La sala Ribalta del Museu de Belles Arts se convierte, hasta el 11 de septiembre, en una pasarela en la que dialogan el arte y la seda entre los siglos XVIII y XIX
VALÈNCIA. Moda para la democratización del arte. Con la muestra Diseño, seda, flores, el Museu de Belles Arts cuenta la historia de cómo los artesanos del textil y los diseñadores florales valencianos conquistaron el mundo (en los siglos XVII y XIX) a través de la seda valenciana. Hasta el 11 de septiembre, la sala Ribalta se convierte en una “pasarela histórica” en la que conviven bodegones florales, modelos de vestidos de seda y patronajes, comprendiendo todos estos conceptos dentro del mundo del diseño y, a su vez, enmarcando la muestra dentro del plan de exposiciones de la Capitalidad del Diseño. El objetivo principal de Pablo González Tornel, director del Museu, es el de desdibujar las fronteras entre diseño, arte y artesanía: “El diseño es uno, y es arte. En la moda, aunque un mismo diseño se replique muchas veces, no deja de ser arte tampoco”.
Para conformar el relato, se hace un recorrido entre bodegones de flores y espolines, pasando por arreglos florales y vestidos. Muestra representativa del arte que hay en los tejidos y los estampados son las obras de Manuel Font o Jesús Catalap, que realizan estos diseños con intenciones estéticas más cercanos al diseño gremial: “Un abanico es arte, y la cobertura de un sofá también lo es. Los artistas ven mucho más allá de los simples estampados”, celebra Tornel. Con motivo de poner en valor estas muestras artísticas tejidas, se hace un recorrido en el que vestidos, obras y estampados se encuentran al mismo nivel, y en cierto modo se complementan: “Muchas veces ha sido materia considerada de baja cultura y, aunque a mí no me gustan ese tipo de distinciones, reafirmo que esta es una muestra de alta cultura”, defiende el director del Museu.
El paseo a través de la sala Ribalta comienza con bodegones de flores. Pintores como Gaspar Pieter Verbruggen II, Luis Flores (cómo no) y Bautista Ferrándiz lucen sus representaciones más realistas de arreglos florales que se exponen a gran escala, con un realismo casi palpable. Conforme estos cuadros se vuelven más realistas, surge una necesidad de llevar la obra a la vida, y ahí es donde entra el trabajo de la seda. Gracias la cesión de la colección de Mº Victoria Liceras, se puede contemplar cómo los diseños florales cobran vida a través de los vestidos, y Tornel va un paso más allá en la disposición de estos: los vestidos de “alta cultura y costura” se encuentran en paralelo con obras en los que parecen estar representados. De esta forma, se conforma una muestra “espejo” en la que el visitante puede desvirtualizar el arte gracias a las vitrinas que exponen lo que se ve en las obras.
Para llevar a cabo esta alocada disposición, fue necesario llevar a cabo una tarea de investigación entre la eterna colección de Liceras: “Realizar esta tarea de investigación fue todo un placer. Considerando las obras a exponer, comenzamos a buscar en la colección qué vestidos se asemejaban más a las obras, logrando este increíble resultado”. Así pues, cuadros como Figuras de casacas jugando en un jardín de Sorolla y Floreal de Pinazo cuentan con una versión en tela y maniquí de los vestidos mostrados en las obras. Sin quererlo, los sederos se introdujeron en la obras, dejando un legado artístico que viviría para siempre en los cuadros gracias a los diseños en los vestidos. Lo que comenzó siendo una actividad gremial pasó, en poco tiempo, a algo más fino gracias a los colegios de arte mayor de la seda, cuando en el siglo XVIII los tejidos comienzan a alcanzar nuevas formas más allá de las decorativas persiguiendo la moda.
En el siglo XVII, València era una gran productora de seda gracias a sus talleres en activo y a la climatología, que permitió que el gusano de seda se explayara por todas las moreras de la ciudad. De cara al siglo XVIII, surge una intención de diseño más allá de la producción local: “No se trata de la concentración de la industria, sino del trabajo al unísono para convertir València en un centro sedero, y además, hacerlo con sentido artístico”, aclara Tornel, que comprende estos comienzos del diseño con la intención de crear a las fashion victims de la época. Para demostrar que València estaba a la moda en el año 1778 se crea la Sala de Flores y Ornatos en la Academia de Bellas Artes de San Carlos, en la que artistas y artesanos se unieron para trabajar los diseños.
Gracias a esa fusión surgen los espolines, los trajes de valenciana y los primeros estampados que comienzan a competir a nivel mundial, con los que la moda valenciana era “el último grito”. A mediados del siglo XIX, València ya está al nivel de Lyon en producción sedera, con diseños innovadores que se exportaban a todo el mundo, y que hoy vuelven a sus orígenes gracias al Museu, en una muestra que las pone en perfecto contexto: “La democratización del arte no tiene que ver con cómo expones, si no cómo lo haces. El valor de los museos es narrar estas interpretaciones artísticas, generar el relato”. Un relato con el que se pretende aprender a distinguir entre el valor y el coste, apreciándolo desde una vitrina y en un relato tejido entre comparativas.
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