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entrevista a la muralista Lluïsa Penella i Pons

"El arte es un medio de comunicación y nosotros somos hablantes de nuestro tiempo"

2/04/2024 - 

VALÈNCIA. A unos pasos de la estación de metro de Torrent, Lluïsa Penella i Pons (Catarroja, 1992) trabaja. Una pequeña valla, una grúa y un coche la aíslan del resto del mundo. Allí se produce un pequeño oasis. Allí la tranquilidad se rompe. El suelo está lleno de botes de pintura, algunos sin abrir, otros manchados por todos lados. Tonalidades de colores decoran el suelo con sumo cuidado, escogidas meticulosamente. Brochas y botellas de agua abiertas e impregnadas de verdes, naranjas y blancos descansan en la grúa junto a la pared. Allí, junto al sonido constante del metro, un dibujo comienza a tomar forma. Las hojas de El taronger crecen con la llegada de la primavera, ascendiendo por un pequeño edificio hasta cubrir tres de sus paredes. En ese momento, todavía no ha dado frutos, pero en una semana, cuando haya pasado el olor de la pólvora, florecerá. Lluïsa lo mira fijamente, pensando en cómo, a través de la pincelada, alargará hoy sus raíces.

Lluïsa lleva más de una semana trabajando día tras día durante doce horas diarias en su nuevo mural. Como el resto de sus obras, “El taronger” nace tras un análisis de la huerta de Torrent y simboliza lo que ya es signo personal de la artista: la fauna y flora autóctona. “Quiero que todo el mundo pueda tomar conciencia de la flora y la fauna autóctona, del valor del ecosistema, del valor de la huerta…” –afirma Lluïsa– “Para mí la flora y la fauna autóctona son parte de la identidad valenciana. En mis murales hay una intención de reivindicar esa identidad a través de lo tradicional y lo etnológico, siempre está el subtexto de ‘Esto es nuestra patria’ y tenemos que cuidarla”.

Lluïsa no recuerda un momento de su vida en el que no pintara. Sus padres, ambos profesores, siempre la animaron a seguir su pasión: la llevaban a museos, a exposiciones de arte desde bien pequeña. No hubo duda cuando tuvo que elegir bachillerato y posteriormente estudios superiores: cursó Bellas Artes en la Universitat Politècnica de València. En el máster de Producción Artística se especializó en Arte Público. La lógica transición para ella, tras esto, fue el arte mural: “Creo que hay que explotar las capacidades que tiene cada uno. En mi caso, soy mejor pintora que dibujante, pero no me interesaba mucho el universo de las galerías. Me gusta verlo y consumirlo, pero me parece demasiado elitista y poco democrático. La pintura mural, por el contrario, resulta muy democrática. Cualquier persona puede acceder a ella porque está en la calle, aunque no esté formado”.

La frente de Lluïsa se tiñe de naranja mientras habla. Todas sus manos, su ropa y su pelo están llenos de pintura. El verde de su parca está decorado con pequeñas motas de color de todos los murales que ha hecho durante su vida. El proceso que sigue en todos ellos es siempre el mismo: “Analizo el sitio donde va a estar el mural desde dos perspectivas. Una perspectiva es estética, es decir, los colores que hay alrededor, el sitio en el que está ubicado, el tipo de muro que va a ser … Y luego estudio qué ocurre en ese sitio, qué se cultiva, cuáles son las fiestas tradicionales, su historia… Casi siempre lo oriento al tema territorial y al público potencial que va a tener”. Con todo ello, Lluïsa construye unos murales que denomina como “expresiones de identidad territorial”.

“Durante el proceso encuentro mucho sufrimiento” –declara con una sonrisa– “Me gusta deleitarme en el color, elaboro una paleta que luego incluyo en los murales y eso me lleva bastante tiempo”. Para ella, el sitio y el entorno en el que haga el mural cambia completamente su experiencia: “Hay pueblos donde te acogen, te haces amigo de los vecinos, vas a comer a sus casas… Y hay sitios donde eso no ocurre. El recuerdo que te llevas en esos casos siempre es mucho más bonito, independientemente del resultado del mural”.

A pesar de las diferencias entre los lugares en los que ha pintado, sí coincide siempre en una cosa: “València es, probablemente, uno de los sitios del mundo en el que más se aprecia el muralismo. La cantidad de arte mural por cápita que hay en València es muy superior a muchísimas ciudades europeas importantes. Es una ciudad muy artística, tenemos muchos elementos populares que así lo demuestran, como las fallas, la cultura de la cerámica…”.

El barrio del Carmen, Benimaclet o el Cabanyal son algunos de los lugares de València donde los artistas del muralismo han dejado sus marcas personales en las paredes. Otras ciudades como Fanzara ya cuentan con más de 160 murales y organizan sus propias ferias del mural. La cultura muralista y democrática es parte de la cultura valenciana. No obstante, para Lluïsa, el mural no siempre aporta elementos positivos a los barrios: “El mural se está convirtiendo, a veces, en una herramienta bastante utilitarista de los artistas, porque por cuatro duros se lucen las paredes de los pueblos y le cambias la cara a un espacio que puede estar muy mal”. Para la artista hay una diferencia entre el muralista que pinta para el pueblo y el que pinta para sí mismo: “Si tú conviertes en estético un lugar que sigue teniendo problemas de funcionalidad, parece que estás poniendo maquillaje a una herida. Estás ocultando algo que sigue ocurriendo pero que a vista general no se ve”.

La calle “es de todos” afirma, y es por ello que el arte tiene que ser social y político: “Estás trabajando en un espacio público, con dinero público, y tienes que tener esa conciencia” sentencia. La conciencia política de los murales, sin embargo, está siendo criticada en los últimos meses. El contrato del mural de Escif contra la explotación laboral infantil junto al Primark finalizó el mes de enero. En Benimaclet, el pasado mes de diciembre, el Ayuntamiento de València eliminó un mural realizado por el movimiento BDS de apoyo a Palestina en casa de un vecino sin recibir su autorización. En Fanzara, el ayuntamiento aprobó una ordenanza en enero para evitar el contenido político en los murales del festival “MIAU Fanzara”.

El arte mural, hijo del graffiti, es igual de castigado que su padre, a pesar de su legalidad y de su labor cultural: “Un mural que se va a quedar en un sitio que va a haber muchísima gente puede ser un gran generador de opiniones y respecto a eso sí existe censura” –sentencia Lluïsa– “Y existe también partidismo. Es evidente. Hay gobiernos de un perfil que sí que te llaman y otros que no”. ¿Alguna vez te han llegado a censurar? “No, pero he sido muy cuidadosa cuando he redactado el dossier del proyecto. Siempre llevo el mensaje hacia algo conciliador y no algo conflictivo. Siempre hay que ser cuidadosa. Yo intento serlo para, sin ser demasiado explícita, reivindicar lo que quiero reivindicar y que quede bonito”.

Mujer, muralista y artista, Lluïsa continúa trabajando y Torrent la acoge con sus paredes y su huerta. Con el pincel trata de unir ambos aspectos y reflejar desde el arte la identidad de un pueblo: “El arte es un medio de comunicación y nosotros somos hablantes de nuestros tiempos, hablamos los códigos que se están manejando ahora mismo”.

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