Una petición: elegir la postal más especial. Doce valencianos que 'hacen' ciudad seleccionan las suyas, acompañadas de particulares historias
VALENCIA. Hace unas semanas el arquitecto David Estal hablando de plazas entregaba aquí mismo sus postales sobre la Plaza del Ayuntamiento, adquiridas, claro, en el rastro. De ellas decía: "deben ser la 'peor' postal que un turista ha podido comprarse desde hace más de 50 años".
Aquello provocó buscar el reverso. ¿Y cuáles son las mejores postales que uno podría llevarse de Valencia? Como la Valencia de verdad es la vivida por sus habitantes, doce de ellos, de los que la exprimen continuamente, han dejado en este zaguán las que elegirían si se tuvieran que queda con una sola.
Carmen Calvo, Xavier Aliaga, Vicente Ferrer, Román de la Calle, Magda R. Boix, Alberto Silla, Toni Sabater, Tomás Gorria, Olga Adelantado, Ramon Marrades, Modesto Granados y Guillermo Gómez-Ferrer. haciendo una prospección en el perfil sentimental de nuestras calles. Arrea.
Aquí vienen las postales de sus vidas. Todas refuerzan ese imaginario de Valencia atufando a historia y autenticidad. Y un leve sentimiento de pérdida.
La Premio Nacional de Artes Plásticas Carmen Calvo escoge su postal en una imagen de la Plaza de la Reina, en cuyo esquina halló un espíritu: "Debe de ser de principios del siglo XX o un poco anterior. La postal tiene especial interés para mí al ser de una casa abandonada, según Juan Manuel Bonet en su texto “La casa Misteriosa ". Se descubre la casa mirando a la parte derecha de la postal. Es la segunda, con miradores cerrados en el primer piso, aunque los talleres lo tenían en la planta alta.
En esta casa vivió el sastre Rafael Molina, famoso en su tiempo por la clientela que tenía y justificada en sus cartas de encargo de ropa de señora atendido por su mujer Maria Santoja. Un amigo querido, propietario del edificio, me dio las llaves. En casa de Rafael Molina encontré una serie de documentos, cartas y maniquis con los que hoy en día sigo trabajando como soporte de mis dibujos. Fue en 1996 cuando se produjo mi encuentro con el espíritu del señor Molina".
El editor de Media Vaca Vicente Ferrer elige una en cuyo reverso está escrito Fototipia Thomas, Barcelona: "Aunque en la postal se lee Calle de Colón, esas casas pertenecen a la Plaza Porta de la Mar, que antes fue del Marqués de Estella y mucho antes el Llano del Remedio. En 1937 la bautizaron como Plaza de la República, pero no fue más que un espejismo fugaz. Ese edificio de viviendas lo hizo construir, en 1904, mi tatarabuelo, Andrés Ferrer, y proviene de su fundición el trabajo de hierro. En la casa del centro pasé la infancia y la adolescencia. Hoy parece un lugar anodino, pero durante muchos años fue mi ventana al mundo y el punto de partida de todas mis exploraciones por la ciudad".
Una luz intensa cubre la postal favorita del dibujante Alberto Silla: "Si hay algo que me impresionó de Valencia la primera vez que vine fueron los cines. Investigando como se hacía antes -preguntando a los mayores- me hablaron sobre una época dorada donde había en Valencia muchísimos cines. Esta es una foto de la calle Ruzafa, con el antiguo cine Lys de fondo, y siento en ella toda la magia que sentí cuando puse un pie en Valencia bastantes años después: luces, carteles, muchísimo movimiento en las calles y la elegancia propia con la que se tomaban antes los domingos. Echo de menos la espectacularidad de los cines con letras grandes en la fachada".
Y ahora, el mar. Ramón Marrades, economista urbano, explica: "La escalera real, junto al edificio del reloj del puerto permitía acercarse al agua hasta tocarla. Imágenes nostálgicas de niños echándose al agua o reinas desembarcando están asociadas a ella. También era el punto de vuelta a suelo firme de los nadadores de la Travesía al Puerto. Ofrecía además un sitio donde sentarse y contemplar las idas y venidas de barcos. Hoy en día, el simulacro de dársena no ofrece prácticamente espacios para pararse a ver. Lugares donde implorarle a los padres subir en golondrina. Las obras de la Copa América hicieron desaparecer esta estructura del siglo XVIII sin aviso alguno".
