¿A qué hora dan de comer aquí?
Sobre horarios, tiempos, esperas y cómo la comida se adapta (o no) a los nuestros
Sobre horarios, tiempos, esperas y cómo la comida se adapta (o no) a los nuestros
Las cosas antiguas que de verdad importan tienen que volver tarde o temprano. Pedir de carta, la media mariscada, el apolo de vainilla.
Puede incluso que cuente más historias que tu comida. Al menos cosas más íntimas
No siempre necesita uno ver El Padrino o escuchar el segundo disco de Prefab Sprout
O un intento, quizá fallido, de explicar la cocina de su restaurante gastronómico
Sí, esto va sobre una canción con título de mayonesa pero no es la que esperas
Las Fallas son la mejor peor fiesta del mundo. Y la parte que sí ocurre, precisamente, sentados alrededor de mesas baratas y maravillosas.
Pasión en la vida, en la piel, en la cocina también. Ninguna otra cosa es tan nuestra
Vamos a hablar de cine, con vuestro permiso. De cine, de albaricoques y de primeros amores. Un poquito de sexo habrá también.
Watertown (1970) es mi segundo disco favorito de Frank Sinatra. La historia que tiene detrás es maravillosa, una idea que realmente sí supone una vuelta de tuerca para la canción de amor estándar
El feísmo es una tendencia pero puede también que explique un poco cómo somos. La ironía, la distancia y un poquito de verdad recuperada.
O cómo las tendencias gastronómicas son también tendencias visuales
Un bebé recién nacido no es muy distinto de cualquier otro bebé. A menos que ese bebé sea un alien. Puede parecer una idea pésima que seamos nosotros mismos los que lo digamos pero allá va: este anuario no es como los demás
Uno de los principales culpables de que Valencia se haya convertido en la nueva capital del Nigiri
Recuerdo una cosa que me dijo una vez Antonio Lucas: en el segundo uno a su llegada a la universidad tuvo claro que quería ser periodista. “Lo que tenía que descubrir era cómo”. Y cuando decía ‘cómo’ quería decir realmente ‘con qué voz’. ¿Cómo voy a contar las cosas?
Noel Gallagher se compró una bañera tan grande que, antes de llenarse, se quedaba fría
Permítanme que hoy escriba algo personal, más aún, que de costumbre. Pero es que soy tío por primera vez
Explicaba un directivo de esa franquicia de cafés enormes en vasos de cartón que aquí se funciona de forma distinta al resto del mundo
Reconozco que tengo un pequeño problema. Obvio que a nadie tiene por qué importarle lo más mínimo mi pequeño problema pero estamos aquí para eso. No me gusta cuando se fuerza la sensación de pertenencia. Ese es el problema que digo.
El refugio perfecto cuando quieres asegurarte de que la comida será un éxito sin sorpresas extrañas
Hay una escena en Annie Hall en la que Woody Allen, cansado de que el tipo de atrás de la cola del cine diga estupideces sobre la obra de Marshall McLuhan, mete en escena al propio McLuhan para corregir al otro. Dice: "Ojalá la vida fuera así". Yo digo: "Ojalá las colas fueran así".
Comer después del sexo. El tema no va exactamente de eso pero sí empieza así
En serio, las cosas nunca deberían haber dejado de ser como este bar
Dicen por el barrio que van a poner un McDonald’s nuevo. Junto al tanatorio. No puede haber nada más pop que un McDonald’s pegado a un tanatorio. Ríete del que está al lado del Miguelete
Vuelvo al recién reabierto Café Comercial de Madrid y no puedo evitar pensar en el lugar que una vez existió allí
Si yo montara un restaurante lo llamaría CYR, Comida y Romance. O FAR quizá, en inglés, que tiene un pequeño doble sentido.
En los baños del restaurante Mugaritz hay un cuadrito con unas poesías. Justo encima del retrete como para leerlas nardo en mano. Supongo. Porque entiendo que estando ahí esa será la intención ¿no?
¡Una manta de pelo blanco sobre una silla Emmanuelle! El cielo años 70 en pleno infierno (un centro comercial, ¡ays!), con Begoña Rodrigo en el lío.
Algunas personas (¿cuánto es bastante?) me preguntaron qué restaurante era aquel con sus mesas vacías. La curiosidad, supongo. El fracaso, aunque no fuera exactamente un fracaso, atrae siempre miradas.
Ahora que uno vuelve a pisar la arena fría de las mañanas frente al mar, a eso de las siete y pico, parece que revive la sensación de pertenencia
El restaurante estaba vacío. Solo nosotros, una mesa de cinco que iba a ser de seis. Vale que era sábado de Fallas, hora de fiesta (la mascletà en punto), localización al otro lado del río… Vale que el sitio no lleva muchísimo tiempo y tiene un cartel en negro sobre una pared negra que, bueno, mucho no se ve.
Los granaderos desfilan con el rostro cubierto dentro de la Iglesia del Rosario y fuera el calor derrite las paredes. Dentro suenan tambores y fuera unos chavales cantan ‘Te vas, me dejas’ de Los Chichos. O quizá sea otra, pero yo quiera escuchar esa.
Mi abuela y mi madre iban a un bingo que ya no está pero estaba justo enfrente. Se sentaban junto a Pasieguito, que fue el tipo que fichó a Mijatovic, y la hermana de Lola Flores.
No hay tendencias, no hay paripé. Hay ajoarriero (y qué ajoarriero) y una barra descomunal.
El lujo gastronómico, a veces, es recuperar lo de siempre: Las cosas bien hechas