Valencia Plaza dio, al día siguiente de hacerse públicas, una información detallada sobre la próxima temporada en el Palau de la Música y en el de Les Arts. Aparecen, en ambos casos, la mayoría de los intérpretes previstos, así como la relación de obras a interpretar. Lo que sigue, por el contrario, es sólo una mirada subjetiva y personal sobre dichas programaciones, sin pretensión de exhaustividad. Y expresa, únicamente, la valoración de quien lo firma
VALÈNCIA. Zubin Mehta es, sin duda, la gran estrella de la nueva temporada. Su salud, al parecer, ha mejorado, y hay unanimidad en la alegría de tenerlo de nuevo aquí. Lo cierto es que, hace sólo cinco años, dirigía cada temporada varias óperas y conciertos en Les Arts. Mirando hacia atrás, cuando no existía dicho recinto, venía también, con cierta frecuencia, al Palau de la Música, al frente de orquestas como la Filarmónica de Israel.
Podías encontrártelo entonces, con su mujer, caminando por los jardincillos que bordean el antiguo cauce del Turia, desde un hotel cercano y ya con frac, hacia la sala donde iba a actuar.
Y antes, todavía antes, cuando no existía ningún auditorio ni coliseo en la Alameda, tuvo una velada memorable en el Teatro Principal, con la Orquesta del Maggio Musicale Fiorentino. A falta del programa para comprobar con exactitud la fecha, recuerdo bien, sin embargo, el regalo que dio: la obertura de La forza del destino, dicha con una pasión –y una tensión- inigualables.
También dirigió en Llíria, posiblemente como homenaje a quien le enseñara las primeras notas en la India: Francisco Casanovas. Volvió luego allí (noviembre de 2013), cuando ya era asiduo de Les Arts, y de nuevo como deferencia hacia su antiguo profesor, fallecido en 1981. Dirigió, sin cobrar un céntimo, a la Orquesta de la Unión Musical edetana, (de la que también había sido director Casanovas). La agrupación abarrotó el escenario para recibirle: todos querían ser dirigidos por él. Indescriptible el orgullo y la emoción en la sala.
Es este otro ejemplo de la fidelidad que Zubin Mehta parece mostrar siempre hacia aquellos con quienes ha trabado una relación afectiva. También se ha hecho patente con Helga Schmidt, con quien compartió el proyecto de perfilar la orquesta que daría renombre a la ópera valenciana. Luego, cuando Schmidt cayó en desgracia, manifestó que no volvería a Les Arts hasta que quedara reconocida la inocencia de aquélla. Mientras tanto, un proceso interminable contra la intendente, y una enfermedad grave (tanto de Mehta como de Schmidt), han dificultado todavía más las cosas.
Ahora que parece recuperado, se plantea volver a València, pero va al Palau de la Música, a pesar de la estrechísima relación que le une con la orquesta de la otra casa. Fue, junto a Maazel –aunque, en el ámbito emotivo, mucho más que Maazel-, uno de los “padres” de la Orquesta de la Comunidad Valenciana. Y los músicos de Les Arts, de alguna manera, se sienten un poco huérfanos desde que no está.
El público valenciano llenará, sea cual sea, la sala donde él actúe. Quedan demasiadas sesiones gloriosas en el recuerdo, y queda el agradecimiento de su decisiva intervención en el proyecto operístico de València, especialmente con la Tetralogía wagneriana. Por todo ello, el hecho de que se incluya un concierto suyo en la programación del Palau de la Música (26 de abril de 2020), despierta entre los aficionados la emoción ante un reencuentro que se vio frustrado la pasada temporada cuando, por su delicada salud, tuvo que cancelar el que, en el mismo recinto, se había programado.
