un cremoso de albaricoques asados de Begoña Rodrigo. Probablemente también comí uno falso (tipo el melocotón de Camarena) en la Terraza del Casino de Madrid. En La Petite Brioche hay cruasanes rellenos. El albaricoque es, en el fondo, bastante nuestro.
En la película suena la maravillosa Words de F.R. David (no hay placeres culpables, solo placeres), Sufjan Stevens, la 'valenciana' Love my Way de The Psychedelic Furs, una de Moroder, el italodisco Bandolero y È la vita de Marco Armani. También Radio Varsavia, en la que Battiato canta eso de "el último recurso es olvidar". Olvidar para no sufrir. En Call me by your name hay carne, piscinas y mármol. Paseos lentos en bicicleta. Y muchos albaricoques.
Ponga un albaricoque en su vida. Ese ha sido el consejo de Guía Hedonista de hoy. No necesariamente de la forma en la que están pensando. O sí.