La periodista cultural de la Universitat Magda Ruiz Brox trae una postal tomada por Luis Vidal en 1967 de un espacio privilegiado para, precisamente, pararse a ver: "Para asomarse. Podría ser Valencia o cualquier otro lugar pero me detengo aquí por la belleza de esta imagen. Una balaustrada y unos jóvenes que se asoman. Se asoman al mundo de allí abajo y a otro mayor, al del conocimiento. Durante más de cinco siglos, La Nau -que responde al acrónimo de la Nostra Antiga Universitat-, ha formado a centenares de generaciones: referencias éticas y científicas de todos los tiempos. Las clases acabaron allí en los años 70 pero hoy es un Bien de Interés Cultural que la Universitat ha convertido en centro cultural. Todavía hay jóvenes que miran desde la misma balaustrada. Seguramente miran tan hacia delante al mundo que nos asombrarían".
El incontestable Román de la Calle se queda con las mismas coordenadas, pero vista desde abajo, en otro tiempo. Él, que podría haber sido uno de aquellos que miraban desde la balaustrada: "Siempre será, para mí, la postal más representativa de mi identificación intelectual con Valencia. Hace medio siglo llegué por primera vez iniciando mis estudios universitarios y un lustro después estaba dando la primera clase como profesor. Toda una vida desarrollada en torno a ese claustro. Cada piedra, cada rincón y cada banco me hablan de los momentos personales y colectivos vividos".
Toni Sabater, editor al frente de Drassana y escritor, toma en su mano la imagen de lo que ya no existe: "Es una vista de la playa de Natzaret desde el Balneario de Benimar. Me gusta esa foto porque muestra el esplendor de esa playa, que lo tuvo en los años 60 y 70 del pasado siglo y antes como una playa más de la ciudad, particularmente para la gente de Russafa. Ahora ya no queda ni playa ni balneario. En esa foto me veo en la terraza fabulosa tomándome una cerveza y brindando por el verano y por la vida, que son la misma cosa. En el fondo, es un espacio de felicidad y de sol arrebatado a la gente sin miramientos, como se ha hecho tantas veces. Para mí representa las cosas que no deben volver a pasar".
Que el siga el mar. Olga Adelantado, galerista, se detiene frente a él. Su postal: "Manolita y Vidal eran mis abuelos preferidos, soñaba con la semana de verano que pasaba con ellos en su casa del Cabanyal. Mi recorrido matutino, cogida de sus manos y con el bañador enfundado, era ir a la playa cruzando por el balneario de las Arenas. A la vuelta parábamos en el mejor puesto, de clotxinas del mundo y yo metía la compra en un cubito de playa".
"En Valencia nunca nieva", dice el clásico. Es entonces cuando el diseñador gráfico Tomás Gorria desenfunda su imagen: "Avenida del Oeste, 11 de enero de 1960. Una de mis fotos favoritas de Valencia: es una imagen inusual de la ciudad, de gran composición y con movimiento. Además, yo nací aquel año y en aquella ciudad. Me produce cierta melancolía por no haber conocido aquella Valencia y cierta extrañeza por el paisaje y por el hecho de haber convivido con un paisaje urbano tan diferente al actual".
El escritor Xavier Aliaga se detiene frente a un pasadizo en la que encuentra la mejor Valencia estética. La postal de "una sección de la Catedral. La puerta gótica de los Apósteles, sobre todo por su sección semi-circular de estilo renacentista que se adentra hacia la plaza donde está el Palacio Arzobispal. Un trayecto corto, encantador, con arquitecturas de estilos muy distintos. Uno de esos rincones con un sello especial, diferente, mi preferido junto a la zona incomparable del Mercat Central y la Llotja".
Guillermo Gómez-Ferrer, filósofo, deja caer una postal (de la calle Lauria con Colón) tal que una declaración de intenciones: "Ésta es la que me gusta no porque sea especial o significativa, sino porque muestra una ciudad con armonía; una ciudad que podía dialogar con la modernidad europea y a la vez ser muy mediterránea. Y me gusta porque creo que eso lo hemos perdido. Vivimos acosados por coches, publicidad invasiva y fealdad. Necesitamos un pacto -uno entre tantos- contra esa fealdad. La belleza es una aspiración legítima para cualquier ciudad, y en Valencia tenemos mucho por hacer".
La de Modesto Granados, diseñador, es una hoja de ruta con la que seduce a sus invitados: "Al contrario que en los supermercados en el Mercado Central entra la luz del sol y uno podría orientarse con los ojos cerrados siguiendo los olores que invaden cada pasillo. Recuerdo las caminatas con mi madre y alguna vecina desde Campanar para ir a comprar los sábados por la mañana, los esmorzarets que amablemente te preparaban en las mismas paradas. La última vez que fui se lo descubrí al ilustre diseñador y calígrafo Ricardo Rousselot. Todavía me recuerda cada vez que hablamos qué buenos eran aquellos tomates del Perelló que se llevó a Barcelona, bajando por esas escaleras".