Esta vez viene, además, con Janine Jansen y la Filarmónica de Viena, orquesta mítica que sólo una vez se ha escuchado en el Palau. Es imposible, pues, no considerar esta fecha como el punto álgido en la temporada. No sólo por motivos musicales. También sentimentales, y ligados a ambos recintos. Aún está vivo el recuerdo del recibimiento de Mehta en Turandot, la última ópera que iba a dirigir en la ciudad, gracias a la miopía musical de la entonces consellera de Cultura, Mª José Català. Nunca se había visto un entusiasmo tan encendido del público, aplaudiendo interminablemente al maestro, pidiéndole a gritos que no se fuera, junto a los que exigían la dimisión de Català. No ha pasado tanto tiempo: fue el 11 de junio de 2014.
El Palau de la Música incorpora, como otro punto focal de su programación, un ciclo completo de las sinfonías y conciertos para piano de Beethoven, con motivo del 250 aniversario de su nacimiento. Estará a cargo de la Orquesta de València. Siempre será bien recibido un ciclo tan icónico como éste en la historia de la música, pero cabe preguntarse la conveniencia de repetirlo con la misma agrupación en tan corto espacio de tiempo: ya se hizo en la temporada 2016-17, dirigido por Yaron Traub. Hubiera sido, quizá, más renovador para el aniversario, ofrecer otro igualmente decisivo, el de los cuartetos, a cargo de alguna agrupación camerística destacada. O el de las Sonatas para piano, asimismo estremecedor (según quien las toque, claro).
También están ahí los maravillosos Tríos, las Sonatas para violín y las de violonchelo con piano... se hubiera dejado así que la Orquesta de València tuviera tiempo de sedimentar la experiencia con Traub antes de afrontarla con otras batutas. Y de afrontarla como un todo, con un director cuidadosamente seleccionado en función de aproximar, precisamente, a esta agrupación con este ciclo. Porque las sinfonías de Beethoven, de forma aislada, se incluyen con mucha frecuencia en el repertorio de la orquesta valenciana. En este caso, algunas estarán a cargo del titular, Ramón Tebar, y otras en manos de diferentes directores. Una suma, en fin, sin vectores demasiado claros.
Como novedad, en este ciclo Beet2020 (así lo han llamado) las nueve Sinfonías vendrán acompañadas, además de los Conciertos para piano –que se ofrecieron, asimismo, en el dirigido por Traub-, de charlas, exposiciones y la programación de algunas obras “menos interpretadas”. Y en estas últimas continúa sin verse un criterio claro en cuanto a la selección de obras, solistas y directores. No entraría en el capítulo de “poco interpretada” la obertura de Coriolano, escuchada muchísimas veces. Sí la de Egmont, porque su obertura –frecuentemente programada- llega esta vez con la música escénica completa, que aquí se ha programado poco o nada, incluyendo las partes cantadas originales (a cargo de la soprano valenciana Ofelia Sala). El drama de Goethe se dará en una adaptación dramatúrgica de Luca Chiantore, un buen conocedor de Beethoven.
Tales adaptaciones de las partes habladas, en las músicas incidentales, se convierten a veces en terreno resbaladizo. Porque es complejo “adaptar” un texto de Shakespeare o de Goethe. En fin, esperemos que se respete esta vez, al menos, la lengua original: descoloca mucho seguir una historia donde se canta en alemán y se recita en castellano. El Palau dispone, además, de un sistema de sobretitulado, que permitiría incorporar la traducción de todo el texto, sea cantado o recitado.
La reconstrucción que hizo Benny Cooper de la Sinfonía 10 (de lo poco que dejó escrito Beethoven) se hace muy pocas veces, curiosidad aparte, tiene al parecer más de Cooper que de Beethoven. Habrá también novedades en el Concierto para piano núm. 1, con las cadenzas improvisadas, a cargo de la solista, Gabriela Montero. Recordemos que Beethoven dejó escritas una cadenza para el primer movimiento y dos para el tercero, aunque pianistas como Wilhelm Kempff o Glenn Gould incorporaron las suyas propias. En el Concierto núm. 4, lo nuevo derivará de la utilización de un segundo manuscrito. Se escuchará también una reconstrucción del segundo movimiento de un Concierto para oboe, así como la transcripción (e interpretación) de Vicent Llimerà, para este mismo instrumento, de la Romanza en FaM, escrita originalmente para violín, ésta sí, muy conocida. En el Concierto para violín destaca la actuación de Viktoria Mullova.
