¿Por qué viajamos?

El turismo que no interesa

"El verdadero viaje no consiste en buscar nuevas tierras, sino en mirarlas con nuevos ojos", Voltaire

| 15/10/2019 | 2 min, 2 seg

Yo escribo sobre restaurantes, viajes y personas. Escribo sobre comer, beber y vivir (que es, al fin y al cabo, la misma cosa) así que no es poco común el debate en la sobremesa acerca de las verdaderas razones de todo esto: ¿Por qué viajamos? Y a mí, que no me interesan tanto las respuestas como las preguntas, solo se me ocurre pedir otra copa -que sean dos, citar a Pasolini en El olor de la India “Me gustaba caminar solo, callado, aprendiendo a conocer paso a paso ese nuevo mundo” y recordar (recordarme) que cada viaje debería ser el más importante, ese que lo cambia todo. Recordar que todo lo que no es señal es ruido y que estamos aquí para dar un mordisco al universo.

Y todo lo demás, no interesa.

No interesan las agencias de viajes (¿te gusta que te organicen la vida? ¿no? ¿y por qué un viaje sí?) el zumo de bote de tantos desayunos mediocres ni la media pensión —pocas cosas tan tristes como la media pensión.

No interesan los ‘hoteles con encanto’ (el encanto no se anuncia, se descubre), los maîtres estirados ni los ascensores con teles de plasma anunciando viajes en globo y cepillos de dientes. No interesa el hilo musical, la carta de almohadas, las tónicas premium ni ese horrible mapita con la X en el hotel y el fosfi hasta el Prado. Sal a la calle, hay gente, pregunta.

No me interesa la Ibiza trasnochada, Ushuaïa, los daytime parties en camas balinesas de  poliéster impermeable, las hamacas de lino ni el rollito chill out. No interesan los doscientos pavos por una botella de champán mediocre en Nikki Beach ni las botellas de Belvedere a trescientos pavos (que vale cuarenta, narices) en los reservados de Olivia Valere. En Le Privé, para ser exactos.

No interesan las colas (nunca, jamás, en ningún caso ni escenario merece la pena perder el tiempo en una cola; Klee no cuenta, claro) las guías de viaje escritas por periodistas monas ni ninguna maldita experiencia que no te rasgue la entrañas. No me interesa la sumisión ante los días grises ni viajar (que es vivir) con quien no haga de cada día una aventura.

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