Ensaladas variadas del tamaño de un cubo de basura king size. Helados de fruta natural para que los chimpancés celebren el verano. Gusanos de cultivo propio, alimentados con pan duro de un horno de Mislata. Esto es lo que hemos aprendido sobre las dietas de los casi 3.000 animales salvajes que viven en el parque
VALÈNCIA. “Deja que la comida sea tu alimento, y el alimento, tu medicina”, dice la máxima de Hipócrates. Aquí va otra: “Todo lo que inviertes en alimentación, te lo ahorras en veterinarios”.
Esta semana, Guía Hedonista se mete en las entrañas del Bioparc. No en las jaulas de fieras, sino en el lugar donde se preparan cada día los desayunos, almuerzos, miqui-miquis y cenas de los cerca de 3.000 animales de 160 especies de este parque y centro de conservación.
Son las nueve de la mañana; falta todavía una hora para que los cuidadores abran las puertas de los cobijos en los que pasan la noche los animales, y que conectan directamente con los espacios exteriores donde se encuentran todos los días con las miradas de unos mamíferos un poco cotillas que somos nosotros, los seres humanos.
Encontramos en la cocina a Raquel Marqués, una de las “chefs” del lugar. Está cortando y vertiendo en una olla distintas verduras. “Es un hervidito para una rata gambiana que está ya muy mayor y los dientes no le dan para roer”, nos explica. Cada mañana, el equipo de cocina prepara el desayuno y la cena de los animales para el día siguiente. Se les sirve dentro de sus cobijos individuales, para evitar peleas y asegurarse de que cada uno come lo que le corresponde. Aquí no funciona la ley darwiniana de que come más el más fuerte.
Desde las diez de la mañana hasta que cierra el parque, comen el miqui-miqui (el esmorzaret y el picoteo de las fieras). Son pequeños trozos de carne (de pollo, carne o caballo, porque el cerdo no gusta mucho), fruta, heno, alfalfa o ramas de ficus y otros árboles. “Son tentempiés, pero no interesa que se llenen mucho, porque sino no tienen incentivo para volverse al cobijo a cenar”.
Miramos a nuestro alrededor. Nos llama la atención los bodegones de frutas y verduras que nos encontramos por todas partes. Vemos zanahorias, pepinos, plátanos, manzanas, lechugas (hasta ahí, normal). Espinacas, brécol, coles rizadas, endivias (¡vaya, no se andan con tonterías!). Apionabo, yuca, pulpa de remolacha cocida, calabaza, arándanos, ¿espárragos? (Mmmm… a ver si van a tener la despensa mejor avituallada que la mía).
Los profanos en la materia tendemos a pensar que a los animales se les da de comer más o menos lo mismo todos los días en función de su especie. O que los proveedores de verduras y carnes son diferentes de los que surten a los supermercados. De hecho, tienen un acuerdo con una cadena importante que les proporciona algunos alimentos que acaban de caducar, pero que siguen siendo perfectamente seguros (de ahí lo de los espárragos y los arándanos, obviamente).
“Trabajamos con proveedores locales de productos para consumo humano -nos aclara una de las veterinarias del centro, Cati Gerique-. No merece la pena tratar de ahorrar yendo a por descartes, porque se paga a la larga. Cuesta mucho trabajo escarbar y seleccionar entre productos que no están en perfecto estado. Y te puede salir la jugada muy cara, si un animal se pone malo. El caso de las carnes es similar; no proceden de vacas o caballos distintos a los que podemos comernos nosotros, sino que son piezas diferentes, muy grandes y difíciles de manejar, que no se suelen destinar al consumo humano”, comenta Marqués.
La variedad es una de las leyes de oro que aplican las veterinarias del Bioparc cuando diseñan las dietas de los animales. No comen lo mismo un lunes que un miércoles. Ni en invierno y en verano (cuando el aporte calórico que requieren los animales es menor). “La variedad no solo tiene como objetivo cubrir todos los nutrientes necesarios para que se mantengan sanos -matiza Cati-. También utilizamos los alimentos para combatir el aburrimiento, que es muy peligroso para los animales en cautividad. Si comiesen siempre lo mismo acabaría afectando al estado de ánimo también. Por eso ponemos a los grandes carnívoros huesos grandes y difíciles. Es un modo de mantenerlos entretenidos", explica.
Y sigue: "También les metemos comida dentro de juguetes, les preparamos helados con fruta natural congelada o les colocamos piezas de fruta en lugares de acceso complejo, para que se encuentren ante el reto de pensar cómo alcanzarlo”. Los humanos modernos somos un poco así: cuanto más difícil es conseguir una mesa en un restaurante, más nos emperramos en ello.
Seguimos observando. Encima de una bancada, un grueso cuaderno indica a las cocineras los alimentos que le corresponden a cada uno de los animales, a los que se conoce por el nombre propio. Si una hembra está embarazada o es madre lactante; si un animal está enfermo y necesita suplementos vitamínicos o una dieta más rica en proteína, o si sencillamente los cuidadores han detectado que últimamente la nutria macho le ha cogido ojeriza al pescado y prefiere el pollo. Cualquiera de estos casos implica una modificación individual en la dieta. En estos momentos tienen más de cien distintas.
La apuesta por la variedad llega hasta extremos que, a las que no tenemos ni idea del asunto, nos resultan chocantes. Vemos en la cocina cereales y legumbres como arroz, garbanzos y lentejas cocidas. Es decir, alimentos que no estarían a su alcance en su ecosistema original. Insisten en que son completamente seguros para los animales y, además, tienen el papel de enriquecer su dieta habitual. La introducción de estos productos “raros” es también una estrategia de estimulación, “incluso cuando alguno no les gusta y lo rechazan, al menos han tenido la experiencia de probar algo nuevo”.
No es el caso de los huevos duros, la “golosina” preferida del chimpancé macho del Bioparc. “Se los damos puntualmente, pero le gustan tanto que cuando lo ve le da un subidón que no veas”, nos confirma Raquel. Más curiosidades: resulta que a los elefantes del Bioparc les pirran las cebollas y a los chimpancés les encantan las infusiones en verano. “¡Cada uno tiene sus preferencias!”. Vamos, que cualquier día los vemos jugando a las tacitas encima de una piedra.