No se escucha con frecuencia La Misa en Do M, y quizá sea ésta la primera vez que se monta en València Se anuncia que se hará “con canto llano según la práctica de la época”. La partitura, en realidad, lo que hace es introducir algún pasaje de canto a capella. También está programado el ballet de Las criaturas de Prometeo, cuya obertura sí que se programa con frecuencia. El capítulo de Beethoven se cierra con la versión de Uri Caine sobre las variaciones Diabelli. Caine es un músico que, en sus traducciones, suele ir mucho más allá de lo habitual, para bien o para mal. Pero las Diabelli son una de las obras cumbres de Beethoven, y la cosa da un poquito de miedo.
Manifestando de nuevo el aplauso que merece el espacio que ocupa Beethoven en un aniversario tan significativo, me parece necesario insistir en lo repetitivo de la reposición del ciclo sinfónico por la misma orquesta y del carácter algo deshilvanado del resto. A veces, da la sensación de haber primado más la cantidad que la calidad o la coherencia. Y hay un apartado, importantísimo en el catálogo del compositor, que no ha encontrado un lugar en la celebración: la música de cámara.
A no ser que se incluya en un nuevo ciclo de cámara para la Sala Rodrigo, que el año pasado también se anunció más tarde. Sólo hemos visto, hasta el momento, que el Trío Iturbi interpretará el op. 97 de Beethoven (Trío en Si bemol mayor, precioso) el 10 de noviembre.
El ciclo de cámara, si continúa, debería ampliarse, uniendo a las formaciones surgidas de la propia Orquesta de València, otras diferentes. No puede hacerse recaer casi toda la programación del Palau (sinfónica y de cámara) sobre los mismos músicos. Entre otras cosas, porque ellos también necesitan confrontarse con maneras distintas de interpretar. Por otro lado, en el caso del Palau de la Música, la “cuota valenciana” está ya cumplidamente representada.
La Pasión según San Mateo se ha encomendado esta vez a profesionales especializados en la música barroca, con muy buen criterio (Capella Amsterdam y Orchestra of the XVIII Century). Se hace así en buena parte del globo, porque ya no nos gusta de otra manera. Está bien que formaciones de otro tipo la ensayen e interpreten, pues se trata de una fuente inagotable de sabiduría y estímulos. Pero en el 2019 ya no se puede competir, de igual a igual, con las agrupaciones que se la plantean con los instrumentos originales, que tienen una plantilla menor para lograr más transparencia, y que limpian la partitura de cortes o añadidos... Si escuchamos versiones antiguas, donde aparezcan voces como las de Fischer-Dieskau, Schwarkopff, Ludwig o Gedda, añoraremos sin duda aquellos solos. Con todo, y a pesar de ello, posiblemente nos parecería el tempo, en general, irritablemente lento e inapropiado. Y la orquesta demasiado grande y densa. El aficionado de ahora quiere –queremos- lo imposible: las voces de entonces con la transparencia y agilidad de las versiones actuales.
Al mismo tiempo, y como contrapartida, se promociona otra vez “un barroco participativo” (sobre todo en El Mesías). Al amparo de lo que ya funciona en otros sitios desde hace tiempo, personas con capacidad para cantar en un ámbito amateur, lo interpretan junto a conjuntos profesionales (Oxford Voices e Instruments of Time and Truth en este caso). Y suelen ser bastantes los voluntarios que piden participar en una de las más hermosas y populares obras del compositor sajón.
Sin faltar a la verdad, es difícil defender estas versiones “gigantescas”, frente a las que la filología musical y la investigación más depurada propugnan hoy. Pero igualmente difícil –y hasta antipático- es coartar el deseo de ejecutar esa música maravillosa con el apoyo imprescindible de profesionales que proporcionan marcos mínimos de corrección. Una de estas sesiones “participativas” se ha programado para El Mesías de este año, y ya van muchas.
