A lo largo de ocho años, Rafa y Pedro se han labrado una merecida fama fuera y dentro del barrio. Aquí se come mucho y muy bien, por muy poco.
Es imposible pasar delante de la puerta de Las Grecas sin echar el freno de mano. En esta calle alejada de los circuitos de ocio de la ciudad hay un enigmático local cuyo rótulo muestra a dos demonietes levitando sobre un prado de llamas. Si te asomas al interior, la primera idea que asalta tu cabeza es que se trata de una especie de cuarto de maravillas kitsch, un bar de copas LGTBIQ+ o la casa de un anticuario locatis. Pero después te fijas en la vitrina de cristal que preside la barra y te das cuenta de que en realidad estás en una casa de comidas. Con muy buena pinta, además. Nos llama la atención la bandeja de albóndigas; tiene el brillito jugoso de los guisos hechos con paciencia. Nada de bordes de salsa de tomate reseco ni irisaciones sospechosas. Vamos a por ello.
Las Grecas (Rodríguez de Cepeda, 33) es algo así como el Moulin Rouge de Algirós. Es probablemente el local más estrafalario y colorido de este barrio residencial, tranquilo y no especialmente moderno. Pero la principal razón por la que Pedro y Rafa se han hecho querer en el vecindario desde que inauguraron el bar hace ocho años es por la comida: casera, sabrosa y asequible. Las Grecas no es por tanto un bar de nicho; su clientela es variadísima: personas mayores y jóvenes, bohemios y trabajadores de oficina, faranduleros y familias. Por aquí han pasado todas las tribus urbanas que te puedas imaginar, desde punkis de cresta a curas.
Rafa cocina y Pedro, que es sevillano y además artista plástico, maneja la sala con carisma, morro y destreza. Las paredes, las estanterías, todos los rincones del local están plagados de esculturas, maniquíes, collages, juguetes, demonios, boas, sillas tapizadas con animal print. Todo está a la venta, de modo que la experiencia de comer se puede yuxtaponer con la de “fichar” obras y mercadear. Pedro tiene un nombre para todo esto; dice que Las Grecas es un rastro-bar, y a mí me parece una ocurrencia muy acertada, porque en el fondo se está cachondeando del concepto gastro-bar, que es cierto que ya nos da repelús a todos.
En Las Grecas trabajan con el menú de mediodía, pero hoy nos fijamos en la pizarra donde se enumeran los platos disponibles en la carta. Muchos son recurrentes; pero casi la mitad de ellos aparecen y desaparecen en función de la temporada y el mercado. La carta es muy almodovariana: cosmopolita de corazón, pero eminentemente española y terrenal. Entre sus especialidades más demandadas, platos de cuchara como fessols i naps y el puchero valenciano. Si lo encargas con la debida antelación (uno o dos días, dependiendo del plato), Pedro te espera con una olla humeante.
Tampoco pasa nada si te presentas a comer o cenar de forma improvisada. Tienes a tu disposición las opciones de la pizarra, que van desde la pastela marroquí rellena de pollo a unas patatas bravas -con salsa brava auténtica, sin ajoaceite-. Rafa, que creció en un ambiente familiar de pescaderos, trabaja mucho con los productos del mar. En ese terreno, tira mucho para Andalucía, la tierra de su novio. Dependiendo el día, puedes encontrar cazón en adobo, ortiguillas, gamba cristal o tortitas de camarón. Domina el arte de la freiduría, cuyas reglas de oro son: pescado fresco de lonja, aceite siempre limpio y frituras que apenas manchan la servilleta. Es un cocinero al que no le van demasiado los inventos de la alta gastronomía, los emplatados sofisticados ni las porciones minimalistas. Prefiere las raciones abundantes y la cocina tradicional y básica, pero elaborada con mucho cariño.
No obstante, se permite sutiles licencias creativas. Su hummus de calabaza es delicioso, tiene una textura súper sedosa y es dulce pero no empalagosa. La ensaladilla lleva merluza, sepia y mahonesa es de kimchi. En cualquier caso, el plato que más disfruté en esta visita fue la titaina con atún rojo. Nuestro pisto rey se puede servir frío sin ningún tipo de problema, pero como más nos gusta es cuando llega a la mesa templadito, como hacen aquí. Colores vivos, sabores que permanecen en tu boca… una delicia, igual que las albóndigas que captaron nuestra atención al entrar en el bar.
Aquí lo habitual es pedir platos al centro, más que principales, para poder probar varias cosas. “Nuestra primera idea fue apostar por el tapeíto -nos cuenta Pedro-, pero es un modelo que en València no funciona porque la gente aquí almuerza y se pone morada a las 10 de la mañana, lo que deja muy poco espacio para la tapa. Es difícil importar esa costumbre”.
Hablemos de precios. Este bar os interesa, amigos, porque tiene alma de bar de barrio periférico, no de L’Eixample. No es el lugar adecuado para ponerte exquisito con la propuesta de vinos, pero a cambio tienes comida casera muy rica por 20 euros por comensal, o incluso menos. Nos cuentan que aquí los fines de semana vienen muchos grupos de amigos, y no nos extraña.
Ahora que estamos a las puertas de Navidad, Las Grecas está que arde. No hay apenas mesas disponibles para las festividades principales. El colofón, la noche en la que lo dan todo, es Nochevieja. La celebran a puerta cerrada, con grupos de hasta 40 personas que sientan en mesas corridas. “Son clientes habituales, pero que no se conocen entre sí. Para ayudarles a romper el hielo y que no se pongan en grupitos, el seating lo hacemos nosotros. Así, cuando retiramos las mesas para bailar, ya son todos amigos”.