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CARTAS DESDE BOLONIA

La lengua en paz. Los cuatro pactos que firmarán las academias valencianas

Tras la firma de la paz del debate lingüístico por parte de la AVL y la RACV, la normalización del valenciano deberá avanzar por un camino todavía emboscado, donde el enemigo es el recelo

6/06/2016 - 

BOLONIA. El futuro es algo de lo que solo podemos hablar, porque no existe. El tiempo verbal del deseo, la forma lingüística que golpea al pensamiento como una condena, como una duda o como un mandamiento numerado. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Santificarás las fiestas. Polvo serán.

La Real Acadèmia de Cultura Valenciana y la Acadèmia Valenciana de la Llengua han firmado estos días la paz lingüística de un conflicto que ha tenido enfrentadas a ambas instituciones desde el origen de los tiempos. En el documento conjunto declaran que su interés común por la lengua valenciana no debe alimentar un conflicto identitario; bien al contrario, debiera servir de mesa de cooperación para distintos proyectos históricos, filológicos o culturales del máximo interés para la Comunitat.

La tensión dentro de la RACV, que aprobó el documento conjunto tras un empate a 17 votos y gracias al voto de calidad de su decano, amenaza con acrecentar en un futuro cercano la polarización entre el sí y el no, que representan por un lado la colaboración y por otro el desacuerdo con instituciones que asumen la unidad de la lengua como un hecho constatado. ¿La división devendrá en secesión dentro de la Real Acadèmia? Es de esperar que no. Sin embargo, más allá de la aceptación de la realidad lingüística y del orgullo herido (si es que lo hubiere), la RACV da un paso decisivo hacia el consenso lingüístico que solo puede traer beneficios para todas las partes interesadas.

¿Qué futuro habrían de trazar para el valenciano? ¿Qué horizonte tienen en la mente los académicos ahora que la lengua empezará a dejar de ser fuente de conflicto institucional? Qué preguntas tan extraordinarias si se cumplieran las premisas. Pongamos por caso que se cumplen. Y hablemos de futuro, el tiempo del deseo, y hablemos de los cuatro pactos que algún día firmarán las instituciones lingüísticas y culturales propias.

1. No hablar del “ser” valenciano

¿Qué sentido tiene hablar del “ser” en un momento en que las identidades serán cada vez más híbridas, en que la internacionalización nos hiperconectará con otras identidades dispuestas al intercambio fecundo? Lo valenciano tiene sentido no per se, no como una variable morfológica diferenciada genéticamente o lingüísticamente, sino como motor de construcción de la sociedad con los valores que creemos importantes. En este sentido, el “ser” valenciano solo es pertinente como proyecto y como proyección, pero no como esencia de nada.

Con permiso de la historia y resumiendo hasta la demagogia, es más determinante para la identidad decidir qué relación tenemos con el mar a nivel urbano, paisajístico o gastronómico que calcular cuántos repobladores aragoneses llegaron a la Safor. El primer acuerdo es este: no hablar del “ser” valenciano en términos esencialistas, trazando fronteras a norte y oeste, ni cercenando la capacidad imaginativa de nuestra identidad para modificarse, rehacerse y combinarse.

Como la española, la catalana o la europea, identidades expuestas a una variabilidad necesaria en contacto con el otro (el otro inminente que llega de Siria, Libia, Turquía o Camerún). En este sentido, en lugar de discutir (sin aliento) sobre el origen de la identidad o de la lengua (debate, por lo demás, cerrado), es apasionante pensar cómo vamos a proyectar lo valenciano en ese trasiego de identidades que nos está dejando la globalización.

2. Enderezar las vías de normalización: Junta Qualificadora y requisitos lingüísticos

Una de esas plasmaciones identitarias tiene que tener sus efectos sobre la parte más pragmática de la lengua. Este curso algunos profesores de la Facultat d’Economia pidieron la eliminación del requisito lingüístico para la contratación o la promoción del personal docente e investigador. En la actualidad la normativa de las diferentes universidades públicas obliga a que los nuevos docentes tengan, entre los distintos requisitos académicos, la acreditación mínima de un nivel C1 de valenciano de cara a normalizarla como lengua vehicular en un entorno científico y académico.