No toca asustarse, sin embargo, ante las ganas de ensayar y cantar de la gente. En 1784, sólo 25 años después del fallecimiento de Handel, ya se hizo un Mesías en la abadía de Westminster, donde está enterrado el compositor, ¡con 500 participantes!. Y seguramente, si se removió en la tumba, fue de alegría, al sentir que tantas personas se emocionaban cantando su música.
No insistiremos en la alegría de tener, cómo no, a Sokolov, siempre el mismo, pero siempre nuevo. Viene también Cecilia Bartoli, que tiene muchos fans, pero que ha decepcionado bastante en sus últimas apariciones. Bienvenida sea, por otra parte, esa encantadora muestra de la música argentina que es María de Buenos Aires, partitura de Astor Piazzola que se hizo en 2005 en el Auditori de Torrent, y que sorprendió, por su delicada irreverencia, a muchísima gente.
A quien le interese su manera de tocar –que, personalmente, encuentro bastante afectada- el famosísimo violonchelista Mischa Maisky tiene a su cargo dos sesiones, una con la Orquesta de València y su titular Ramón Tebar, y otra en solitario. En esta última ofrece las Suites para violonchelo solo de Bach, uno de los cimientos básicos del repertorio para este instrumento.
La Mahler Chamber Orchestra nos visita junto a la pianista Mitsuko Uchida, delicada y original, que intervendrá asimismo como directora. También en el monográfico de Brahms con la Royal Philharmonic Orchestra, Pinchas Zukerman dirigirá y tocará el violín al tiempo. Su esposa, Amanda Forsyth, será la solista de violonchelo. Muy interesantes parecen asimismo los recitales del tenor mexicano Javier Camarena, y del pianista andaluz Javier Perianes. O la sesión en que veremos a la destacada batuta de Ivan Fischer dirigiendo a la Budapest Festival Orchestra, agrupación fundada por él en 1983. Y la que nos traerá, junto a la Orquesta de València, a la pianista Elisabeth Leonskaja tocando el precioso Tercer Concierto de Bartók. Oiremos también, esta temporada, el Segundo, a cargo de Josu de Solaun. ¡Por fin se le va concediendo a Bartók el espacio que merece!
Entre los numerosos nombres valencianos de esta temporada, no puede olvidarse el de Francisco Coll, con un estreno encargado por la Orquesta de València: Turia. Coll es compositor residente del Palau durante dos temporadas, y tiene méritos mucho mayores que el de su partida de nacimiento.
Teniendo en cuenta que al nuevo director de Les Arts, Jesús Iglesias, se le contrató a partir del 1 de enero de 2019 (tenía antes otros compromisos), habrá que considerar la temporada próxima como una nueva etapa de transición, porque él mismo dijo “vamos tarde”, y así parece que ha sido. En el mundo de la ópera –y también, aunque en menor medida, en el de la música sinfónica- muchas cosas se atan a dos o tres años vista... o no se atan. Ni hay ni habrá titular para la Orquesta de la Comunidad en la próxima temporada. Sí que se está trabajando en algunas plazas más para la orquesta: es preciso resolver esa patética situación de una plantilla de 52, con refuerzos de quita y pon. Pedro Sánchez prometió aumentar la aportación estatal para la ópera valenciana en la legislatura anterior, pero como no se aprobaron aquellos presupuestos, habrá que esperar a que se aprueben estos... y a que se mantengan las promesas. En fin: vamos tarde, sí.
