VALENCIA. La humanidad palpita en una era llena de certezas. Aunque le consuman las ideas trascendentales que le conectan con el pasado más remoto de la especie, el sistema sanitario mundial, la hambruna menguante y la era digital han facilitado sociedades llenas de conocimiento. La verdad, aceptada como plural, se extiende y la población está más alfabetizada que nunca y, a su consecuencia, más alejada de la mística, la superstición y la magia negra.
Hubo un tiempo bastante próximo en la Historia en el que la preciencia, por así llamarla, justo marcaba el camino entre dos tiempos: el de la filosofía clásica y los mitos, pasto de una literatura adoptada como verdad, y el de un mundo ansiado de conocimiento. El último tiempo en el que la conocida como 'bilis negra', una falsa enfermedad extendida desde Grecia hasta no hace tanto y que generaba todo tipo de trastornos físicos y mentales, generaba una leyenda convertida en interés artístico: la melancolía.
¿Pueden convertirse la tristeza, el gris plomo, la mirada del desconocimiento científico y las ideas cambiantes de la teología en objeto de inspiración? La exposición Tiempo de melancolía.Creación y desengaño en la España del Siglo de Oro ya puede contemplarse en el Museo de Bellas Arts de València hasta el 7 de febrero. En total, 60 obras del esplendor de Joan de Joanes, Ribera, Velázquez, El Greco, Murillo, Francisco Ribalta o esculturas de Berruguete, Alonso Cano o Pedro de Mena.
La exposición, que llega tras deslumbrar en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid y que irá al CaixaForum de Palma de Mallorca tras su estancia en Valencia, está patrocinada por la Fundación 'la Caixa' y comisariada por María Bolaños. "La melancolía es uno de los grandes temas de la cultura occidental que en España conquistó la imaginación colectiva durante el Siglo de Oro", apuntaba ella misma. Para alcanzar un clima tenue que invita a recorrer la exhibición con tiempo, deshacer repetidas veces el camino y adentrarse en este pensamiento, se ha logrado el préstamo de obras desde museos tan importantes como el Prado, la National Gallery de Londres, el Thyssen o los Museos de Bellas Artes de Granada y Murcia.
La exposición, que también pone en valor los fondos del San Pío V (vuelve a exponerse el Autorretrato de Velázquez, en su contexto) atraviesa tratados de música, de teología, instrumentos, objetos y pinturas y esculturas. El espacio se cobija con unas luces de recorte concretas y unas paredes gris plomizo que atrapan "un auge, belleza e intensidad sin parangón" en la Europa del momento y al "periodo más brillante de la cultura española", en palabras de Bolaños.
Del retrato de Felipe II de Antonio Moro a la naturaleza muerta con la que concluye la exposición, Tiempos de melancolía apuñala los mitos de una España que presume la gloria de ultramar pero cobija el fracaso del sistema monárquico y la debilidad ante las guerras europeas. Pero el sentimiento no pertenece a una sola época y se conecta con la Grecia más latina: lo que Aristóteles escribió del hombre melancólico (El hombre de genio y la melancolía (problema XXX), Ed. Acantilado) vino a concluir que todos los grandes filósofos y pensadores, los preclaros, eran melancólicos ya que no tener la capacidad de serlo era señal de mediocridad.
En la exposición hay violencia sostenida, hay trasgos, ogros y fantasmas, las tentaciones danzando y las herramientas para alcanzar una ciencia a la que influye una Iglesia en plena contrarreforma. Hay tratados de música balsámica y enanos, bufones y significados explícitos a partir de las calaveras y el concepto moderno de la nada tras la muerte: la extinción irresoluble e inspiradora de la vida para los artistas que se exponen.
Incluso se atisba cierta exaltación por parte de artistas -Ribera, por ejemplo- de ser melancólicos y de profundizar en la reflexión de las miradas perdidas de sus cuadros. Era la melancolía una enfermedad de los grandes nobles, de los filósofos y misántropos, de los pensadores y los científicos. Hasta se puede decir que estaba reservada para unos pocos elegidos, apesadumbrados suponemos cuando en el siglo XVII se hundió la teoría de la 'bilis negra'.
Toda esta escena, la que ensarta los tratados médicos de Heráclito y Galeno, la de la España de las pestes y las guerras dibujando un paisaje humano agotador, la de la vida efímera aceptada en las novelas de idealistas febriles, contemplada desde la distancia, es una visión adulta del ser humano. Además de ser bella por su representación técnica, nutre de ideas para la época actual, quizá en un periodo de profundo cambio en la cosmovisión y en la aceptación de la realidad humana como realidad total.