VALÈNCIA. El Museo de Bellas Artes de València crece… sin crecer. No es que el centro cultural tenga la capacidad de aumentar o disminuir su tamaño por arte de magia, pero casi. El centro dirigido por Pablo González Tornel ha inaugurado este martes su primera sala dedicada íntegramente a la escultura, un espacio que se convierte en el hogar de un centenar de piezas provenientes de la colección del centro, obras que, en la mayoría de casos, llevaban años sin ser expuestas al público. Esta apertura, además, tiene una doble lectura, pues el proyecto ha dado una nueva vida a una sala hasta ahora inaccesible para el público. Se trata de una estancia que ha sido utilizada como almacén, un “trastero” con vistas de lujo, pues desde sus ventanales se puede observar el patio del Embajador Vich. “Como museo, con una colección espectacular, estamos obligados a ser capaces de exponer cada vez más y para eso necesitamos colonizar la totalidad de espacios que componen los edificios históricos y nuevos. Esta era una deuda”, reflexionaba el director del centro durante la presentación del espacio, en la que estuvo acompañado del secretario autonómico de Cultura y Deporte, Ximo López.
Ahora, tras un profundo trabajo de adecuación del lugar, abre sus puertas una sala que pasa de ser un espacio “infrautilizado” a convertirse en la “mejor” del museo. Este comentario pasa por el contenido del espacio, sí, pero no solo. Uno de los atractivos del proyecto, tal y como destacaron sus propios impulsores, es la propuesta museográfica, que dota al espacio de una personalidad independiente del resto del centro, separándolo desde el punto de vista estético y de la disposición de elementos del recorrido habitual del centro. El diseño de la sala parte de la propia idea de almacén, una visión que remite a su antiguo uso, aunque no únicamente, pues fue la exposición Almacén. El lugar de los invisibles, que acogió el Museo Nacional de Escultura hace más de dos años, el punto de partida del proyecto, una fuente de inspiración que ha resultado en una disposición de los elementos “peculiar” y “voluntariamente moderna”. En la sala de las esculturas los objetos no están alejados entre sí, sino que se presentan al público reduciendo de manera consciente el aire entre pieza y pieza. El ejemplo más evidente de esto es la construcción de dos estructuras que funcionan a modo de ‘casilleros’ de bustos, una disposición que se aleja del resto del museo y que, claro está, también permite exponer más obra.
“La estética de la galería de arte contemporáneo ha invadido los museos, se ha primado el espacio blanco, con una preponderancia del vacío, del blanco y del espacio. Entre eso y una wunderkammer hay un término medio”, explicó González Tornel. De esta forma, la nueva disposición quiere poner el acento en la calidez, un espacio más íntimo que responde a las “tendencias museísticas a nivel internacional”, subrayó el secretario autonómico. Esta apertura ha requerido de un trabajo en la sala que no es solo superficial, sino que pasa por elementos necesarios, aunque puedan parecer poco atractivos, como las mejoras en el sistema de climatización o la protección de los ventanas para no bloquear la vista al patio, un trabajo que ha acabado por convertir ese “trastero” en espacio expositivo. Aunque, eso sí, la transformación se ha hecho con limitados recursos. “La situación económica del museo no es tan buena como querríamos”, confesó Ximo López, al tiempo que el director aprovechó para agradecer el trabajo del equipo del centro: “Somos pocos y sin demasiado dinero”.