En la temporada 2018-19 (ya sin ningún director al frente, porque Livermore había dimitido en diciembre de 2017) se dieron –se están dando todavía- seis óperas y una zarzuela. La programación de 2019-20 prevé nueve óperas y una zarzuela, aunque una de las primeras (La finta giardinera) es en versión semiescenificada, y dos están a cargo de cantantes del Centre de Perfeccionament Plàcido Domingo (Il tutore burlato y Les mamelles de Tirésias) Hubo entonces once conciertos en el auditorio superior (con programas instrumentales, vocales o combinados) o en la Sala Martín i Soler. Esta vez tenemos seis conciertos sinfónicos, cinco de Lieder, y uno de grandes voces, con la inestimable Joyce DiDonato. Doce en total. Respecto al ballet, indudablemente, hay más: tres títulos frente a lo que antes era habitual: uno o dos.
El flamenco también es una nueva incorporación, muy positiva, en el objetivo de diversificación de Les Arts: cuatro sesiones frente a las “cero” de antes. Porque el flamenco es una música de altura. A desear que algún especialista –yo no lo soy- valore las sesiones programadas, al igual que en el tema del fado. Con respecto al jazz, la presencia aislada de Chick Corea (que no es el mejor paradigma de lo jazzístico, aunque sea muy famoso) sólo salva las apariencias.
Y va más: Les Arts és bandes. La presencia de las bandas (y los organismos que lideran este fenómeno, tan extendido en Valéncia) ya se he intentado en múltiples ocasiones, pero nunca cuaja del todo. Veremos si Jesús Iglesias tiene más suerte. Es un mundo muy distinto.
En cuanto a ese otro capítulo que se presenta como “Les Arts és per a tots”, valga decir que es muy difícil de cuantificar y hasta de valorar. Hace ya años que nos enfrentamos a proyectos semejantes –y no sólo en Les Arts-, que abarcan desde el ámbito educativo hasta el del traslado de la ópera a los barrios y pueblos en un camión que se transforma en escenario, las 24 horas seguidas de música de Mozart, la música para bebés, etc. En octubre de 2017, Davide Livermore, en una entrevista a este periódico, señalaba al respecto que 20.000 alumnos habían asistido a las sesiones educativas, y que el 60% del público de las pretemporadas venía a la ópera por primera vez. Lo achacaba a los precios bajos (no le faltaba razón en eso), y a todo el proyecto de “acercar la institución a la ciudadanía”. Pero quizá sería necesario cuantificar después cuánta gente va a la ópera (o a conciertos de clásica) “por segunda vez”. O por tercera. Para ver si se da una progresión real.
También el nuevo director, Jesús Iglesias, en enero de este año, en otra entrevista a este periódico indicaba: “ (...) Tenemos que pensar en la inmensidad de todo esto [mira a su alrededor]. Solo con ópera no justificamos esto, es una inversión inmensa a la que hay que dar rentabilidad cultural, económica, social. (...) también tenemos que abrir vías a otro tipo de manifestaciones musicales (...) Esto nos permitirá acceder a otro tipo de público. Luego, el trabajo es ver cómo conseguimos que haya vasos comunicantes, que alguien que venga a un concierto de jazz o flamenco se acerque a la ópera, y al revés (...)”.
La nueva programación aparece con actividades de muchas clases, algunas ya mencionadas, otras completamente nuevas, como la proyección en la Filmoteca de películas relacionadas con las óperas programadas, o la creación del Taller de Dirección coral de ópera, a cargo de Francesc Perales. En la presentación del pasado día 3, se cuantificó el aumento de actividad en un 30%. Es imposible, desde fuera, la comparación cuantitativa y cualitativa entre todas las matinales, funciones didácticas, acercamiento de los niños a la ópera y charlas introductorias previstas en esta etapa frente a las promovidas por los anteriores gestores. Para empezar, desconocemos el número de asistentes a cada una de ellas en cada año. Por otro lado, una misma actividad se encuadra a veces en apartados distintos o, simplemente, cambia de nombre.
