Hace unos años, en 2004, el diseñador Leandro Lattes publicó el libro Hasta fin de existencias 2, dedicado, como el resto de su serie, a lugares en fase de extinción
Prestaba atención a bares y cafetería, imágenes de mobiliarios y de objetos de “diseño dudoso que, al organizarse, en secuencias, ganan un encanto y un interés del que hasta el momento no habían gozado”.
Las secuencias, como una ráfaga inclemente, despedían fotos de taburetes alineados, frontispicios de barras, mesas apesadumbradas, mesas desnudas, mesas acariciadas por manteles rudimentarios, letreros de especialidades, letreros de pinchos, letreros de raciones, letreros de bocadillos, suelos vistos como estratos geológicos, urinarios y alicatados, botecillos de palillos, rótulos inclasificables.
Leandro Lattes, procedente del diseño industrial, explicaba su epifanía: “los bares son una extensión doméstica que conjuga lo público y lo íntimo, un reducto donde se puede ser nadie o, al contrario, donde es fácil ser parte de un grupo. (...) En estos bares, construidos o reformados en su mayoría en los años 50 y 70, parece no haber un estilo intencionado. Los interiores fueron fabricados de manera sencilla y en sus elementos se reconocen manipulados simples como el plegado de tubos metálicos de los taburetes, las soldaduras expuestas de las barras de acero, las maderas y formicas ensambladas con tornillos vistos (...) Poseen un estilo que no tiene nombre, conforman un diseño de conjunto que no tiene unidad aparente, expresan una estética que, desgraciadamente, no tiene futuro, que sólo podremos disfrutar hasta que se agoten las existencias”.
La obra de Lattes pronto adquirió categoría de incunable. Tal vez por su cualidad de ámbar visual con el que guarnecer aquello aparentemente en descomposición.
Llevo días (cuarenta y pico) pensando en el libro cada mañana que, por intersecciones de mi camino, paso por delante del kiosko La Pérgola, el bar chiringo en la Alameda, escoltado por Viveros y la sombra vertical de la Pagoda. En estos cuarenta y pico días he visto sus taburetes inmóviles, a punto de echar a andar, achacosos por la inactividad, a veces rabiosos. Su disposición, como invernadero girando sobre sí mismo, una cocinita por satélite, le dibuja a La Pérgola una expresión de extinción que estremece.
El poder visual de la Pérgola define una manera de concebir la vida en la ciudad. Cumple a rajatabla las palabras de Lattes, haciendo posible a la vez lo público y lo íntimo, pudiendo allí ser nadie o ser parte del grupo.
Es conveniente mirar de frente a ese taburete varado de la Pérgola y preguntarse si volverá a ser posible la imagen de sus mañanas atiborradas de habitantes sujetos a sus bombones. Porque, para eso están los símbolos, dependiendo de la fotografía de este lugar en los próximos meses podremos extraer la conclusión de cómo será la manera de vivir la ciudad. Si la distancia física puede conjugar con la diversidad social.
Compré el libro Hasta fin de existencias 2 en Novedades Casino, la tienda de la calle Bolsería de València que es como el vientre de la vieja ballena, lleno de imágenes de lo que fuímos. Su propietario, el fotógrafo Pablo Casino, conservó algunos últimos ejemplares. Hablo con él para preguntarle por el impacto visual del bar y su porvenir.
Casino razona: “El tipo de bares en los que se centra el libro son uno de los pilares de nuestra identidad colectiva, un espacio común y de reunión como pocos hay. Pero me pregunto si realmente se dirigen hacia su extinción o si lo que desaparecerá será su aspecto y sus formas. Éstas mutan hacia la homogeneidad. El propietario del bar, en su afán eterno por reducir costes, ahora prefiere la opción del patrocinio de marcas de bebidas para todo lo que se ofrezcan a costear (sillas, mesas, vasos, cartelería...), del interiorismo económico inspirado en el low cost y no en el háztelo tú mismo, con mobiliario en serie y soluciones asépticas. Predomina un concepto de bar despersonalizado. Carteles con frases de autoayuda y mensajes optimistas comprados en grandes superficies colgando de las paredes. Miedo a la diferencia. Querer agradar al mayor público posible. El negocio se impone sobre el bar como forma de vida. Todos estos bares que ahora se parecen tanto entre sí, ¿son un reflejo de la dirección de nuestra sociedad en la que los bares-de-la-esquina también se someten al dictado de productividad máxima de nuestro salvaje y sigiloso sistema? ¿Rige la obediencia inconsciente a lo políticamente correcto en nuestras manifestaciones y expresiones, transformando en unívocos y tan predecibles nuestros gustos? El libro es, entre otras cosas, un ejemplo de otra manera de hacer que, sí, me parece en vías de extinción. (...) No sería extraño pues, si dentro de 40 años consideráramos dotados de inusual calidez, humanidad y entrañables decisiones estéticas y conceptuales a los insípidos bares de hoy que hayan logrado perdurar. Digo todo esto, por supuesto, sin pensar en las consecuencias del virus y en si seguirán existiendo bares tal como los hemos conocido”.
La carga sociológica de los bares es evidente. No son, no solo son, un punto de venta de comidas. Los bares como la Pérgola son vértices urbanos que construyen comunidades locales. A partir de ahora el bar cambiará su forma y su estado, pero su éxito estará ligado a no poner barreras a lo diferente. Su viabilidad no dependerá solo de mantener las distancias, sino de hacer posible las diferencias.