Esto por lo que respecta al cascarón, pero, ¿qué pasa con el contenido? El proyecto busca reivindicar una escultura que, ciertamente, ocupa un lugar secundario en una colección dominada por la pintura, con en torno a 200 piezas en sus fondos correspondientes a finales del siglo XIX y siglo XX. En este sentido, el centro ha optado por no desviar el foco dedicándole una sala específica en lugar de hacerlas convivir con el resto de piezas de la pinacoteca, con el objetivo de no “competir” con el resto de cuadros. La sala, eso sí, abre con un claro protagonista: Mariano Benlliure. El valenciano, del que se conmemora el 160 aniversario de su nacimiento y el 75 aniversario de su muerte, ha sido una de las piezas clave en la construcción del relato de este nuevo proyecto. Benlliure fue el principal escultor español del realismo del siglo XIX, un creador del que el museo cuenta con una importante colección, entre las que destacan piezas como la espectacular La paz de Marruecos o los relieves funerarios para el mausoleo de la vizcondesa de Termens, en Cabra (Córdoba), así como distintos bustos que salpican la sala y que, por cierto, esperan compañía. Aunque la intención no es ampliar la colección de escultura -al menos, no la prioridad- sí avanzó el director la intención de “recuperar” dos piezas del autor, obras que representan a dos mujeres con la cabeza velada pensadas para ser dos jambas de las puertas de un mausoleo.
Con la nueva sala inaugurada en el marco del Año Benlliure, un espacio que quiere reivindicar su lugar en el museo y la colección, es imposible no echar la mirada al Pabellón Benlliure del museo, que abrió sus puertas al publico bajo el gobierno del Partido Popular. La sala, un edificio anexo a la pinacoteca, abrió sus puertas en 2013 tras permanecer cerrada desde los años 80 a modo de “almacén visitable”, un espacio que contaba con el reclamo del original en yeso del conjunto escultórico que realizó Benlliure para el monumento funerario del torero José Gómez Ortega, ‘Joselito’. Preguntado por el futuro del espacio, ahora cerrado al público, González Tornel apuntó que se mantiene “sin uso definido” a la espera de la reforma del entorno del museo. “Hasta que no llegue es impracticable para el público. Cuando se acomete la obra habrá que ver que uso final se dé”, explicó el director, quien subrayó que el pabellón “ni reúne ni ha reunido condiciones como para ser un espacio expositivo”.
La inauguración de esta nueva sala abre la puerta de par en par a la escultura en el recorrido del museo, un movimiento que no solo tiene efectos en el ámbito expositivo. La apertura del espacio ha derivado en una necesaria revisión interna a los fondos del Museo de Bellas Artes, un trabajo que ha sacado a la luz obras que, en muchos casos, “no habían salido nunca de los almacenes”. Esta labor de revisión ha venido de la mano de un intenso trabajo de restauración que ha afectado a casi la mitad de las piezas expuestas, algunas de ellas en muy mal estado, tal y como relataron desde el centro. En este sentido, explicaron, algunas de las obras contaban con una capa de pintura no original que se puso para aparentar la textura de la terracota, entre otros problemas que se han ido interviniendo en los meses previos a la apertura del espacio. Entre otras, se ha intervenido en los yesos de Mariano Benlliure -los retratos de la reina Victoria Eugenia, del periodista Antonio Trueba y del pianista Sauer-; la mayoría de los bustos que se exponen, como los del literato y periodista Teodoro Llorente, el escritor Antonio Igual Úbeda o los arquitectos Francisco Mora Berenguer y Javier Goerlich; o piezas singulares como los Muixeranguers de Algemesí, obra de Leonardo Borràs Artal.
El realismo de Benlliure marca el ritmo de una sala que también está marcada por la modernidad y la vanguardia, una vanguardia que, en el caso valenciano, “no se trata de descomponer al más estilo cubista la imagen del ser humano, sino que se orienta al esencialismo escultura, al Mediterraneísmo, una plasmación sencilla de los volúmenes”. Así, frente al virtuosismo realista y preciosista de la escultura de Mariano Benlliure, Ricardo Bellver o Agapito Vallmitjana, en València se produjo una renovación de la escultura figurativa que dio lugar a un nuevo clasicismo de formas rotundas y depuradas, una modernidad escultórica marcada por autores como Ricardo Boix Oviedo, José Capuz Mamano, Carmelo Vicent, Francisco Marco Díaz-Pintado o Rafael Pérez Contel. También hay espacio para la escultura de temática religiosa, con ejemplos como el Cristo yacente de Carmelo Vicent, que bebe del estudio anatómico del mundo clásico y de la imaginería barroca castellana, o el Buen Pastor de José Capuz, orientado hacia un purismo formal casi cubista.
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