El Centre de Perfeccionament sigue estando en la base de muchas de ellas. La OCV dará dos conciertos de cámara, como la temporada anterior, pero esta vez en sesiones matinales. El tiempo dirá si todo este gran entramado crea de verdad nuevos públicos, ese eterno objeto del deseo. Sin dudar de la intención y del empuje que Iglesias está poniendo en la labor, resulta imposible no recordar la similitud en las declaraciones de casi todos los gestores culturales de València y de España: abrir los recintos a públicos nuevos, diversificar la oferta, impulsarla con presentadores o analistas famosos en el teatro o en la televisión...
Nadie reconoce, sin embargo, que la ópera y la música clásica, en general, aun teniendo, evidentemente, un margen de ampliación, se encuentra muy determinada –y con frecuencia limitada- por la educación y el contexto donde el oyente potencial se mueve.
Con todo, dentro de 500 años, Bach, Beethoven o Verdi seguirán siendo escuchados, aunque sea por una minoría. Es una gran herencia que la humanidad ha recibido, y las instituciones públicas tienen la obligación de conservar su legado. Los museos también cuestan mucho de mantener, y a nadie se le ocurre pedir que echen el candado. Tampoco debería olvidarse que la incorporación de nuevas músicas cuesta asimismo dinero, que el personal de auditorios y teatros es el que es (contratar más también cuesta dinero), y que los “nuevos públicos” gustan, muchas veces, de “nuevos ambientes”, muy distintos a los que proporcionan los recintos de clásica.
Respecto a los cambios en el repertorio operístico, no toca comparar la actual programación con la de los tiempos de Helga Smith, pues los presupuestos no son en absoluto equiparables. Sí que podemos hacerlo en lo referente a Davide Livermore. Tomemos la temporada 2017-2018, última de la que fue totalmente responsable (aunque dimitiera en diciembre de 2017): dos Puccinis, dos Verdis, un Britten, un Berlioz, un Gluck, un Mozart, y un Haydn. No está tan abandonado el repertorio centroeuropeo, a no ser que eliminemos de ese capítulo el clasicismo vienés de Haydn y Mozart, y lo limitemos al siglo XIX. Es verdad que alguno de sus títulos corrieron a cargo de cantantes del Centre de Perfeccionament, y otros se dieron en versiones semiescenificadas, pero eso también va a pasar esta temporada.
Temporada que incluye dos Mozarts, uno de los cuales (La finta giardinera) en versión semiescenificada, un Poulenc, con cantantes del Centre y arreglado para dos pianos por Britten, un Verdi, un Rossini, un Händel, un Martín i Soler (también con voces del Centre) y un Gounod. Eso sí, tenemos el reencuentro con Richard Strauss, que no había pisado las tablas de Les Arts desde la Salomé de 2010. Y entra, además, con una apuesta muy arriesgada: Elektra.
A favor del señor Iglesias hay que señalar también el cuidado con el que ha escogido, en general, las voces y la dirección musical. Personalmente, destacaría la elección de William Christie, con la orquesta de Les Arts florissants, para la dirección de La finta giardinera; la voz de Anna Pirozzi como Abigaille en Nabucco, que contará también con la presencia de Plácido Domingo en el rol protagonista. Pirozzi ya hizo ese papel en València en 2015, y gustó bastante. En cuanto a Domingo, se han discutido siempre, y se discutirán, sus roles baritonales. Pero como llena todos los teatros y –además- tiene tantas tablas, se le adjudican igualmente. La producción y dirección de escena (Thaddeus Strassberger) responde al gusto por las escenografías grandiosas y de corte realista.
Interesantes serán las cinco funciones de Las bodas de Fígaro, por la partitura en primer lugar (una de las mejores de Mozart), los precios asequibles (69 euros la entrada más cara, 8 la más barata) y la presencia de voces, como la de Andrzej Filonczyk, quizá no muy asentada todavía en el ámbito mozartiano, pero que sí es conocida ya en otros repertorios. Maria José Moreno será La Condesa. En 2019 fue muy aplaudida en Bilbao por su actuación en Los pescadores de perlas. A precios muy módicos estarán también la única zarzuela (La tabernera del puerto), muchos conciertos sinfónicos, los recitales de Lied, así como las sesiones de flamenco, jazz y todos los espectáculos de la sala Martín i Soler.
