A veces cocinar es la vida

La tía Tere, la mujer que cocina de todo

Hay personas que vienen con una palabra bajo el brazo. A mi tía Tere, además de verla con un pan bajo un brazo, la veo con la palabra ‘alimentar’ bajo el otro. 

| 07/10/2022 | 5 min, 31 seg

Tere Peris Sierra se ha pasado más de la mitad de la vida en la cocina, de una vida de, por ahora, 84 años. Ese ha sido su cuartel general, y utilizo este símil bastante desgastado y obsoleto, porque desde ahí ha ejercido su poder, que no es otro que el de alimentar. A todos. A sus hijas, a sus hijos, a su marido, a sus sobrinos, a las vecinas, a las amigas, a quien pase por su casa o viva cerca. 

He visto a una vecina asomarse por la puerta de casa, a la hora de la comida, y preguntarle, “Tere, ¿qué tal estás?” y ella decirle, “Espera que te pongo un plato de cocido”, y la vecina, “No, mujer, si aún tengo lentejas que me diste ayer”. Y ella, “Pues te las comes mañana” y agarrar un plato y ponerle a la mujer una ración de cocido, con su parte de vuelco, y añadirle, también, cuatro croquetas de jamón en los bordes, que las hizo ayer, tenía unas puntas de jamón, que había ido apartando, y había preparado 80 o 100, con su bechamel. 

Recuerdo aquella vez —tenía 19 años— que fui con cinco amigos a pasar las vacaciones de Semana Santa a su casa del pueblo y que el día anterior me llamó por teléfono y me dijo, “Sobrino, ¿cuándo vais a venir? Ya lo tengo todo preparado. He comprado un congelador, que a vuestra edad coméis mucho”. Y el congelador era un arcón de esos que,  en las películas de Woody Allen, uno piensa que se puede esconder el cuerpo de alguien recién asesinado. Y el arcón estaba lleno de croquetas, de bacalao, de pimientos del piquillo, de callos, de caldos, de chuletones de Ávila, de salchichas, de botes con esto y botes con lo otro.

Porque la tía Tere nunca se ha conformado con preparar uno o dos platos. Se ha pasado la vida cocinando como si, en casa, tuviera que alimentar a un regimiento (otro símil obsoleto, pero ustedes ya me entienden). Así, cuando te sientas a la mesa y preguntas qué hay de comer, la respuesta solo es la punta del iceberg. Hay arroz, dice. Hay merluza rebozada, dice, con pimientos fritos. O hay calamares. Y luego la verdad es parecida a esta: hay arroz de marisco, calamares rebozados, pimientos del piquillo, croquetas de queso, huevos rellenos, ¿y no quieres un poco de jamón y queso? Anda, come. Pero…, tía. Ni tía ni tío, come, dice, mientras va a la despensa, saca la tabla para cortar, un cuchillo largo, una pieza de un kilo de queso y un paquete de jamón de quinientos gramos envasado al vacío. Come. Y se queda ante ti, mirándote fijamente, aguardando a que comas, a que no dejes de hacerlo durante toda la vida.

Y hasta aquí la primera parte de la película. 

Ya les adelanto que en este artículo —en contra de lo acostumbrado— no habrá receta de ningún plato. Este artículo es una excusa para que aparezcan las mujeres que han alimentado y cuidado, para que nos acordemos de ellas, las mujeres que se han pasado la vida alimentándonos, en casa o en la fonda, de aquellas para quienes cocinar y alimentar eran palabras sinónimas, de las que entraban a la cocina a las ocho de la mañana y salían a las nueve de la noche, de las que no tuvieron nunca el reconocimiento de los críticos gastronómicos ni Estrellas Michelin, de aquellas a las que no se les daba a sus lentejas más valor que cumplir con el papel que se esperaba de ellas, de esas mujeres hacia las que uno se dirigía los sábados por la mañana en coche, sin importar tener que conducir dos horas —esto ocurría en otra época, claro— para llegar hasta el pueblo donde Cristo perdió el gorro (¿o fue la zapatilla?), con tal de comer el mejor potaje de tu vida, de esas mujeres que nunca salieron en televisión trinchando el cochinillo con un plato y luego lanzarlo al suelo.

La tía Tere, si hubiera montado un restaurante, habría sido la mejor cocinera del mundo. Cualquiera sabe que esto que acabo de escribir suena a exageración, pero es una manera de llegar a la verdad rápidamente. Puedo hacer una lista que lo corrobore. Lista de comidas de la tía Tere que son las mejor elaboradas que he probado en mi vida:

—Cocido (5 o 6 horas de cocción)

—Callos a la madrileña.

—Croquetas de jamón; croquetas de pollo.

—Pimientos del piquillo rellenos.

—Cochinillo al horno.

—Cochifrito. 

—Bacalao rebozado.

—Huevos rellenos.

—Garbanzos con chorizo.

—Torreznos (para desayunar).

—Arroz con leche.

Una vez me dio su receta del arroz con leche.  Tenía tantos pasos como el montaje de una chaise longue de Ikea, pero como mi intención era vivir el resto de mi vida a base de arroz con leche, me lo tomé en serio. La primera vez me salió bueno, no como el de la tía, pero bueno. La segunda, algo menos bueno. La tercera…

A la tía Tere ya le duele casi todo, especialmente las rodillas. Cuando fui al pueblo este verano, mis primas, Ángela y Yeye, le decían, “Mamá, siéntate”. Pero tía Tere se resiste a salir de la cocina, a no hacer las cosas como las ha hecho toda la vida. Menos mal, porque no se puede cocinar tan bien si no se es así. 

Cada vez más, las palabras y el dolor pueden con ella un rato, pero luego la ves volver del supermercado con una bolsa de la compra o apoyada con una mano en el banco de la cocina y con la otra rebozando los calamares y echándolos a la sartén con aceite muy, muy caliente.

Hoy, ya he avisado antes, no iba a hablarles de una receta en concreto. ¿Para qué?, si no nos saldrá igual que a ella.

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