La mayor retrospectiva del francés en los últimos 20 años en España expone su sensibilidad pictórica nacida de su visión humanista del proletariado y el mundo rural en una sociedad acelerada
VALÈNCIA. La expectación que genera una exposición del IVAM se puede medir en la cantidad de medios que acuden a la rueda de prensa de su presentación. Y ayer, prácticamente todos los medios culturales de la ciudad se reunieron a las puertas de la Galería 1 para ver primero para contar después cómo era la exposición que el museo le ha dedicado a Fernand Léger en su 30 aniversario. La muestra es especial por muchas cosas: primero, porque es la retrospectiva más amplia de Léger en España en los últimos 20 años (“y pasarán otros 15 años seguramente para ver algo igual”, se aventuró a decir José Miguel García Cortés, director del IVAM); segundo, porque la muestra está organizada codo con codo con la Tate Liverpool, una de las subsedes de la prestigiosa Tate Britain; y tercero, porque las obras han sido prestadas por las pinacotecas más destacadas de Europa, desde el Reina Sofía hasta Copenhague. Los dos últimos puntos demuestran hasta qué punto el IVAM se está esforzando en tejer redes de colaboración con algunos de los símbolos museísticos del continente.
Darren Phi, el comisario de la exposición -que venía de Tate Liverpool- fue el encargado de guiar a la masa de periodistas a través de las cuatro salas con el centenar de obras que componen la muestra y explicar la obra más destacable de cada uno de los espacios. En esa división, se puede apreciar un cambio doble, la evolución de Léger como artista, perfectamente reconocible, desde el cubismo y la abstracción de figuras cotidianas hasta su obra más figurativa y humana en la que busca influir con un potente discurso político.
Pero la complejidad de Léger va mucho allá: su cosmovisión del mundo era una simbiosis pacífica, incluso de colaboración, entre el humano y la máquina, entre las personas de diferentes ideologías y clases, o incluso entre el mundo rural y la metrópolis. “Léger estaba seguro de que sólo se resolverían los grandes problemas de Francia y Europa de principios del siglo XX a través la colaboración entre las personas”, explicaba Phi en el cuadro Felicidad esencial, nuevos placeres, del que Culturplaza ya habló en profundidad días atrás.
En la primera etapa de su carrera artística, Léger se preocupó por mostrar los avances del mundo a través de un nuevo lenguaje, buscando cómo ese mundo transformado seguía teniendo un arraigo en la clase obrera, adaptando el cubismo como la vanguardia que mejor se adaptaba a ese impulso artístico. Es el caso de los dos cuadros presentado por Darren Phi, El disco (1918) y Naturaleza muerta con jarra de cerveza (1921). En el primero, se muestra los cambios de la ciudad a través de los colores vivos y la abstracción de las formas que se queda a mitad: “Léger quiere cambiar el lenguaje de la pintura y lo hace manteniendo reconocibles los objetos, sin buscar la abstracción total”. En el segundo, el pintor francés retrata una mesa llena de cosas del día a día, “porque estaba convencido de que el arte podía transformar a las clases populares, así que buscaba que estas se reconocieran en sus cuadros, buscando la belleza en las escenas más cotidianas”; todo esto explicado por el mismo comisario, Darren Phi.
El mural Felicidad esencial, nuevos placeres (1936), actúa como nexo entre sus dos etapas artísticas, combinando la vanguardia y la preocupación por la cotidianidad con el discurso político nacido de su ideología comunista en una Europa que se estaba descomponiendo. Lejos del frentismo, Léger construye una escena utópica en la que el mundo rural y la ciudad conviven convencidos de ser necesarios el uno para el otro (las tradiciones y la conexión de la naturaleza, por un lado, con el desarrollo cultural y tecnológico, por el otro). Y a partir de entonces, empieza a ser crucial entender la militancia del francés en el Frente Popular, a través de la cual desarrollará su peculiar sentido político, alejado del frentismo de aquella época, pero sin olvidar la conciencia de clase.
En la última sala, Darren Phi y José Miguel García Cortés se quisieron detener en la obra Estudio para ‘los constructores’ (1950), realizado en sus últimos años de vida. En él unos obreros trabajan y descansan en una especie de construcción metálica, además, rodeada de elementos naturales. Este cuadro recoge esa preocupación de Léger por la colectividad, la idea de trabajadores construyendo un espacio social común, en el que las ciudades son un punto de encuentro entre las diferentes cosmovisiones occidentales para construir una común atenta a la justicia social.
Esta idea tan potente, que cohesiona la segunda mitad de la carrera del artista desde diferentes puntos, partía de la vanguardia, de la realidad que tenía que venir, y ha acabado en una vida moderna muy alejada de la utopía que encontramos en los personajes de sus cuadros. Ay, la España vaciada, ay, la uberización, ay, la conciencia de clase ahogada por el frentismo político vacío. Las vanguardias estaban hechas para la Europa del futuro, y visto lo visto, nos quedamos solo con el contenedor. Por eso Léger es importante, por eso tan necesaria su revisión, por eso tanta atención de medios y (previsiblemente) público.
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