Les mamelles de Tirésias añade al encanto siempre asegurado de las obras de Poulenc, el de su arreglo para dos pianos de Benjamín Britten. Nunca he sido muy partidaria de transcripciones, adaptaciones y arreglos varios, pero, tratándose de Britten, habrá que bajar la guardia.
Llega luego la joya de la corona dispuesta por el nuevo director para reintroducir el repertorio alemán en la programación de Les Arts: la Elektra de Richard Strauss, una obra que no es “fácil” pero que supone un peldaño importante en la evolución de la música occidental. Cuenta además con un elenco vocal muy sólido: Iréne Theorin, especialmente, que lleva cantando mucho tiempo el rol protagonista, y que lo dota con el dramatismo requerido. La dirección musical correrá a cargo de Marc Albrecht, un reputado especialista en el repertorio centroeuropeo, y al que Jesús Iglesias ha tenido, sin duda, ocasión de valorar cuando ambos trabajaban para la Dutch National Opera. La dirección de escena será de otro nombre muy demandado en la actualidad, Robert Carsen, quien, sin embargo, inició este año una Tetralogía en el Real de Madrid bastante mal recibida por la crítica.
Rossini, con Il viaggio a Reims, no sólo se ha incluido en la programación de la Sala Principal, sino en los preestrenos a precios económicos, en la “Maratón Rossini”, con actividades alrededor de su figura, y en una de las matinales protagonizadas por cantantes del Centre. Este Viaggio a Reims es una coproducción de la Ductch National Opera con la Royal Danish Opera Copehagen. Firma la escena Damiano Michieletto, cuyos montajes suelen tener una aceptación desigual, aunque, por lo general, gustan al público. Otra coproducción de la Dutch National Opera sostiene el Ariodante de Händel. En la batuta estará Andrea Marcon, especialista en Barroco.
Las nuevas producciones del Palau de Les Arts se limitan esta temporada al montaje de Il tutore burlato, de Martín i Soler, que se dará en la sala homónima, con escena de Jaume Policarpo y dirección musical de Cristóbal Soler. No parece grave, dada la coyuntura y la escasez de presupuesto, el no priorizar este capítulo: el objetivo no debería ser tanto la novedad de la producción como el que resulte satisfactoria. Aunque lo cierto es que, hoy en día, parece no hablarse de ópera si no hay una nueva producción. Y cuanto más polémica, mejor.
Fausto ya se hizo una vez en Les Arts (2009). Entonces con dirección musical de Fréderic Chaslin, esta temporada con la de Michel Plasson. Este director ha actuado varias veces en el Palau de la Música de València, casi siempre con repertorio francés, donde se le considera un gran especialista y del que es acérrimo defensor. Ha llevado el Fausto de Gounod a muchos rincones del globo. Aquí lo veremos en una producción de la Semperoper de Dresde del año 2010. La dirección escénica es de Keith Warner, y ha tenido una recepción variada.
Joyce DiDonato nos brindará un programa con obras de Monteverdi, Gluck, Händel y Purcell. Hay expectación, sin duda, ante una de las mezzosopranos más apreciadas en la actualidad, cuya capacidad para la coloratura va unida a una elaboradísima técnica en el legato, y a un delicado fraseo.
En cuanto al hecho de dedicar un ciclo al Lied resulta, quizá, lo más nuevo y estimulante en relación a las últimas temporadas. El Lied es a la ópera lo que la música de cámara al repertorio sinfónico: no debería, pues, concebirse un recinto como Les Arts sin darle espacio a un género donde el canto aparece en su quintaesencia más destilada. Quizá algunas voces seleccionadas este año hayan desarrollado su carrera más en el campo operístico que en el del Lied, pero son todas ellas de calidad y atractivas (Beczala, Urmana, Jaroussky, Keenlyside y Arteta).
Deseable, en grado sumo, que tenga continuidad en los años venideros.