Con la clarividencia que me caracteriza, cuando apareció el primer concurso de cocina en televisión, auguré que no tendría ningún futuro. Pues lo está petando en otros países. ¿Ah, sí? Bueno, pero en España no, aquí no funcionará
Al fin y al cabo, hablamos del medio audiovisual, no del medio olfato-gustativo. ¿Qué interés tiene un concurso gastronómico si no puedes oler los platos a través de la pantalla, si por más que chupes, sólo te sabe a cristal líquido?
El éxito del programa vino a decirnos que la imaginación sigue siendo el componente básico de cualquier formato, y también que vaya descartando un futuro como pitonisa.
No es que antes de Master chef no existieran los programas de cocina en la televisión española. ¿Quién no se acuerda de la gran Elena Santonja y esa maravillosa sintonía “Con las manos en la masa”? Yo me la sé de memoria, y eso que era niña cuando emitían el programa, o precisamente porque era niña cuando lo emitían, tenía esa edad en que las letras se graban a fuego y sin esfuerzo (acachiu de mondeplaye…).
La letra de “Con las manos en la masa” rezumaba un machismo simpaticón, aún inofensivo: Niña, no quiero platos finos, que vengo del trabajo y no me apetece pato chino, a ver si me aliñas, un gazpacho con su ajo y su pepino.
Y luego, en otro pasaje, aquella niña que fui desvirtuaba la letra, y la cantaba así- aún la canta así- : cebolleta en vinagreta, morteruelo, la compondremos, bacalao al pilpil y un poquito perejil. La letra original, sujeta a la férrea dictadura de la lógica adulta, decía en realidad: Cebolleta en vinagreta, morteruelo, lacón con grelos, bacalao al pilpil y un poquito perejil.
Claro que yo por aquel entonces nunca había oído hablar del lacón ni de los grelos. Claro que por aquel entonces, el Puma se dedicaba a introducir dislates australianos en sus hits (boomerang, boomerang, viva la numeración) y se quedaba tan pancho.
Ah, la niñez, esa época en que están intactas todas las posibilidades, incluidas las imposibles.
Recuerdo cuando mi hijo era muy pequeño y me pedía fresas. Me encantaba tomarle el pelo y preguntarle: ¿de las rojas o de las azules? Y él: rojas, mejor.
Con las manos en la masa no fue el primer programa de cocina de nuestra televisión pero sí el primero que triunfó. En 1967, se había creado Vamos a la mesa, un espacio que se emitió durante un año. Tenía tan poco presupuesto que ni siquiera contaba con cocina propia: echaban mano de dibujos animados para ilustrar las recetas de la presentadora, Maruja Callaved. No tuvo éxito, inexplicablemente, aunque introdujo por primera vez la gastronomía en la televisión, un camino que ya había allanado Néstor Luján en aquellos años carpantistas de posguerra con sus artículos gastronómicos.
En 1970, llegó a Televisión Española el segundo programa de cocina: Gastronomía, dedicado a recorrer la geografía española para acercar al espectador los platos típicos de cada región. Tampoco tuvo éxito.
Hubo que esperar hasta 1984 para unir televisión, gastronomía y audiencia con Elena Santonja y sus entrevistas a famosos mientras guisaban un plato de la gastronomía patria. Lo que nació como un modesto programa dirigido a amas de casa acabó convirtiéndose en un entretenimiento familiar de gran éxito.
En los 90, La guinda a la popularidad se la comió Carlos Arguiñano, el cocinero más dicharachero de la televisión. Eva Arguiñano, Bruno Oteiza, Darío Barrio repetirían formato con igual fortuna. Y pronto se sumaría una variante: la cocina saludable, que vino de la mano de programas como Saber vivir.
Pero el gran salto se produce sin duda al pasar de dirigirse a un público aprendiz de cocinero a un público que simplemente quiere comer, al espectador convertido en foodie, al que además se le ofrecen los alicientes del reality show.
La parrilla se inunda de programas como "Pesadilla en la cocina", "MasterChef", "Top Chef", o "Un país para comérselo" que alcanzan gran éxito. Pero ¿a qué se debe el triunfo?
Probablemente a varios factores: al gran nivel mundial del que goza actualmente la cocina española, a que la gastronomía se ha convertido hoy en un hobby, en una forma de ocio, y también de distinción. Por más que hoy se cocine menos que nunca, por más que el estilo de vida apretao y la incorporación de la mujer al mercado laboral hayan reducido drásticamente las horas pasadas en la cocina, mostramos más interés que nunca por ella. Lo cual resulta paradójico pero no contradictorio (también yo me preocupo seriamente por aquellos que se muestran ostentosamente felices en las redes sociales).
La alta cocina se ha infiltrado así en todas las capas sociales. El otro día sin ir más lejos, sorprendí a dos señoras de ochenta años en el mercado:
Esto me lo acabo de inventar pero es una posibilidad posible, como las fresas azules.
Lo cierto es que hoy a la masa se nos distingue porque todos queremos ser élite aunque para ello haya que utilizar instrumentos tan poco elitistas como la televisión. Hoy España es una barriada popular donde el tema estrella es la alta cocina.