VALÈNCIA. Muy bien se deberían dar las cosas en el mercado editorial en los meses venideros para que el libro que hoy nos ocupa no acabe el año incluido en varias listas de éxitos literarios de dos mil diecisiete. Será difícil que muchos títulos puedan hacerle sombra a nivel de calidad, no obstante, la competencia es dura, y las ventas caprichosas, por lo que mejor hablar de él ahora que acaba de ver la luz y así contribuir a que pueda prosperar en las estanterías de las librerías, un ecosistema duro y eminentemente darwinista. Antes de continuar hay que precisar que en lugar de una historia, vamos a hablar de seis, porque Estabulario, de Sergi Puertas (Barcelona, 1971), es una colección de seis poderosísimos cuentos en clave de ficción apocalíptica con aroma a la serie Black Mirror o a autores como Ballard o Stanislaw Lem, con los que experimentaremos incomodidad, angustia, tensión y ese escalofrío en la nuca provocado por la certeza de que la catástrofe es inminente.
La primera historia con la que nos topamos nos mete en la piel de un trabajador de un restaurante temático especializado en el pato, un establecimiento en el que los camareros son budas obesos a los que se les exige seguir un ritmo que nada tiene que ver con la paz o la contemplación características de la fe budista. Además de repetir consignas del estilo “los patos surcan el cielo, el Buda los pone en su plato”, estos trabajadores deben vestir un particular uniforme cuyo propósito es hacer más auténtica la experiencia del comensal, a pesar de los dramáticos inconvenientes que pueda suponer para su sufrido portador. Tras esta introducción al universo de Puertas, pasamos a un escenario que bien podría ser una ucronía, en el que la yihad, los territorios ocupados, los refugiados y la resistencia organizada a través de la televisión se combinan de un modo totalmente inesperado. A continuación asistiremos a la planificación de una misteriosa operación en la que un ministro corrupto será el encargado de reunir las piezas necesarias para conseguir los objetivos de la inquietante iglesia del continuo publicitario.
El cuarto relato nos transportará al nuevo producto estrella de la industria del entretenimiento, un programa basado en las vivencias de un individuo a quien se le drenan las secuencias que conforman cada episodio, un espectáculo cuyo éxito pondrá a prueba las tensas relaciones entre España y una Andalucía independiente gobernada por un régimen totalitario. Demostrando que no solo es original en sus planteamientos sino también la forma de desarrollarlos, Puertas completa la antología con dos inquietantes narraciones cuya estructura cambia drásticamente. En la penúltima seguiremos los pasos de unos seres extraterrenales cuya afición por la música se trasladará hasta la forma misma de los párrafos que nos contarán su historia, breves y con fórmulas que se repiten como estribillos. En la última parada de este viaje lleno de sobresaltos que es Estabulario seremos partícipes de una perturbadora fantasía final, un diabólico storytelling tejido mediante un diálogo televisivo. Una confesión socrática con un desenlace a la altura de lo que ha construido el autor página a página: nos despediremos de la lectura con malestar, por no tener más relatos con que seguir y por el mal cuerpo que nos dejará el cierre del cuento que da nombre al libro. Puertas, novelista, poeta, músico y guionista de novela gráfica -además de redactor jefe de Kiss Comix y director de El Víbora en su última etapa-, demuestra línea a línea saber leer los códigos que configuran nuestra realidad presente: de esta manera consigue manipularla y deformarla a su antojo.
El relato vive
A estas alturas es improbable que a nadie le cause reparos optar por un libro de relatos breves en lugar de una novela, o al menos, no debería ser así, precisamente ahora vivimos una época de condensación de los contenidos, un tiempo en el que demandamos que todo se comprima en pequeñas dosis para poder hacer uso de ellas en los cortos espacios de tiempo libre que nos quedan entre obligaciones: desayunamos repasando llamativos y vacíos titulares de esos que pueblan las redes sociales, disfrutamos del podcast de un programa de radio que nos gusta en la pausa para comer del trabajo, leemos algún artículo que nos han recomendado de pie en el autobús con una mano en la barra y el móvil en la otra o vemos medio capítulo de una serie en la cama antes de caer vencidos por el sueño. En esta coyuntura, el relato tiene que funcionar por fuerza. El género, con una larguísima tradición a sus espaldas repleta de nombres célebres y creaciones brillantes, se adapta al siglo veintiuno a las mil maravillas.
La tradición nos ha legado obra para interminables jornadas de disfrute: Carver, el ya mencionado Ballard, Lovecraft y sus acólitos, Maupassant, el maestro Poe, Dickens, Roald Dahl, Chéjov, Tolstoi, los genios Borges y Cortázar, James Joyce, Isaac Asimov, Kafka, Hemingway, Carson McCullers, Alice Munro, joyas no tan conocidas como Bakakaï, de Witold Gombrowicz o El espejo en el espejo, de Michael Ende. Necesitaríamos un seminario de varias semanas para poder hacer un repaso digno al género, y pese a todo, sigue siendo considerado por gran parte de la sociedad como un escalón inferior a la novela, que muchos entienden como la gran cumbre de la escritura. Pareciera que el relato sea un entrenamiento, pero nada más lejos de la realidad: puedo asegurar que los mayores fogonazos de talento los he encontrado en el cuento, los mejores momentos que me ha proporcionado la literatura han venido de la mano de historias breves cuyas propuestas e ideas han quedado grabadas para siempre en mi memoria.
Por suerte, las editoriales siguen apostando por el relato aunque este nunca llegue a cifras de ventas de bestseller, por suerte Impedimenta ha decidido contribuir a la buena salud del género con este compendio de terrores modernos que nos atrapa como a animales de laboratorio para subyugarnos y poner en práctica sus más terribles experimentos.