VALÈNCIA. Probablemente sea el de Ana Frank el diario más célebre que primero viene a la mente de un lector medio cuando hablamos de este género autobiográfico. Aquel diario, como recordarán, estaba escrito por una niña judía que se escondía de la persecución de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Lo hacía junto a su familia en un habitáculo oculto en un edificio del canal Prisengracht en Ámsterdam. Tras ser descubiertos son deportados a distintos campos de concentración.
En esta misma estela, hace apenas unas semanas Espasa ha publicado el libro Querido Diario: hoy ha empezado la guerra, escrito por Pilar Duaygües Nebot, que ya ha sido apodada como la “Anna Frank española”. Efectivamente la vida de ambas niñas mantiene ciertas concomitancias: vive con sus hermanos y padres tranquilamente en Barcelona haciendo planes para ir ese verano, el de 1936, a un pueblo valenciano para pasar las vacaciones. Todo cambia en una fecha ya mítica: 18 de julio de 1936. Pilar tenía entonces 15 años y no sabía que ese día cambiaría no sólo la historia de su vida, sino de toda una nación. Como suele suceder en la mayoría de escrituras diarísticas, la esfera personal e íntima se mezcla con la hecatombe social y política: ¿cómo combinar la candidez de una niña que vive sus primeros amores con la rotundidad de las bombas?
El 19 de julio quedará grabado en la historia. Las ametralladoras iban, bombas por aquí, tiros por allá. Se oía muy bien cómo se derrumbaban las casas. Esta guerra ha sido a causa de que no quieren al Gobierno, quieren otra vez la Monarquía.
Aquel sábado Pilar había quedado con una amiga para ir a bailar sardanas. Ella sabía que algo extraño e insólito había sucedido pero no era capaz de acertar con el motivo:
Sólo bailamos una, pues las suspendieron. Creo que había una huelga grande por toda España, por lo tanto, nos acostamos.
Los diarios abarcan la plenitud e integridad de toda la guerra, desde 1936 hasta 1940. Cuando terminó la guerra y comenzó su vida adulta, Pilar no quiso deshacerse de esos diarios pero decidió esconderlos para que nadie los descubriera. Al morir Pilar en 1998, sus hijos encontraron esos legajos, los leyeron y pronto llegaron a manos de Tània Balló (conocida ya por su libro Las Sinsombrero) y Gonzalo Berger, dos profesores que estaban investigando sobre milicianas. Encontraron en su copiosa documentación el libro de Teresa Duaygües y tirando del hilo llegaron a Pilar, hermana pequeña de Teresa. La edición por parte de Balló y Berger es notable y rigurosa, pues han dejado en poco más de 300 páginas un diario que llegaba a las 900.
Con la guerra ya instalada en la nación, Pilar empieza a notar los estragos del hambre en el otoño-invierno del 36:
Cada día hay más escasez de carne y demás y hoy contó [mi madre] que en el mercado mataron a tres mujeres. Ya hace día que mueren muchas mujeres por la aglomeración de gente.
El día de Nochebuena, por ejemplo, carecerá para ella de cualquier tipo de ilusión que vaya más allá de conseguir una barra de pan:
Me he levantado a las cinco y media para ir a hacer cola para el pan. Es algo horrible, tanta gente, y tanta que se quedó ayer sin él. Bueno, en palabras no se puede explicar; así he estado toda la santa mañana viendo peleas y demás, hasta la una y media, ocho horas haciendo cola.
Las anotaciones de Querido Diario: hoy ha empezado la guerra revelan algo que no todos estamos dispuestos a escuchar: que la guerra sí comienza de un día para otro, por mucho que las señales vinieran desde lejos; que pocos meses (incluso días) antes de la guerra, la gente seguía con sus planes de vacaciones, sus pequeños problemas, sus grandes alegrías; que todo puede volverse en contra en el instante más secreto e inesperado.
En la rabia puramente adolescente en la que deambula también la insatisfacción y la incomprensión se instala una visión del dictador, de Francisco Franco, como “idiota” o “imbécil”. Poco a poco, se va adueñando de Pilar un sello antifascista que ella despliega en sus diarios y en su vida cotidiana:
Me da rabia ir al cine porque obligan a saludar con el brazo tendido, o sea, el saludo fascista. En la pantalla aparece el rostro del idiota de Franco mientras tocan el himno de ellos y todo el mundo ha de ponerse en pie y saludar. Si no se hace, los soldados que vigilan pegan a aquellos que no obedecen.
Un año después de comenzar la guerra Pilar se enamora de Raúl Blein, un chico al que conoce en la academia y por el que todas sus amigas estaban también locas:
Quiero dejar esa idea y esa esperanza que siempre he llevado, que es « ¡Puede ser que algún día me llegue a querer Raúl! », pero no, es dificilísimo, ahora me he dado cuenta de la verdad. Por lo tanto, he de estudiar, leer sea lo que sea, pero pensar en él, no, no y no, no, no, no.
Pilar se hace mayor conforme la guerra avanza. Como una broma del destino, apenas unos días antes del final del conflicto, Pilar celebra su mayoría de edad:
¿Será posible que sea ya tan mayor? Parece que sea el otro que cumplí los 15. Me sabe muy mal tener ya esta edad, no quisiera hacerme mayor, aunque dicen que los 18 abriles es la mejor edad de la juventud (…)
Conmueve especialmente la asunción de una derrota que parece irreversible:
Lo que más desearía es que ganáramos la guerra y volver al Instituto Obrero juntamente con todos los alumnos que él tenía y volver al estudio intenso que a mí me gusta tanto. Pero estas esperanzas no me las hago, pues los fascistas lo tienen ganado ya, aunque Madrid, Valencia y Gerona, sean de los rojos. Ellos poseen una gran cantidad de material y muchos aviones, además de haber muchos alemanes, italianos, moros. Y nosotros no poseemos más que la razón, y como contra la fuerza no hay resistencia, es inútil poder ganar la guerra.
Un mes después, tras la caída de Madrid, acaba la guerra. Con ese fin comienza la historia de amor con Emili Prats. Se intercambiarían medio millar de cartas de amor mientras él realiza el servicio militar. En 1945 se casarán y tres años después nacería su primera hija. Poco sabía aquella quinceañera que inició tal vez por aburrimiento desidia unos diarios que esa agonía, la del “idiota” de Franco duraría 40 años y que más de siete décadas después, instalados en un clima que recuerda demasiado a aquel verano, leeríamos sus páginas con fervor y encogimiento.