Vicente Pla, codirector del Arxiu Valencià del Disseny, impulsa una investigación sobre las obras posmodernistas en el diseño valenciano
VALÈNCIA. Cuando uno habla de las cualidades del buen diseño hay una serie de adjetivos que no suelen faltar y, entre ellos, funcional suele ser el primero de la lista. Que un buen diseño es aquel que funciona, es útil, parece una obviedad, pero el orden de prioridades no es inmutable. La historia de la creatividad está marcada por el cuestionamiento de lo establecido, por una ruptura que, idealmente, ha llevado al progreso. Y es progreso precisamente una de las palabras clave del diseño en la Modernidad (con mayúscula), un cambio de paradigma en el que el diseño era clave. Un diseño entendido como sinónimo de razón, que dibujaba un crecimiento social homogéneo y estandarizado, en el que lo superfluo, lo trivial, no tenía lugar. Sin embargo, a finales de la década de los setenta, se materializa una reacción a esa búsqueda estricta de la eficiencia que era la base del diseño moderno, una ruptura canalizada a través del grupo Memphis, fundado en Italia por Ettore Sottsass. Esta brecha trajo el valor de lo individual, lo icónico, una concepción más cercana a los artístico que dejaba en en segundo plano lo funcional -en algunas ocasiones hasta hacerlo desaparecer-, un movimiento en el que lo exagerado, el humor y hasta lo kitsch desafió a lo establecido. Había llegado la posmodernidad.
"Lo que me llama la atención es que es precisamente en el corazón de la actividad del diseño, que es el elemento que dota de estructura lógica al paradigma moderno, donde surge esa respuesta. Es una especie de reivindicación de la subjetividad frente a la objetividad racionalista, una reivindicación de la irracionalidad, del deseo, elementos que hasta ese momento se habían intentando mantener bajo control". Estas palabras las firma el profesor del Departamento de Historia del Arte de la Universitat de València y codirector del Arxiu Valencià del Disseny (AVD), Vicente Pla, quien ha impulsado una de las primeras investigaciones a partir del archivo, bajo el título 'La época de la proliferación icónica: obras posmodernistas en el Arxiu Valencià del Disseny'. El estudio, que fue presentado en el Congreso de Estudios sobre la Modernidad y Posmodernidad celebrado en Turquía, supone el primer coqueteo del joven organismo valenciano con la investigación internacional, un trabajo que busca superar los conceptos de periferia y centralidad poniendo el foco en esa València de los años ochenta que "se posicionó como una voz a tener en cuenta, incluso en el contexto internacional".
Y es que la 'escuela valenciana', si es que existe, adoptó pronto esa nueva concepción del diseño, rompiendo con el "falso historicismo" tan arraigado en la producción tanto valenciana como española, aunque sin olvidar que se trata de una generación formada en el racionalismo modernista, una base que nunca llegó a desaparecer del todo. "Hay unas estrategias muy interesantes porque matizan el paradigma moderno pero también matizan el paradigma posmoderno. Crean una comunicación entre ellos que es muy interesante", reflexiona Vicente Pla en conversación con Culturplaza. "Lo que hacen estos diseñadores [valencianos] es romper las fronteras preestablecidas de la Modernidad, adoptando estrategias posmodernas a través iconos híbridos. Pero lo hacen de una manera muy especial porque no entran dentro de esa escuela central de Memphis, desde la que se creaban objetos que muchas veces entraban dentro de la absoluta ineficacia, objetos cuya funcionalidad quedaba muy en entredicho, piezas hechas para la élite que entraban dentro del puro capricho y que se vendían a precios muy altos".
En este sentido, los diseñadores valencianos adoptaron los iconos, lo subjetivo y hasta el humor pero, eso sí, sin perder nunca de vista la funcionalidad del objeto. "Estas manifestaciones tienen en muchas ocasiones un planteamiento que busca la eficiencia, pero donde también cabía la subjetividad, la irracionalidad e incluso las contradicciones". Estas contradicciones pasan, entre otras cosas, por la ruptura entre el espacio público y privado, algo que se ve de manera muy evidente en el trabajo de Silvia García para La Mediterránea, donde desarrolló una serie de recipientes para el cuarto de baño bajo el lema 'Urban Fresh', en los que jugaba con la idea de crear un skyline urbano, llevando los rascacielos americanos al espacio más íntimo del hogar. También Pepe Benlliure rompía con esa barrera entre el espacio social y privado con una línea de mobiliario inspirada en la mesa de billar, elementos que dieron forma a la línea 'Mil bolas', llevando sus creaciones a espacios como el salón o, incluso, el dormitorio. "Está la aceptación, algo que al racionalismo le costó, de algo muy daliniano: la idea obsesiva".
Aunque aceptando lo funcional, la insatisfacción generada por la Modernidad y el triunfo de lo individual llevaron a forzar la imaginación de nuestros diseñadores más aplaudidos, entre ellos el Premio Nacional Vicent Martínez, que en 1989 llevó al diseño valenciano al futuro con la mesa 'Anaconda'. Con una formación de origen racionalista, una de sus primeras creaciones a partir de un icono fue la mencionada mesa, que contaba con un mecanismo inspirado en una serpiente que, con un sistema de persiana, permitía abrirla gradualmente, regulando su tamaño, en lugar de contar con dos únicas posiciones, como es habitual. "Este es un mecanismo puramente posmoderno porque estás ofreciendo un producto muy utilitario pero apelando a algo que no tiene nada que ver con un espacio privado ni con la funcionalidad como una serpiente, que apela al peligro, a la selva", recalca Pla. Otro ejemplo en la mesa 'Papallona' que firmó el propio Martínez junto a Lola Castelló, en el que la idea de la mariposa no solo formaba parte de la decoración, sino que con ella se transformaba en una consola o una mesa grande de comedor.
Algunos de los ejemplos más destacados los firma el creador José Juan Belda quien, alimentado por el surrealismo, firma proyectos como la silla 'Mosca' o la cómoda 'Madame Pompidur', en la que, haciéndose valer del humor, apela directamente al cuerpo femenino. También lo hace Eduardo Albors en trabajos como la lámpara 'Mariola', una pieza icónica y figurativa que representa el cuerpo de una mujer de manera realista. En este caso tampoco se trata solo de elementos decorativos, pues las piernas de la mujer forman la estructura mientras que la falda actúa como pantalla, un "mecanismo de hibridación que busca la disrupción", refleja Pla. "Hay mucha osadía por parte de estos creadores", señala el codirector del Arxiu.
Con esta investigación se inicia una nueva etapa en el Arxiu, que nació en 2018 con el objetivo custodiar, investigar y divulgar el patrimonio valenciano del sector, un patrimonio hasta ahora desperdigado y, en el peor de los casos, destruido ante la falta de un organismo encargado de su protección. Con su puesta en marcha se inició un proceso de recepción de donaciones que han supuesto el primer -gran- grueso de la colección que se está armando, una primera fase que también mira al futuro. Lo hace desde el punto de vista de la ampliación de la colección y, por supuesto, de la investigación, pero el cómo y dónde se muestra no es poco importante. Hace apenas unos meses se desveló la intención de la recién creada Fundació del Disseny de crear un Centro del Diseño de València, un espacio que, tal y como avanzó este diario, se ubicará en la antigua base de Iberdrola de La Marina.