La polémica se dirimió en términos de “talento” versus “requisito lingüístico”, y el debate se hizo áspero hasta la saciedad. Aducían que el C1 sería una barrera para atraer o recuperar talento del exterior, a pesar de que existían vías para suplir esa deficiencia una vez contratados. Naturalmente como sabemos, el talento se atrae en gran parte gracias a buenas condiciones laborales, y eso está lejos de lo que ofrece hoy por hoy la enseñanza superior. En cuanto a la lengua, el debate subyacente es si el valenciano tiene la consideración de lengua científica o no, o si la Comunitat tiene la consideración del valenciano como lengua de uso en cualquier ámbito incluido el universitario.

De otro modo, y de manera más vehemente, la universidad no puede ser la isla monolingüe del país (que no lo es) o la excepción que solo interactúa en español o inglés. La universidad es más ambiciosa que esa mirada miope: es la herramienta de valorización de la lengua, de estudio y de consideración.

A nivel pragmático y de cara a esa normalización lingüística, la Junta Qualificadora de Coneixements en Valencià tiene un papel destacado. No puede ser una agencia evaluadora anclada en el pasado: es una buena noticia la redefinición de los certificados por niveles adecuados a los estándares europeos que fija el Marco Común Europeo de Referencia para las Lenguas, como ha anunciado Conselleria. Pero más allá de la estandarización, habría que dar pasos hacia la homologación de títulos de lengua, así como a la proyección en ambientes internacionales.

3. Revitalizar el ecosistema cultural (en) valenciano

El ecosistema cultural (en) valenciano ha sido minuciosamente desmantelado durante las últimas décadas. Más allá de conseguir que la paella se convierta en emoticono, queda por reconstruir la escena teatral valenciana o el sector audiovisual, recuperar la radio y la televisión públicas como espacio normalizador, fomentar la creación literaria, cinematográfica o intelectual sin complejos, traducir, exportar, incorporar cultura, hacer crecer los niveles de lectura y de consumo de libros, mantener una presencia constante y definida en la red, potenciar una marca valenciana asociada a la cultura y la forma de vida...

Las academias son un buen elemento para propiciar la regeneración del ecosistema cultural, el espacio natural donde pueden prosperar y crecer proyectos culturales, educativos, lingüísticos o económicos que generen riqueza (material y simbólica) en la Comunitat.

Este año la editorial valenciana Media Vaca fue galardonada en la Feria del Libro Infantil de Bolonia, la feria comercial más importante para el sector. El año que viene, según ha anunciado el Institut Ramon Llull, la invitada de honor a esta misma feria será la literatura catalana. Estamos hablando de una feria con el mayor volumen de negocio en el sector, y con una capacidad de visibilización ante 70 países, incluyendo el mercado asiático, norteamericano o latinoamericano.

Y enlazo con el punto 4.

4. Apostar por la internacionalización junto a otras instituciones

Las experiencias previas no pueden ser más alentadoras: en el año 2007 la literatura catalana fue la invitada en la Feria de Francfort, la feria generalista más importante del mundo, y que sirvió para que escritores como Albert Sánchez Piñol, Quim Monzó, Isabel Clara-Simó o Jaume Cabré potenciaran su presencia en el exterior, se hicieran traducciones y se conociera su obra. Los niveles de venta de Sánchez Piñol, por ejemplo, lo encuadran desde entonces en la categoría de best-seller. Pues bien, a la mayor feria de literatura del mundo, a la que la literatura catalana había sido invitada de honor, acudieron solamente las universidades valencianas como representación institucional. La Generalitat Valenciana no acudió, presa del conflicto lingüístico del que había participado.

El gran reto de las instituciones culturales y lingüísticas valencianas es hacer frente con el resto de instituciones de la lengua común. Es por eso que discursos identitarios esencialistas complican el diseño de proyectos comunes y embarran un camino que nos conviene recorrer. El Institut Ramon Llull debe ser un aliado en reconocimiento de lenguas y certificados, en presencia de lo valenciano en el exterior, en proyección de nuestras realidades diversas y en exportación de nuestro potencial cultural. Con Cataluña y con las Islas Baleares.

Por ahí es por donde se consigue el futuro. Tras la firma de la paz del debate lingüístico por parte de la AVL y la RACV, la normalización del valenciano deberá avanzar por un camino todavía emboscado, donde el peor enemigo es el recelo.

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